Solana juega una vez más con el factor sorpresa. Lo hizo con su opera prima, El currículum de Aurora Ortiz, que obtuvo un eco notable dentro y fuera de España y que, recientemente, ha sido representada en diversos escenarios de Reino Unido, y volvió a repetirlo con su segunda novela, Las mujeres inglesas destrozan los tacones al andar, muy elogiada por la crítica. La publicación de La importancia de los peces fluorescentes, su tercera apuesta, volvió a impactar en el público por su originalidad.

Ahora nos instala ante estos peculiares Efectos secundarios, una novela que habla de la vida, tomando como motivo un dato que retrata con fidelidad el mundo actual: los medicamentos más vendidos por unidades. Almudena Solana los convierte en personajes de carne y hueso para hacer una sutil radiografía. El amor, la vanidad, la amistad, los celos, los recuerdos, el odio, los sueños, los temores, la gratitud… todos ellos son los efectos secundarios que implica el hecho de vivir.

Diez personajes, diez “dolores”

Unos atracadores irrumpen en una farmacia. Germán, policía, logra reducirlos y evitar el desaguisado. En la operación, el farmacéutico resulta levemente herido en un brazo. Antes de que el policía abandone el local, el farmacéutico comenta algo sobre los medicamentos más dispensados. El dato llama la atención de aquel, que empieza a frecuentar la farmacia, en un principio para interesarse por la evolución de la lesión del farmacéutico y, luego, por el gusto de charlar con quien termina convirtiéndose en su entrañable amigo.

El dato de los fármacos sigue bailando en la cabeza de Germán. Él, médico frustrado y acostumbrado por su profesión a observar e indagar, va haciendo su propia investigación, ahondando en las biografías de estos diez medicamentos encarnados en otros tantos personajes, de los que finalmente termina formando parte. Diez historias personales, en principio inconexas, que poco a poco van interconectándose entre sí, hasta acabar en una única narración cargada de emoción y sentido.

Adiro, la detectora involuntaria de mentiras. Nolotil, el médico que aprendió a decir “no”. Viscofresh, la azafata que no sabía volar. Augmentine, la cool hunter nostálgica de su infancia. Voltarén, el actor vanidoso. Lexatín, el niño eterno de personalidad frágil. Orfidal, el directivo solitario. Paracetamol, la anciana que había olvidado casi todo. Ventolín, la joven seducida por el saxofón, y Sintrom, el crápula reconvertido, son los protagonistas de esta novela para la que la autora ha llevado a cabo, según propia confesión, un minucioso trabajo de documentación sobre el mundo médico y farmacéutico.

El calado de lo menor

La novela tiene un calado importante. La presencia del Centro de Mayores no es fortuita: allí donde parece que nada sucede, un lugar olvidado del mundo en el que sus moradores pasan el tiempo esperando simplemente a que pase, es el lugar elegido por la escritora para centrar el desenlace de la acción, el espacio que contiene la clave de todas las preguntas no respondidas y el punto de encuentro donde convergen todas las historias. Al final, lo que parece accesorio es lo que termina siendo primordial…

Ahí está la esencia del libro; lo que nos hace reconsiderar el título con ojos nuevos. Los efectos secundarios son la clave de la vida, lo pequeño adquiere categoría de fundamental. Es lo que hace que los personajes se conozcan entre sí, que se descubra la verdad de la vida, que se produzca el gran encuentro con los demás y con uno mismo.

Lo secundario, lejos de ser una condición negativa del ser, es lo inesperado, lo excepcional, lo maravilloso. Lo secundario es algo positivo y fundamental.  Este es el mensaje que deja Solana como tesoro escondido en esta cuarta novela.

 

Efectos secundariosEfectos secundarios
Almudena Solana
Editorial Planeta
280 páginas