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Adolfo García Ortega: «Todos los evangelios son pura ficción»

¿Qué busca con El evangelista?

En realidad no sé si busco algo. No tengo ninguna pretensión muy explícita ni en la novela ni en el deseo de escribirla. Al concluirla me di cuenta de que lo que había hecho era una visión absolutamente descreída y laica de una época y de una figura que la religión ha utilizado a su manera. Por otra parte, acaso inconscientemente, he buscado contar algo sobre lo que mucha gente dudaba. Mi madre, por ejemplo, tenía la intuición, y así me lo manifestaba, que nos estaban mintiendo a través de libros religiosos, los evangelios, etc. Sospechaba que había una base verídica que no nos contaban. Mi madre murió atea y alejada de la religión, pero cuando era joven siempre tuvo esa inquietud. Eso dejó en mí un poso y durante años no encontraba el momento de abordarlo. Por fin lo encontré, o acaso el libro me encontró a mí y acabé fabulando un tipo de recreación histórica acerca de cómo pudieron suceder los hechos en los que se basan los evangelios. Pensando en un lector que fuese ávido, curioso y con ganas de no creerse las cosas porque sí.

Pero… ¿se ha atenido a hechos históricos?

Lógicamente, al abordar esta historia me metí en los hechos reales de la época, que es fascinante. Aquella de Augusto, Tiberio en esa zona de Judea y Galilea en la que los judíos, enfrentados a los romanos, están permanentemente luchando. Es una época violenta, de facciones y de revueltas. Ese contexto es el que me interesa. Siempre me sorprendió que la secta cristiana posterior que surge de esa época hablase del amor, de la bondad, de una serie de cosas de corte pretendidamente lírico, cuando hablamos de un tiempo muy duro, muy violento y muy subversivo. Me di cuenta de que hay un parangón enorme entre aquellos tiempos y los actuales.

¿En qué sentido?

En los tiempos actuales, el fanatismo, la intransigencia, el patriotismo, el integrismo y la religiosidad fanática lo van impregnando todo. Aunque pensemos que no, toda la vida pública está impregnada por elementos religiosos. De pronto comprendí que aquellos tiempos históricos y los actuales son muy parecidos y que, por así decirlo, mi libro cobraba una dimensión metafórica.

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Pero… ¿cuanto de verdad hay en El evangelista?

La misma verdad que hay en los evangelios ortodoxos. Es decir, ninguna verdad. Todo es ficción. Lo único histórico real es el contexto. Efectivamente había revueltas. Efectivamente los fariseos y los escribas y los romanos estaban unos contra otros o se apoyaban. Había muchas traiciones y, por tanto, el contexto es histórico. Respecto a la figura de Jesús se tienen datos de que lejanamente podía formar parte de uno de estos movimientos rebeldes o sediciosos. Todo lo demás está prestado a la imaginación. Una imaginación que puede apoyarse en el punto de vista religioso, como han hecho muchos escritores. Por eso me planteé que si el libro religioso es una ficción por qué no hacer una ficción más, pero con una diferencia, como es que en mi libro el que lo cuenta es alguien que lo está viendo, que lo está viviendo y que es un testigo de ese movimiento, de esas acciones, de esas revueltas y lo cuenta como testigo presencial. Los evangelios están escritos posteriormente a los hechos y basados en una tendencia a magnificar la figura de quien se ha decidido que es el líder de esa religión y se interpretan los hechos a conveniencia.

El único dato realmente histórico y objetivo de la existencia de Jesús es la referencia de Flavio Josefo, uno de los grandes historiadores de la época, en la que habla de que en la época de Tiberio y estando de gobernador Poncio Pilatos se ejecutó a un subversivo que se llamaba Jesús. Ahí acaba todo. Probablemente no era el líder de aquellos subversivos que luchaban contra los romanos, pero si una personalidad destacada.

Se reafirma usted en que los evangelios son ficción…

No es que lo diga yo que no soy más que un escritor que se ha documentado. La historia de las religiones y, concretamente, la historia del cristianismo y de ese contexto histórico realizada por historiadores profesionales así lo dice. Todos los libros religiosos responden a un relato, a un mito que se genera para sostener los elementos políticos de esa religión. Alguien que ve la realidad desde fuera no puede mantener permanentemente esa asepsia y esa objetividad. La realidad siempre te interpela y te obliga a que tomes una postura y decisiones. El tono de mi novela, aparte de recrear con más o menos fortuna el contexto, es que el narrador, el evangelista se va involucrando en los hechos sin llegar nunca a ser un partidario de este movimiento, pero si tomando un punto de vista que le lleva a actuar.

¿Es consciente de que este mensaje sobre la existencia o la no existencia de Jesús hace que no pocos se rasguen las vestiduras?

Pero eso es algo que no sólo sucede en la actualidad. Ya Ernest Renan, que es un escritor del siglo XIX, escribe una vida de Jesús que fue muy escandalosa en su tiempo porque habla de un Jesús totalmente ingenuo que no resucita. Es un pequeño visionario. Yo debo mucho a esa figura de Renan, que es uno de los primeros que aborda desde una perspectiva humana esa figura histórico-religiosa. En esa recreación de la humanidad de ese mito lo primero que se cae son los elementos religiosos. Era un hombre como cualquier otro que, probablemente por su ambigüedad y su falta de concreción, permitiera que cualquier gesto o cualquier palabra se interpretase como algo mucho más trascendente. Y el tema de la resurrección, que es una de las bases fundamentales del cristianismo, es una entelequia ficticia. Renan fue perseguido por la Iglesia. Siempre que ha habido libros de este estilo las corrientes más conservadoras se rasgan las vestiduras. Creo que vivimos tiempos en que vuelve a haber un integrismo religioso, muy sutil, más democrático si se quiere, pero real.

¿A qué cree que obedece la tendencia que apunta?

Lo que por desgracia hay es fruto de que en el sistema educativo hay una tendencia constante hacia los aspectos doctrinales. Hay una gran ignorancia con respecto a los libros sagrados y a los contextos de los libros sagrados. Si en los planes de estudio se enseñase historia real de las religiones que generan nuestra cultura y nuestro mundo, seguro que viviríamos en una sociedad mucho más tolerante y comprenderíamos mucho mejor los aspectos espirituales de los demás. Sería más respetuosa y entendería que hay elementos integradores en cada una de las culturas.

¿Cree, pues, que la religión, las religiones, pueden ser terreno abonado para el fanatismo?

Soy consciente de que mi libro, siendo respetuoso, es una pequeña bomba de relojería contra la religión en abstracto. En ningún momento es satírico ni una burla. Es un libro que puede llevar a la reflexión. Aporta la perspectiva del laico, del escéptico que cuestiona el hecho mismo de la religión. Pero no cuestiona los hechos en los que se basan las religiones. Esa es una diferencia que me interesa remarcar. En relación con los tiempos actuales creo que en épocas de crisis, de confusión e incertidumbre como la que estamos viviendo, en donde faltan asideros morales, la religión cumple un papel alienante o de opio del pueblo porque da esperanzas intelectuales a largo plazo a los seres humanos y, sobre todo, la recompensa en un concepto tan mágico y arcaico como es la otra vida.

En la venta de la eternidad todas las religiones coinciden. Se basan en que lo que importa es lo que no ves, en lugar de lo que ves, y establece que la administración de toda esa fe, de toda esa buena intención, está en manos de una casta religiosa que cada vez tiene más implicaciones con la vida terrenal y política. Eso hace que para muchos sea una tabla de salvación, una esperanza, un consuelo. Son personas que necesitan una esperanza más allá porque la vida terrenal que les ha tocado se les presenta muy compleja.

Habla también usted de una parte de las religiones como vehículo de exclusión…

Si, porque hay, además, otra parte de las religiones que excluyen a los demás. Sirven para excluir al que no es de tu identidad. Surge en determinados ámbitos mayor violencia para propagar la religión y en otras esa violencia se ha amortiguado, como en el cristianismo, que fue muy violento pero ya no lo es. Pero en el ámbito islámico, en el que la religión no ha variado nada en casi doce siglos, incluso cuando han surgido atisbos de cambio han sido fulminados. Esa religión tiene toda la fuerza de imposición coercitiva; llámese violencia. Si a esas personas les das argumentos políticos para que esa violencia se exprese, ahí surge el terrorismo islámico. La figura de Mahoma está protegida, blindada por una capa de bondad, pero está documentado por historiadores muy serios que era un comerciante muy beligerante.

Con estos mensajes, ¿considera que su apuesta literaria es arriesgada?

Creo que es arriesgada pero no es una excepción dentro de mi literatura. Todos mis libros tocan temas que siempre bordean temas que la opinión pública o no quiere mirar o los mira de una manera distinta. Es el caso de libros sobre el terrorismo islámico en Madrid, los niños en Auschwitz, el caso de las mujeres prostituidas por Radovan Karadzic durante la Guerra de Bosnia, etc. Toco temas que me interesan porque son muy de mi tiempo y porque afectan a víctimas inocentes.

La perspectiva de la víctima siempre ha sido muy importante para mí. Como escritor busco el punto de vista distinto para tratar temas globales y colectivos que se podrían tratar de otro modo. No me gusta escribir libros que ya están escritos. Mi apuesta literaria, arriesgada por supuesto, es buscar ese punto de vista diferente. Asumo que provoque controversia e incluso rechazo abierto, pero siento que ese es mi papel como escritor. No quiero ser y creo que nunca he sido un escritor convencional.

¿Subscribe aquello de «escritor comprometido»?

El escritor tiene que asumir su papel de ciudadano y ser humano que vive en sociedad. No puede vivir en una torre de marfil ni en la corriente de confort que establece lo que se demanda y lo que se vende como entretenimiento. Uno de los escisiones más negativas de la historia reciente de la literatura en Europa es la decantación de público y autores por el lado del entretenimiento. Eso ha banalizado muchísimo la literatura de forma que escritores que prefieren hacer pensar, emocionar o incomodar con sus propuestas son tachados como gente marginal, residual, friki o extraña. Creo que eso es muy negativo porque el escritor debe vivir en su tiempo y eso es asumir que cualquier texto que llegue a alguien con sentido tiene que tener un componente político y al decir esto no me refiero a partidos u opciones, sino a pensar en su tiempo, con y frente a los demás. Lograr que de alguna manera el lector encuentre placer en el pensamiento y en el conocimiento.