Algunos MCR se vinculan a la tradición oral, recogiendo sus temas del folclore o la leyenda; otros son recuperaciones o reelaboraciones de historias ya fijadas en textos clásicos (mitos, historias, personajes famosos, bestiarios, cuentos, fábulas) o tienen un contexto familiar (refranes, aforismos, frases hechas, situaciones conocidas); con ellas se establecen, a través de la ironía, la sátira o la paradoja, una relación intertextual, aspecto frecuente en la narrativa de autores como Jorge Luis Borges, Marco Denevi, Augusto Monterroso o Juan José Arreola, escritores que han explorado con talento y humor nuevas posibilidades fabulísticas, alegóricas, paródicas, etc. Así, en La bella durmiente del bosque y el príncipe, Denevi hace una parodia moderna de un viejo cuento:

“La Bella Durmiente cierra los ojos, pero no duerme. Está esperando al príncipe. Y cuando lo oye acercarse, simula un sueño todavía más profundo. Nadie se lo ha dicho, pero ella lo sabe. Sabe que ningún príncipe pasa junto a una mujer que tenga los ojos bien abiertos”.

Otros MCR se fundamentan en una anécdota o en un hecho o sucedido histórico o contemporáneo, que puede ser real o inventado, como sucede en algunos de los ingeniosos textos de Eduardo Galeano.

A veces rinde homenaje a escritores del pasado. Monterroso ofrece un excelente ejemplo en La cucaracha soñadora, contenido en Viaje al centro de la fábula, haciendo literatura de la literatura:

“Era una vez una Cucaracha llamada Gregorio Samsa que soñaba que era una Cucaracha llamada Franz Kafka que soñaba que era un escritor que escribía acerca de un empleado llamado Gregorio Samsa que soñaba que era una Cucaracha”.

En otras ocasiones, el homenaje se rinde a personajes históricos o legendarios-literarios, como hace Ana María Shua en La ubicuidad de las manzanas:

“La flecha disparada por la ballesta precisa de Guillermo Tell parte en dos la manzana que está a punto de caer sobre la cabeza de Newton. Eva toma una mitad y le ofrece la otra a su consorte para regocijo de la serpiente. Es así como nunca llega a formularse la ley de la gravedad”.

También hay quien trata de jugar con códigos discursivos contemporáneos, como la greguería, la paradoja, las nuevas expresiones de agudeza o juegos de palabras o las exploraciones vanguardistas deudoras de la anti-poesía. En la mayoría están presentes el humor y/o la ironía, pero algunas veces éste es en sí mismo el fin último de un autor que ha descubierto el valor estético de una imagen incongruente, de una frase lapidaria vuelta del revés, de una errata, de una situación irrepetible.

No son pocos los estudiosos que ven la cuna del MCR en los epitafios, muy presentes en toda la cultura grecorromana. Se esté o no de acuerdo con este origen, lo cierto es que algunos epitafios, bien sean reales o pensados, son monumentos al ingenio y al humor, como el del Marqués de Sade: “Si no viví más fue porque no me dio tiempo”, o el atribuido a Groucho Marx, que no ha llegado a estar nunca sobre su tumba: Perdonen que no me levante”, pero también los que muestra la cultura popular, como el encontrado en un cementerio leonés: “Estoy muerto. Enseguida vuelvo”, o este otro hallado en una sepultura gaditana que, en su escueto planteamiento, encierra toda una doctrina filosófica: “Ná de ná”. Pero es, sin duda, el Epitafio de Nicanor Parra, contenido en sus Poemas y antipomeas (1954), en donde la narrativa breve y el poema se dan la mano.

Una variante con bastante éxito es la utilización de formatos mínimos contenidos en los medios de comunicación de masas, como los anuncios por palabras o el boletín de noticias. Juan José Arreola en L’Observatore se vale de un simple anuncio clasificado para plantearse la recuperación de las llaves del cielo por parte de San Pedro:

“A principios de nuestra Era, las llaves de San Pedro se perdieron en los suburbios del Imperio Romano. Se suplica a la persona que las encuentre, tenga la bondad de devolverlas inmediatamente al Papa reinante, ya que desde hace más de quince siglos las puertas del Reino de los Cielos no han podido ser forzadas con ganzúas”.

Pero la prensa ofrece otras posibilidades, como las columnas, artículos de opinión o recuadros que muchas veces acompañan a la crítica literaria. Una perspectiva diferente es la que ofrecían las columnas del difícilmente clasificable José Luis Alvite:

“A mí me gustan los poetas que te llegan al corazón después de haberte dejado una marca en el cuello”.

“Fellini y los surrealistas italianos explicaban el alma metiéndola en el cuerpo de Sofía Loren”.

“Por el aspecto del cadáver, parecía que se le había parado la digestión a la altura de la sien”.

Los «relatos brevísimos» utilizan, además de refranes, rimas, frases hechas, ciertas formas importadas de formatos extraliterarios, como el del diccionario, camino abierto ya por Ambrose Bierce con su Diccionario del diablo (1906), del que extraemos este pequeño ejemplo:

Día: “Período de 24 horas, mayormente desperdiciado. Se divide en día propiamente dicho y noche, o día impropiamente dicho; el primero se consagra a los pecados financieros, y la segunda a los otros pecados. Estas dos variedades de actividad social se complementan”.

Los textos extraliterarios también pueden proceder de teorías o hipótesis científicas, silogismos, sentencias basadas en doctrinas filosóficas o artísticas, etc., las cuales constituyen un buen suelo sobre los que construir MCR ingeniosos. Incluso hay quien echa mano de recetas culinarias, como es el caso de Pan, un interesante relato de la norteamericana Margaret Atwood en el que se involucra de lleno al lector.

Aunque el género epistolar haya sido abatido por las nuevas formas de correo electrónico o de twitter, cuyos famosos 140 caracteres sirven como excusa para llevar a cabo auténticos ejercicios de escritura de MCR (aunque no todo lo que se piensa que puede ser lo sea, ni mucho menos), todavía sigue ofreciendo alguna excusa a los creadores de MCR, como se puede comprobar en La carta escrita por Luis Mateo Díez:

“Todas las mañanas llego a la oficina, me siento, enciendo la lámpara, abro el portafolios y, antes de comenzar la tarea diaria, escribo una línea en la larga carta donde, desde hace catorce años, explico minuciosamente las razones de mi suicidio”.

Es evidente que la gran mayoría de los MCR son creaciones específicas: de corte clásico, moderno o posmoderno, de temática fantástica, policíaca, fabulística, fraternal, de carácter absurdo, paródico, satírico, etc., pero a lo largo de la historia de la literatura pueden encontrarse MCR incrustados, a propósito o no, al principio, en medio o al final de otras narraciones más largas o entre los versos de un poema. Así, la frase con la que Franz Kafka da comienzo a Metamorfosis es una verdadera joya del MCR, de la que es muy difícil desprenderse una vez leída e instalada en la memoria, aun cuando esté al acecho el picudo rojo del olvido:

“Cuando Gregorio Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto”.

Tampoco deja indiferente este otro texto de Juan Bonilla contenido en El que apaga la luz:

“…Fue a una copistería en la que se abrió el pecho y pidió, con su último aliento, que le hicieran tres fotocopias del corazón”.

E igualmente zarandean los adentros el siguiente texto contenido en uno de los minicuentos de Javier Tomeo. Corresponde al inicio de La muñeca hinchable:

“Cuando Desideria, mi muñeca hinchable, me abandonó por otro hombre, comprendí que mi soledad ya no tenía remedio”.

En cuanto a los poetas, se podría hacer una lista interminable de versos y estrofas que, por ellos mismos, constituyen un cuento extraordinario. Sirvan como ejemplo los de tres autores españoles actuales:

“¿Qué voy a hacer sin mí / cuando te vayas?”. (Belén Reyes)

“Ten cuidado, soldado. / Si pagas con tu vida / nadie te devolverá el cambio”. (Fernando Beltrán)

“Ceniza es la última palabra”. (Juan Vicente Piqueras)

Y atravesando géneros, épocas e intencionalidades, el maestro Jorge Luis Borges:

“Yo, que tantos hombres he sido, no he sido nunca aquel en cuyo abrazo desfalleciera Matilde Urbach”.