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«Se puede sobrevivir con dignidad en este mundo de mierda»

¿Quiere su último libro ser una gran metáfora?

Todo lo que es ficción en forma de farsa o sátira en cierto modo es una especie de metáfora por la vía del humor. Una metáfora que intenta representar de algún modo las cuestiones esenciales de la realidad. Esa es la realidad. De cualquier forma, a menudo utilizamos la palabra metáfora de modo incorrecto, pues es una forma poética y punto. Yo más bien hablaría de representación. En ese sentido la novela, cualquier novela, es una representación de la realidad. O mejor dicho, la representación de una idea que está dentro de la realidad.

Sobre cualquier otra, ¿cuál es la idea que marcó la escritura de Los poderosos lo quieren todo?

En principio la idea central es el descaro con el que se maneja el poder. El descaro, la desfachatez, el cinismo con que el poder actúa sobre la sociedad y sobre las personas.

Así las cosas, ¿qué entender por descaro?

Estamos en un momento en el que si le dices a alguien que es un ladrón saca pecho y dice «sí, lo soy, ¿qué pasa?». Por no citar nombres, diré que descaro es el de una secretaria de un partido conservador español capaz de decir con toda tranquilidad y sin que se le mueva un músculo de la cara que si hay un partido que ha demostrado su lucha contra la corrupción es el suyo. Eso es descaro.

Porque en estos tiempos, y casi se hable de lo que se hable, la corrupción como telón de fondo…

El camino hacia el poder, y el poder mismo, siempre han estado asentados en la corrupción. O al menos en la mentira y en la falsedad. También ha podido estarlo y, de hecho, lo ha estado, rodeado de ideales. Pero una cosa es que los ideales empujen y otra cuando esos ideales tienen que plasmarse en forma práctica, y ahí es cuando comienza otro tipo de corrupción, que es la moral.

«La integridad puede ser una forma de no luchar»

En su último libro hay un personaje que intenta la salvación encomendándose al diablo. ¿Donde está hoy el diablo? ¿A qué diablo encomendarse en estos tiempos?

El diablo es una figura por la que siento mucha simpatía. El diablo es inteligente, es brillante y es un revulsivo en la sociedad. No es tanto la representación del mal, cuanto una forma revulsiva de que la maldad entre en la sociedad y la remueva. Pero siempre con buen estilo, con una cierta caballerosidad un poco cursi, porque el diablo siempre ha sido un poco cursi. Para mí el modelo de diablo más cercano es el de la primera parte de El maestro y Margarita, el gran libro de Bulgakov. Así lo he concebido yo siempre y por lo tanto para mí es, ante todo, un personaje simpático que se puede permitir un lujo que no se puede permitir nadie, que es meter el dedo en el ojo a cualquiera.

¿Pero también hay personajes que manifiestan una gran integridad?

Bueno, tampoco creo mucho en la integridad, aunque haya personas que son verdaderamente íntegras, lo que no supone que en algún momento puedan tener malos pensamientos. Pero en Los poderosos lo quieren todo el personaje que aparece no es íntegro, es un infeliz, un hombre que no tiene coraje para plantarle cara a la vida y entonces se refugia en algo parecido a la integridad. Cosa que, por cierto, hace mucha gente en la vida diaria. En ese sentido la integridad puede ser una forma de no luchar. Hay que tener cuidado con esa diferencia.

Usted parece proponer que todo es cambio. Que vivimos como seres humanos es un proceso de continuo cambio. ¿Lo piensa así?

Sí, pero como una característica del mundo moderno. Hasta un momento determinado el ser humano se regía por la norma que establecía que pisaba un suelo firme. Por el contrario, el hombre moderno, con la conciencia completamente atomizada, pisa la inseguridad. Vive, vivimos sobre un suelo de inseguridad. En el fondo eso es lo que recoge la frase en la que Marx afirma que todo lo sólido se disuelve en el aire.

Aun en un escenario de tanta podredumbre, el humor, como manifiesta usted a través de sus obras, siempre tiene su sitio. ¿Cómo ve el humor?

El humor es sano; siempre es sano. Por lo tanto siempre es un desahogo y al mismo tiempo es un rearme que nunca anula la capacidad crítica sino que, muchas veces, la exacerba, incluso.

«Este mundo putrefacto es derrotable»

Hermógenes Arbusto, María Ilustración, Maribel Arbusto… ¿Por qué esos nombres tan curiosos en los personajes de su última novela?

Todo empezó hace un par de novelas. En El amor verdadero empezaron a aparecer nombres grotescos. Era una escritura realista y crítica, realismo crítico, y en la siguiente novela, Mentiras aceptadas, ocurrió lo mismo. La intención de esos nombres fue, en principio, el ayudar al lector a distanciarse de la novela. Para evitar que el lector sea aquello que entendemos como lector ingenuo, que es aquel que se identifica con el personaje y vive la novela como si fuera su propia vida. Y al lector, tal como yo escribo y lo concibo, lo que intento es plantearle preguntas, no arreglarle la vida ni hacerle soñar. Preguntas que el escritor se hace y traslada a un lector reflexivo. Esos nombres evitan que te creas la novela absolutamente y te colocan en una buena situación para leer a la distancia suficiente que permita hacer reflexión crítica, además de pasarlo muy bien o muy mal, según el libro.

Tras leer su libro, ¿qué prefiere? ¿Que el lector piense que no todo se puede comprar con dinero o, por el contrario, que todo es una cochambre?

Difícil cuestión. Me gustaría que la conclusión que sacara es que se puede sobrevivir con dignidad en todo este mundo de mierda. Este mundo putrefacto es derrotable, al menos individual, personalmente. Conjuntamente ya no estoy tan seguro, pero personal, individualmente, sí.

Cómo crítico literario, ¿a quién no podemos dejar de leer?

Hay tantos autores y tan variados… Pero no tanto por aconsejar a alguien, porque no conozco a ese alguien, sino apostando sobre seguro y manifestando mis preferencias, diría que hay que leer a Shakespeare, que es un mundo en sí mismo; a Joseph Conrad y, por mencionar a otro imprescindible, a Antonio Machado.

«Hay un núcleo de muy buenos lectores españoles»

¿Qué opinión le merece la conclusión del informe que afirma que solo el veinte por ciento de los españoles ha leído El Quijote o alguna obra de Cervantes?

Qué voy a decir… Pero algo se ha ganado en el hecho social de que decir que se ha leído El Quijote dé tono. Eso es a la conclusión que han llegado muchos que sin haberlo leído afirman que lo han hecho. Buscan esa especie de lustre. Es el lamentable caso, la farsa, de muchos personajes públicos.

En su experiencia como crítico, ¿considera que los españoles leemos más y mejor cada vez o no?

Hay un núcleo de muy buenos lectores españoles que, además, son muy exigentes. Es un núcleo elitista y eso no debe olvidarse. Pero son pocos. En una ocasión, Jesús Ferrero dijo que en España no había más de 10.000 lectores capaces de enfrentarse a un libro con una cierta consistencia. No sé si es cierto, pero pensándolo, la proporción entre 40 millones de personas y diez mil lectores sólidos me parece bastante acertada. Dicho esto, estoy seguro que ahora se ha lee mucho más. En España se ha instalado, como novedad, la lectura del best seller, una literatura más fácil y acomodaticia que ha hecho leer a quien no lo hacía. Por ahí han aumentado muchos lectores y eso es bueno porque por sensibilidad e inteligencia todo ser humano a medida que avanza y conoce va siendo selectivo y eso me instala en la confianza de que cada vez habrá más lectores exigentes.

¿Qué piensa de otros formatos de lectura diferentes al papel?

No creo que el formato tenga mucho que ver en el hecho de leer. Se puede leer muy bien en tablet o en otros formatos. Creo que van a coexistir todos sin ningún problema. Pero en relación con las redes sociales creo que en una buena parte serán un reducto pues cualquiera puede decir cualquier tontería que se le ocurre con la sensación de que se está dirigiendo al universo. Pero hay un cedazo que irá dejando ver los grados de seriedad e interés.

Finalmente, ¿por qué acercarse a Los poderosos lo quieren todo?

Seguramente porque es un libro que va a sanear mucho mentalmente al lector y al mismo tiempo va a cumplir con sus expectativas en relación con pensar que este país no es solamente un fracaso, sino que es algo mucho mejor que un fracaso. Esta novela utiliza la idea del mito fáustico para contarlo de una manera completamente distinta y llegar a una conclusión original. Es una novela para que los lectores encuentren cosas y que disfruten con ellas. En esa búsqueda y en esos hallazgos pueden estar sus mayores alicientes.

El autor

José María Guelbenzu, vinculado desde siempre al mundo de la cultura, dirigió las editoriales Taurus y Alfaguara. Entre sus novelas destacan El Mercurio, La noche en casa, El río de la luna, El esperado, El sentimiento, Un peso en el mundo y Esta pared de hielo. Ha obtenido, entre otros, el Premio de la Crítica, el Internacional de Novela Plaza & Janés y el premio Fundación Sánchez Ruipérez de Periodismo.

Los poderosos lo quieren todo [1]
Los poderosos lo quieren todo [2]
José María Guelbenzu
Siruela
320 páginas
19,95 euros
E-pub: 8,99 euros