Pero ¿qué es, en realidad, un MCR? No es fácil contestar a ello. Quizás podríamos aplicar al MCR los términos en los que respondía San Agustín a la cuestión del tiempo: “si nadie me lo pregunta, lo sé; si quiero explicárselo a quien me lo pide, no lo sé”. Y es que, sin duda, para cualquier lector aficionado a este nuevo género literario le será más fácil identificar un microrrelato nada más leerlo que tratar de definirlo y establecer sus características diferenciales con otras formas narrativas breves. Incluso para los propios escritores más especializados en este género les resultará difícil no ya tratar de explicarlo, sino establecer cómo debe ser un cuento. De ahí la inteligente afirmación del maestro Monterroso: “la verdad es que nadie sabe cómo debe ser un cuento”.

No obstante lo anterior, puede buscarse una aproximación a su conceptualización planteándolo como una minificción en la que predomina la narratividad, pero compartiendo elementos comunes con las otras dos formas de minificción: la lírica, especialmente con la prosa poética y el haiku –otro de los grandes fenómenos literarios de nuestro tiempo–, y la didáctico-ensayística, que presenta una amplia variedad de formas, como son el aforismo, el proverbio, la fábula, la parábola, la greguería, el epitafio, etc.

Por otra parte, el microrrelato puede ser considerado como el último eslabón de la cadena narrativa: novela, novela corta, cuento, cuento corto y MCR, y, aunque pueda ser diferenciado –algunas veces no sin cierta dificultad– del resto, presenta características cercanas a ellos.

El MCR admite, como el cuento, los elementos de principio, desarrollo y final, por una parte, así como las características de tiempo, espacio y acción, por otra, aunque en una gran mayoría de ellos la acción es reemplazada por una idea o situación al servicio de un fin más ensayístico o didáctico, y en otros cualquiera de los elementos de esta tríada puede estar simplemente sugerido. Por tanto se nos presenta como un texto de tipo transgenérico. No es que sea el resultado de una fusión de géneros, sino que en él se encuentran elementos de géneros diversos, una mezcla de rasgos que se hace en el propio acto de la escritura y le confieren una fisonomía única.

El parentesco entre el MCR y el poema puede apreciarse en estas auténticas joyas:

“Era casi perfecta. Su mayor encanto

estaba en el casi”. (J.R. Jiménez)

“Soy y no soy aquel que te ha esperado

en el parque esta mañana”. (J.E. Pacheco)

Y sobre todo en esta otra perla encerrada entre las valvas de Eso era amor, uno de los singulares poemas de Ángel González:

“Le comenté:

  • Me entusiasman tus ojos

Y ella dijo:

  • ¿Te gustan solos o con rímel?
  • Grandes

               respondí, sin dudar

Y también sin dudar

me los dejó en un plato y se fue a tientas”.

 

La consanguineidad con los haikus podemos encontrarla en Miguel Agudo:

“El camión de la basura

va recogiendo

la madrugada”.

Estas dos interpretaciones del microrrelato como cuento y como poema, lejos de ser excluyentes, se complementan, permiten una doble mirada simultánea con la que se puede apreciar mejor el tallado de la palabra y la capacidad fabuladora de la narración breve.

A veces, el MCR trata de acercarse a los mitos, leyendas, fábulas (más a las milesias que a los apólogos), aforismos, proverbios, parábolas, epitafios, adivinanzas, greguerías, grafitis, etc., en lo que tienen de frutas frescas, jugosas, sustanciosas, nutritivas. Otras veces, los busca como el enzima que trata de encontrar un sustrato sobre el que actuar. Entonces aparece como un catalizador capaz de transformar estas peculiares formas de ensayo en nuevas narraciones. Algunas de las greguerías de Ramón Gómez de la Serna son verdaderos MCR de una o dos líneas (caprichos):

“El poeta miró tanto al cielo que le salió una nube en el ojo”.

“Volveríamos a la infancia si encontrásemos la pelota que se nos quedó en el tejado hace muchos años”.

Volviendo a la pregunta ¿qué es un microrrelato?, podríamos decir, en términos farmacéuticos, que es “un extracto de esencias”, y parafraseando a la poetisa Belén Reyes:

“Cada MCR es un fármaco que uno se automedica. Hay adicciones serias…, como esta de pensarlo todo el día”.