Para Javier Gomá, la visión se produce cuando se obtiene una intuición completa y coherente de la realidad que habitualmente se percibe como un puzle incompleto, un sinsentido: «Es el instante en el que se alcanza, como decía el pintor Rafael, ‘una cierta idea de todo’; el momento en el que el hombre adivina esa idea de todo y es sorprendido por su intuición». A partir de esa experiencia, surge «el apremio y la angustia por crear un objeto que le dé a esa visión fijeza, perduración, sistema y visibilidad, impidiendo que se pierda en la corriente de la vida». Los dos instantes están en la génesis de la vocación literaria, que, según Gomá, tiene algo de «objetivo empobrecimiento, puesto que todas las capacidades –mentales, sentimentales, existenciales, mnemotécnicas– y todas las energías se concentran en una única dirección».

«Feroz, totalitaria, rapiñadora, absorbente», son algunos de los adjetivos con los que Gomá calificó la vocación literaria, antes de discutir la idea de cuño romántico y enorme éxito que afirma que quien se consagra a ella ha de «echar por la ventana el imperativo de ser hombre». Para el filósofo, la vocación es «egocéntrica, pero no egoísta; egocéntrica, en tanto se dedica a algo que se gesta en su propio yo; en absoluto egoísta, porque todo se pone al servicio de un objeto que no es el propio yo, antes al contrario, exige la capacidad de humillación y anulación del yo».

Anhelo y apremio

La vocación literaria se concreta en el «anhelo y el apremio de generar un texto, de juntar palabras, que, en su literalidad, en su secuencia exacta, emiten una radiación». Javier Gomá defendió que la filosofía comparte con la literatura el «enamoramiento de la palabra»: «La filosofía –añadió– nunca ha sido objeto de verificación científica. Dicho de otra forma, para la filosofía, como para la literatura, el consenso es su laboratorio de verificación».

Javier Gomá concluyó su intervención retomando algunas de las ideas sobre su propia vocación ya avanzadas en el corolario Raptado por las musas que cierra el libro Necesario, pero imposible, editado este mismo año. El filósofo confió a su auditorio que fue en su adolescencia «a los 16 o 17 años, cuando me enamoré de la Grecia arcaica y, de forma singular de la Odisea y la Ilíada, donde encontré la decantación de la paideia de un pueblo entero e intuí la idea del universal concreto«. Aquella fue la visión que alumbró la vocación filosófica y literaria de Javier Gomá. El ensayista mantuvo un diálogo con Manuel Borrás, el editor de los dos primeros libros de los cuatro que integran su obra filosófica, sobre el trayecto recorrido desde la visión hasta el cumplimiento de la misión.