Crónica de la pugna entre dos personalidades excepcionales a quienes la ciencia convirtió en adversarios, la vibrante obra que nos ocupa instala al lector a bordo del Beagle en donde conviven en condiciones extremas un jovencísimo Darwin y un casi tan joven Robert FitzRoy, -capitán de aquel barco-, integrantes decisivos de aquella épica expedición Hacia los confines del mundo que sin saberlo, o sin saberlo en toda su magnitud, al zarpar rumbo a la Tierra del Fuego, navegaban hacia uno de los más deslumbrantes desafíos del conocimiento que la historia haya contemplado.

Objetivos antagónicos

Aunque la misión oficial del Beagle era cartografiar las ignotas costas de América del Sur, desde el primer momento Fitzroy se marcó otros dos objetivos de profundo calado: demostrar la igualdad de inteligencia de los hombres de las diferentes razas, tesis claramente enfrentada al sentir de la época, y ratificar como irrefutable lo que el libro del Génesis describe respecto al origen del mundo.

En el otoño de 1831, aquel oficial de la Armada de 23 años conoce y admite a bordo de su nave como naturalista a un aspirante a clérigo de sólo 21 llamado a convertirse en el creador de la teoría de la evolución de los seres vivos: Charles Darwin.

De los encuentros y desencuentros que en aquella legendaria travesía se produjeron trata este relato que deja claro el impacto que la expedición provocó sobre una sociedad, la del siglo XIX, inmersa en el debate sobre esclavitud y racismo y las difíciles relaciones entre colonialismo, creencias religiosas y ciencia.

Como el propio Darwin escribiría cuarenta y cinco años más tarde, aquel encuentro estuvo a punto de no producirse pues “tenía palpitaciones y dolores en el corazón y, como muchos jóvenes ignorantes, sobre todo si poseen ligeros conocimientos de medicina, llegué a convencerme de que estaba enfermo del corazón. Pero no consulté con ningún médico, pues estaba seguro de que su veredicto sería que mi estado de salud no me permitiría emprender aquel viaje por mar y yo, arriesgando mi condición física, estaba dispuesto a ir a cualquier precio”.

Y Darwin zarpó… la semilla de su revolucionaria tesis estaba plantada.

Evolución

El nombre de Darwin escrito está en la historia de los logros capitales de la ciencia y del pensamiento, pero menos conocida es la figura del marino Robert FitzRoy, sin cuya participación la teoría del naturalista nunca hubiera visto la luz. Así lo demuestra Hacia los confines del mundo, obra con la que Harry Thompson, el escritor y guionista tempranamente fallecido en 2005, con sólo 45 años, obtuvo los premios Booker y Pendleton May.

A lo largo de 900 páginas de apasionantes viajes, -el de la expedición en sí y el de la buena literatura-, vivimos como pese a sus diferentes temperamentos, una amistad sincera unirá a estos dos hombres que comparten idéntica pasión por la ciencia. Ambos ansían la verdad, aunque no tardarán en comprobar que su concepto de verdad es diametralmente opuesto. FitzRoy defiende a muerte sus creencias religiosas; Darwin madura la teoría con la que pasaría a la historia.

Y más

Las andanzas del bergantín Beagle y el dramático enfrentamiento a bordo entre sus dos ilustres ocupantes es también objeto central de Darwin contra Fitzroy, interesante visión de la que es autor Peter Nichols, editada en España por Temas de Hoy en 2004, que el autor presenta como “la verdadera historia del robo de un ballenero y el posterior secuestro de cuatro indígenas de Tierra del Fuego, cuyo bárbaro comportamiento en el Colegio de Walthamstow desembocó en el viaje de Darwin, en la destrucción de las más profundas creencias del hombre, y en el irónico y melancólico destino del capitán Fitzroy”.

El libro de Nichols refleja también que ambos personajes representaban mundos antagónicos en un momento especialmente dramático y marcado por el enfrentamiento entre la fe y la razón; entre la Biblia y la ciencia.

Como la obra concluye, el discurrir singular y apasionante de aquella expedición y las personalidades que la integran prefigura el advenimiento de la ciencia como dios mayor del siglo XX y simboliza el ocaso del espíritu romántico, una era en la que el honor y la lealtad, el sentido del deber y los ideales del Imperio (en este caso el británico) estaban muy por encima de la gloria personal.

La caja de Annie

Annie era “la alegría”. Una niña con un carácter “generoso, amable e inocente, que desafiaba al mundo con su jovialidad”. Los entrecomillados recogen el sentir y la descripción de Charles Darwin sobre su hija en una nota redactada pocos días después de la muerte de la pequeña con apenas 10 años.

Este fallecimiento, la pérdida de “esa luz que iluminaba nuestra casa y nuestras vidas” como consecuencia de una “fiebre biliosa”, fue devastador para el naturalista y condicionó el resto de su existencia.

Estas tribulaciones y ese ejercicio de exégesis de su inconsolable dolor fueron puntualmente vertidos por Darwin en apuntes y cartas que almacenaba en lo que él mismo llamó La caja de Annie, un baúl que fue heredado por Randal Keynes, tataranieto del científico, que da titulo a un interesantísimo libro cuyo núcleo principal es la correspondencia y otros elementos contenidos en aquella caja.

Keynes sostiene que la desaparición de Annie revolucionó la perspectiva de Darwin respecto a la religión y a la existencia de un ser superior y le acercó a su definitiva tesis sobre la evolución.

Reposado, respetuoso y muy fiel a los datos y documentos disponibles, el relato nos adentra en el discurrir íntimo del científico: su vida familiar, lo sorprendemos examinando plantas en los invernaderos en los que realizaba experimentos, en los senderos por los que paseaba, en el ambiente en el que fraguaba su teoría de la selección natural, y en su convicción de que el amor es el gran motor de la vida.

Plácidamente el texto nos acerca al hombre y, al hacerlo, ilumina al genio.

 

Hacia los confines del mundo
Harry Thompson
Narrativa Salamandra

Darwin contra Fitzroy
Peter Nichols
Temas de Hoy

La caja de Annie
(Darwin y familia)
Randal Keynes
Editorial Debate