Especialista en la historia europea y transatlántica de los siglos XVI y XVII y autor de más de 20 obras que se han constituido en referentes bibliográficos, Elliot es catedrático emérito de Historia Moderna de la Universidad de Oxford, doctor en Historia por la Universidad de Cambrigde y doctor honoris causa por un buen número de universidades, entre las que se cuentan la de Barcelona, la Autónoma y la Carlos III, de Madrid, y la de Valencia.

Miembro de la Real Academia de la Historia de Madrid, de la Academia Británica, de la Academia Americana de las Artes y las Ciencias y de la Sociedad Filosófica Americana, fue nombrado Caballero por la reina de Inglaterra y, entre otras distinciones, atesora la Gran Cruz de Alfonso X el Sabio, la Gran Cruz de Isabel la Católica, la Medalla de Honor de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo y la Medalla de Oro a las Bellas Artes.

Currículum vítae apabullante y un perfil que responde a lo que se espera de un intelectual de su dimensión. El porte elegante, –alto, sobrio, escaso en carnes–, el ademán reposado, la voz suave sí, pero directa y segura, la mirada aguda y amable, e incluso, salpicando la conversación, las gotas inteligentes del más sutil humor inglés. Todos anticipan el Sir al enunciado de su nombre y el parece sentirse satisfecho en ese papel.

Sir John Elliot, desde siempre ha señalado usted que la historia de la historia de España tiene notables asignaturas pendientes. Después de tantos años dedicado a estudiarla, ¿siguen siendo muchas las carencias?

Se han hecho avances importantísimos en las últimas décadas. España cuenta con el trabajo de extraordinarios historiadores, como Vicens Vives o Maravall, por ejemplo. Ellos abrieron las ventanas de aquella España tan sofocante de la época franquista. Han venido posteriormente nuevas generaciones con clara dimensión internacional que han aportado mucha luz. El hecho de que esas nuevas generaciones de historiadores hayan podido viajar fuera de España ha colocado a la historiografía española a la altura de la internacional más destacada. Si bien es cierto que queda mucho por avanzar, no lo es menos que eso también sucede en este terreno en cualquier otro país.

Ha presentado recientemente una colección de libros, Los hombres del rey, de la que usted es presidente del comité asesor, centrada en personajes históricos españoles de los siglos XVI y XVII poco conocidos pero muy influyentes…

Así es. Creo que Los hombres del rey es una colección de gran importancia de cara a conocer el pasado de España porque aborda y analiza con rigor y profundidad las biografías de una serie de agentes de la monarquía que pueden considerarse de segunda fila, pero que jugaron papeles decisivos en el pasado. Personalidades de los siglos XVI y XVII que hasta ahora habían sido nada o mal estudiados. A través de estos trabajos monográficos, biografías o correspondencias diplomáticas, se demuestra su influencia en la corte y su papel protagonista en los entresijos del poder.

La serie ha arrancado con la publicación de tres títulos, dedicados a Rodrigo Calderón, uno de los más poderosos y controvertidos funcionarios de Felipe III; a Juan de Palafox, obispo y virrey, y a los cronistas del rey, responsables en su tiempo de contar, a través de crónicas y memoriales, la mejor cara de los reyes y de la política de la monarquía. Estos cronistas de la corona venían a ser el equivalente a los portavoces de los actuales gobernantes y hasta ahora habían sido olvidados y poco y mal estudiados. Estos trabajos nos dan nuevas perspectivas históricas. Desde mi punto de vista tienen un interés enorme.

¿Tienen características comunes estos “hombres del rey”, esta segunda fila de gobernantes de la Monarquía Hispánica?

La característica común es que muchos de ellos maniobraban en la sombra. Tal es el caso de don Rodrigo Calderón y muchos otros. No se entiende bien cómo funciona un mandatario y su política de Estado si no se conoce su entorno. Tenemos que conocer más a fondo cómo operaban estas estructuras de poder para entender bien el conjunto. No todo depende del valido del momento, pero la historia no se puede comprender si ignoramos el papel de esos personajes que actúan desde la sombra. Tienen mucho que ver con la corrupción, como en el caso de la corte de Felipe III y el duque de Lerma. La corrupción lubricaba el sistema político y personajes como Rodríguez Calderón maniobraban en ese entorno con mucha habilidad y, a su modo, escribían parte de la historia de su tiempo.

¿Qué personaje que no haya sido tratado todavía reclama atención y debería ser estudiado?

 Creo que sería de mucho interés una biografía de Baltasar de Zúñiga, antecesor y tío del conde-duque de Olivares que tuvo un papel de gran importancia en la Europa de los primeros veinte años del siglo XVII. Su labor es clave en Flandes y en la corte de Viena antes de regresar a formar parte del Consejo de Estado en Madrid. Sin embargo, es un personaje desconocido. Algunos datos nos hablan de su personalidad, como el hecho de que se enfrascase en la traducción al español de los ensayos de Montaigne, un dato que habla por sí sólo del interés de este personaje del que apenas sabemos nada. Espero que alguien se anime y encuentre la documentación que haga posible que dispongamos de su biografía.

Ha destacado usted el papel de la monarquía como mecenas y coleccionista de arte. ¿Aportan los Austrias más o menos que otras dinastías en este sentido?

En términos globales más, aunque hay excepciones como Carlos V al que el arte le interesó bastante menos. Felipe II fue un extraordinario coleccionista y, más que cualquier otro, Felipe IV. El actual Museo del Prado no sería ni muchísimo menos la joya que es, acaso el mejor museo del mundo, sin el papel que jugaron estos monarcas en favor del arte. Gracias al afán coleccionista de Felipe II y Felipe IV el Prado es lo que es. Respecto a los Borbones, y aunque Carlos IV también tenía intereses estéticos, su peso es en este sentido menor. En mi opinión puede afirmarse que el papel de los Austrias en su relación con el arte en España es más trascendente que el de cualquier otra dinastía.

¿Está usted trabajando en algún otro proyecto relacionado con los mundos del arte y la historia similar a su tratado sobre el Palacio del Buen Retiro?

En esto momento no. Pero he estado bastante implicado en la exposición sobre La pintura de los reinos que considero una muestra magnífica y pionera, en el sentido de que es la primera vez que se muestra el arte de todo el mundo hispánico a lo largo del siglo XVII, observando los mismos temas tratados por artistas flamencos, italianos, españoles y artistas de México y de Perú. Tenemos la oportunidad de ver los matices que introducen, las influencias comunes y como los artistas de cada reino asimilan características comunes, como la influencia de Rubens en casi todos, y las adaptan al sentido de identidad de sus lugares y sus respectivas cortes. Para mí todo esto es fascinante y la exposición que lo muestra marca un hito en la historia del arte del mundo hispánico. No es una exposición fácil de entender, pero estoy seguro de que va abrir los ojos a mucha gente a lo que fue el arte del mundo hispánico durante un siglo largo. 

Afirma usted que quién controla el presente controla, al menos en parte, el pasado. Como historiador, ¿cómo ve el presente español en un momento tan convulso?

Haría falta una perspectiva histórica, lo que es imposible cuando hablamos del presente. España ha vivido una época dorada desde la transición hasta los primeros años de este siglo. Ahora vemos que las cosas no siguen igual. Se advierte una caída pero soy optimista en cuando al sentido común de la mayoría de los españoles. No soy siempre tan optimista en cuando al sentido común que demuestran algunos políticos pero ese es otro asunto que no atañe sólo a este país. Creo que España va a superar y bien los problemas que está viviendo que, por otra parte y como se sabe, no son exclusivos de ella y afectan a muchas naciones del mundo.

 

Sir John Huxtable Elliot tiene 70 años. Nació en Reading (Berks, Inglaterra) en 1930. Tras cursar estudios en el Eton College, se doctoró en Historia en el Trinity College de la Universidad de Cambrigde en 1952. A lo largo de 17 años fue profesor en el Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Princeton. En la actualidad es catedrático emérito de Historia Moderna en la Universidad de Oxford.

Hispanista y maestro de hispanistas, su figura se ha erigido en referente universal por sus investigaciones sobre la historia de España, que ha encuadrado en el marco europeo y americano. Ha contribuido al conocimiento en el extranjero de nuestra historia, deshaciendo tópicos y estereotipos sobre aspectos decisivos del pasado hispánico, centrándose especialmente en los siglos XVI y XVII, en la figura de los validos y, de un modo especial, en el conde-duque de Olivares, y en la historia comparada de la colonización española y británica en América.

Es autor de numerosas obras, entre las que destacan La España Imperial, 1469-1716 (1963), La rebelión de los catalanes (1963), El viejo mundo y el nuevo, 1492-1650 (1970), Un palacio para el rey, escrito en colaboración con Jonathan Brown (1980), Richelieu y Olivares (1984), España y su mundo (1989) y la muy conocida biografía del conde-duque de Olivares publicada en 1986.

Miembro correspondiente de la Real Academia de la Historia de Madrid, y miembro de la Academia Británica, pertenece también a la Academia Americana de las Artes y las Ciencias y a la Sociedad Filosófica Americana. Es doctor honoris causa por las universidades de Barcelona, Autónoma y Carlos III, de Madrid, Valencia, Lérida, Génova, Portsmouth, Warwick y Brown.

Entre otras distinciones, ha sido nombrado Caballero por la Reina de Inglaterra, ha recibido la Gran Cruz de Alfonso X el Sabio, la Gran Cruz de Isabel la Católica, la Medalla de Honor de la Universidad Internacional Menéndez y Pelayo, la Medalla de Oro a las Bellas Artes y el Premio Wolfson de Historia, el Premio Eloy Antonio de Nebrija y el «Balzan» para la historia 1500-1800, otorgado por la Fundación Internacional Balzan.

En 1996 recibió el Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales. A la hora de la concesión, el jurado significó el «valor del conjunto de su obra, la ecuanimidad de sus planteamientos y el rigor en la consulta de las fuentes y la claridad en la exposición de los resultados».