Desde ese planteamiento el libro va dejando en el aire una serie de interrogantes: ¿Qué es el arte y cómo surgió?, ¿por qué el ser humano siente la necesidad de expresarse de ese modo?, ¿qué tienen en común un antiquísimo rollo de pergamino chino con la fotografía actual de un paparazzi?, ¿qué comparten una piedra prehistórica con el más reciente e innovador trabajo de vídeo de creación?

Abocados

Entrelazando de continuo tal juego de preguntas y dando foco y protagonismo a los objetos que la mano y la sensibilidad del ser humano ha ido ideando, moldeando, dibujando, esculpiendo, pintando, construyendo, depositando sobre el planeta y su historia, el autor nos apunta respuestas. Conclusiones a las que casi sin querer, como inexorablemente abocados, llegamos.

Esa hacha de sílex escondida más de 100.000 años en el subsuelo de las tierras Norfolk, en Inglaterra. Esas cabezas megalíticas que nos observan circunspectas desde hace 3.500 en las faldas de la Isla de Pascua. Ese pequeño quemador de incienso utilizado en china 120 años antes de Cristo. Esa talla arrancada a la roca que refleja en relieve el Descenso del Ganges en Mamallapuran, India. Y lámparas y papiros y audiovisuales y monedas y fotogramas y piedras y figuras y códices y la luz que al cruzar el cristal de las vidrieras de la Sainte-Chapelle, en París, nos deja en el ojo la belleza de La Anunciación

Todos esas piezas, todas esas obras nos llevan a la constatación de que desde aquellos primeros seres humanos que sintieron el impulso y la necesidad de crear formas a partir de la materia que a mano tenían, hasta la más moderna y rompedora de las instalaciones de una galería, los habitantes del mundo han sentido el deseo de plasmar lo que veían y sentían.

Nexos desconocidos

Vienen y van por la historia épocas, tendencias y estilos, pero, como Bell sugiere, no está ni mucho menos todo dicho y permanecen en la sombra misteriosas relaciones entre tradiciones y formas de entender aparentemente alejadas en el espacio y en el tiempo. Él ha querido profundizar en algunas de ellas para, encontrando nexos entre piezas muy distintas, revelarnos que el arte es un producto de nuestra experiencia compartida y, como un espejo, refleja la condición humana.

Desde la amenidad y la reflexión, Julian Bell considera la historia del arte como un marco en el que la historia del mundo, en toda su amplitud, nos es constantemente devuelta como un reflejo, no como una ventana que se abre hacia algún reino estético independiente… “Los espejos solo pueden funcionar con la luz que reciben, y aun así pueden mostrarnos las cosas de nuevo. Mi titulo –El espejo del mundo– también expresa lo que quiero creer: que las obras de arte pueden revelar realidades que de otro modo permanecerían invisibles, que pueden actuar como marcos de la verdad”.

Bell dixit y al dejarnos ante los ojos de un modo muy claro e inteligible toda la belleza de esta historia, vuelve a corroborar la afirmación del pensador español Jaime Balmes: una cosa es divulgar y otra muy distinta vulgarizar. Julian Bell nos instala en la mejor divulgación y en la senda de la más bella historia del arte jamás contada.

El Espejo del mundo
(La más bella historia del arte jamás contada)
Julian Bell
Paidós

 

El autorJulian Bell (Londres, 1952) es hijo del historiador Quentin Bell y nieto del Clive Bell, crítico de arte perteneciente al mítico Círculo de Bloomsbury, casado con la pintora Vanessa Bell, hermana de Virginia Woolf. Estudió literatura inglesa en Oxford y arte en la City & Guilds of London Art School, donde es profesor en la actualidad. Ha publicado crítica de arte en medios del prestigio del Times Literary, London Review of Books, The Guardian y The New York Review of Books.

Como pintor, Bell se inscribe dentro del moderno realismo urbano. Cuelga sus obras en las principales galerías de Londres y Nueva York desde la década de los años 70. Es, además, autor de un libro de poemas y dos tratados más sobre arte.