En el verano de 1816, Lord Byron invita al poeta Percy Bysshe Shelley y a su joven esposa, Mary, a su casa de Suiza. Allí aguarda también el médico personal de Byron, John Polidori. Los días son lluviosos y el anfitrión propone que cada uno escriba un relato de fantasmas. El único en completar el reto es Polidori, pero allí nacerá el germen de Frankenstein o el moderno Prometeo, publicada en 1818 y considerada la primera novela del género de ciencia-ficción.

Como es de sobra conocido, días más tarde de aquella visita, Shelley tuvo una pesadilla con su nueva creación como temática central. Tras esta, la escritora tomó papel y pluma y dio vida al que sería el cuarto capítulo de este máximo exponente de la novela gótica de terror. Por la mente de Mary bullían las noticias sobre las nuevas investigaciones de Galvani y Darwin sobre el poder de la electricidad para revivir cuerpos inertes.

Este «moderno Prometeo» que Shelley reflejó en su obra planteaba una reflexión sobre la línea que separa ciencia y religión. Victor Frankenstein tiene ambiciones muy elevadas. Su meta es alcanzar de algún modo esa especie de poder reservado tradicionalmente a las deidades. El ser humano puede arrebatar vida, pero arrebatar muerte está fuera de su alcance. De ahí que Frankenstein quiera alcanzar un nivel superior generando vida a lo que ya está muerto.

Perder a la criatura

Tras varios siglos desde su publicación, Frankenstein ha dado lugar a numerosas lecturas. Una de las más recurrentes sugiere que el texto es una alegoría del embarazo y los miedos que invaden a las mujeres respecto a perder el control sobre sus hijos, sus «creaciones». Existe un paralelismo entre el miedo de la entonces madre primeriza Shelley y el doctor Frankenstein de que aquello que han creado escape de sus planes y acabe haciendo daño a sus creadores.

La visión de las ilustraciones que Elena Odriozola realiza para esta edición se enmarcan dentro de esta última lectura, construyendo un teatro de papel en el que se suceden escenas que transcurren en paralelo a los sucesos de la novela. Sus dibujos, muy personales, reflejan el miedo a la pérdida, el pánico a lo desconocido, la impotencia ante los giros inevitables de la vida.

Convertida en una obra clásica, tan inmortal como los sueños que Frankenstein persigue, la obra magna de Mary Shelley cobra vida una vez más, haciendo honor a su argumento, y abriendo nuevas posibilidades en la penumbra de sus páginas.

Mary Shelley. Frankenstein. Ilustraciones de Elena OdriozolaFrankenstein
Mary Shelley
Ilustraciones: Elena Odriozola
Traducción: Francisco Torres Oliver
Nórdica Libros
264 páginas
24,95 euros