Con una portada realmente afortunada y dedicado a la memoria del gran editor Jaume Vallcorba, el libro encierra en muy pocas páginas muchas cosas: primero un entrañable relato de los encuentros del narrador con el “arquitecto de Dios”, un recorrido crítico por algunos rincones clásicos de Barcelona y por algunos momentos clave de su historia y, sobre todo, una meditación sobre la creación artística.

Dios omnipresente

Hace unos años los medios anunciaron que en 2016 Gaudí podría ser beatificado y la primera vez que el narrador, con apenas ocho años, vio una foto del arquitecto su tía se lo presentó como “el santo que hizo la Sagrada Familia”. Acto seguido le cuenta cómo murió atropellado por un tranvía mientras iba pensando en ese gran templo que había empezado a construirse casi medio siglo antes y que a día de hoy sigue en construcción. El autor recuerda que ya en los años sesenta se daba por hecho que el arquitecto acabaría algún día siendo proclamado santo dado el esfuerzo y el talento que siempre dedicó a la glorificación de la divinidad y a los pobres.

El narrador evita los rodeos cuando tiene al espectro delante: hay que preguntarle a sabiendas de que no contestará; por ejemplo, si era de verdad un hombre de fe y aprovechar también para indagar si realmente amó a alguien que no fuera él mismo. “Tú, creador de formas exuberantes, adorador de la magnificencia de la naturaleza, ¿pasaste alguna vez tu mano por el vientre y los muslos de una mujer, abrazaste su pecho, besaste sus labios?”. A todo esto el espectro con la boca cerrada y sus ojos azules bien abiertos. Esos ojos que tanto conmueven a narrador. En la larga semblanza (Homenots) que le dedicó Josep Pla, leemos que esos ojos estaban “casi desprovistos de movilidad nerviosa” y nos enteramos de que quienes trataron al arquitecto citaban sus ojos como el elemento más “impresionante y fascinante de su imagen”.

Relación de amor-odio

En general, con Gaudí no parecen caber las medias tintas: o se le ama o se le odia; o se le admira rendidamente o se le detesta profundamente. Pero cabe una excepción: la de los que conviven con el grueso de su obra, esos habitantes de Barcelona que a lo largo de los años han tenido con él una relación que intercala y mezcla el amor y el odio, la adoración y la indiferencia. Una ciudad que el narrador cree que estimaba a Gaudí pero “con esa estima temerosa y desconfiada que las familias dedican a los hijos incomprensibles”.

Un hijo incomprensible al que criticar en público y admirar en secreto. Confiesa con gracia el narrador haber asistido a algunos cursos de la Escuela de Arquitectura para poder detestar con conocimiento de causa cuanto hizo Gaudí y así poder decirle a la cara que la nueva arquitectura que se imponía, la de espacios diáfanos y líneas rectas, apostaba por una sensatez racionalista que estaba en el polo opuesto a su “insensatez” y “desmesura”.

Pero se suceden las décadas y la percepción va cambiando de forma favorable para nuestro fantasma. Los nuevos encuentros están ya en los últimos años marcados por esos acontecimientos que pusieron a Barcelona en el mapa más que nunca y que tanto ayudaron a difundir su figura y sus construcciones más célebres más allá de nuestras fronteras. Es, sobre todo, el caso de los Juegos Olímpicos del 92 pero también la consagración de La Sagrada Familia como basílica por parte del papa Benedicto XVI en 2010. Y el narrador, que de pequeño veía el gran templo como un “conjunto de cuatro cucuruchos de piedra ennegrecida, parecido en todo a esos que hacíamos en la playa con la arena mojada”, reconoce ahora ante el espectro la “majestuosidad divina” de su criatura, uno de los monumentos más visitados de España.

Son una belleza las páginas finales, ésas en las que el narrador aclara que Gaudí es un santo sí, pero de la luz. “Un santo adorador de la luz”, aquella que le sedujo para siempre siendo un niño en las playas de Cambrils y que, consciente o no, acabaría buscando y llevando luego a la piedra. El espectro, una vez más, no dice esta boca es mía pero el lector sospecha que el fantasma, esta vez sí, está de acuerdo con tan aguda y lírica observación.


migaudiespectral_tapa-189x300Mi Gaudí espectral
Rafael Argullol
Acantilado
80 p
9 euros

Extracto del libro