Pese a todo, rigor

Señalado este sinsentido de olvidos e inmerecimientos, hay que decir que el respeto que el premio de premios suscita se asienta con solidez no sólo en la tradición, sino en un riguroso sistema de selección que cada año arranca cuando la Academia Sueca -directa responsable del galardón literario- invita a cerca de un millar de expertos de todo el mundo a que presenten sus nominaciones.

De esta primera criba salen entre cien y doscientos nombres. Sobre cada una de estas figuras se trabaja en un proceso que se alarga más de ocho meses y en el que son consultados numerosos especialistas externos. En ese tiempo, y como consecuencia inevitable de filtraciones e indiscreciones, surgen los rumores, unos “posiblemente…” que en la práctica nunca o casi nunca han coincidido con el ganador final.

Es justo recalcar el rigor que preside el trabajo de unos comités sobre los que parecen pesar todavía las palabras del empresario y mecenas Alfred Nobel, creador de los Premios, que instó a que el galardón literario se otorgara a escritores de tendencia idealista. Una difusa sugerencia, ¿qué significa ser un escritor idealista?, que parece haber cerrado la puerta a una serie de deslumbrantes creadores a favor de otros, supuestamente idealistas, que han dejado una estela muchísimo menor en el universo de la creación literaria.

Pero así son las cosas y de pronto estallan nombres de los que el lector y el mundo apenas sabía, y se quedan en el tintero, con un palmo de narices, autores de enorme calado. Esta evidencia suscita dudas respecto al fondo del olvido y a los tejemanejes políticos que también pueden mover, y mueven, los hilos de la creación literaria.

Herta Müller

La de este año ha sido una sorpresa más. Discutible por cuanto en el horizonte de la literatura hay algunos perfiles claramente delimitados como merecedores del Premio. Pero… cuidado. Conviene no dejarse llevar por la primera impresión y formular a la ligera: ¿pero quién es; qué ha escrito? ¿Dónde están sus merecimientos?

Cuidado, pues esta autora rumana afincada en Alemania que responde por Herta Müller y que hasta ahora en España era muy poco conocida y todavía menos leída, aunque como sucede tantas otras veces, desde el momento en que los noticieros del mundo recogieron su nombre y su cara aniñada de ojos grandes y gesto desvalido, comenzaron a surgir notas y artículos firmados por quienes parecen conocerla como si la tuvieran permanentemente sentada en el salón de su casa. Florecen de pronto los que aseguran venir leyéndola desde hace siglos. En fin…lo de siempre.

Quien esto escribe, sólo y casi por casualidad había leído En tierras bajas, esa poética colección de relatos que editó Siruela hace algún tiempo. Llamaba la atención la fuerza de las imágenes que aquel texto contenía. Lo descarnado del argumento. La tristeza que destilaba la voz de aquella niña relatora que se erigía en eco de un ambiente rural y opresivo del que la escritora se valía para rescatar trozos de vida cotidiana y plantarnos ante los ojos desesperanzas, conflictos, supersticiones y sueños.

He releído este libro y me ha gustado más que en el primer envite. Me he acercado después a El hombre es un gran faisán en el mundo, despiadado retrato de la desintegración de una comunidad, también editado por Siruela, y acabo de terminar, gracias a un amigo que me la prestó pues de momento es inencontrable en librerías, La bestia del corazón, que en su momento había publicado Mondadori. También descatalogada está La piel del zorro, de Plaza Janés. No hay más Herta Müller en castellano. Confiemos en que ahora la cosa cambie.

Sin artificios

Por encima de todo se impone, aunque hablemos de obras en prosa, un tono profundamente poético. Tanto cuando esboza la historia de su pueblo, como cuando ahonda en las inquietudes sin salida de sus protagonistas Herta Müller no se anda con artificios. Agarra las palabras con decisión, las exprime sin piedad y cuando desembarcan en los ojos del lector, es esencia lo que nuestro cerebro capta. Médula literaria. Lenguaje en estado puro. Esa concreción, esa ausencia de florituras marca el tono paradójicamente envolvente de quien deja en sus escritos mucho de su propia y descarnada biografía.

Nieta de agricultores y humildes comerciantes que perdieron todo su patrimonio con el desembarco del régimen comunista. Hija de una deportada a un campo de trabajo en Ucrania, Herta Müller pertenece a una minoría germana de suabos instalados desde hace poco más de tres siglos, al aire de la necesidad de mano de obra barata demandada por el imperio austro-húngaro, en Rumanía.

Allí nació en 1953, en las calles de la pequeña población de Nitchidorf creció, allí estudió Filología Germánica y Rumana en la Universidad de Timisoara y allí sufrió la persecución implacable de los servicios secretos de Ceacescu, la despótica Securitate. Allí, en uno de los episodios más terribles de su historia, descubrió que su mejor amiga de la infancia trabajaba para el dictador y la espiaba. De allí, perseguida con la saña de los perversos, huyó en 1987 hacia Alemania Occidental, -en alemán, su lengua materna, ha escrito prácticamente toda su obra- en dónde reside desde entonces y en dónde, a través de unas 20 libros, poesía y prosa, que rescatan el drama de las minorías estigmatizadas en Europa por los totalitarismos y, muy especialmente, por el comunismo y el nazismo, se ha convertido en un referente literario y cultural.

Ahora ha recibido el Nobel con sorpresa y humildad: “No me lo merezco. Me siento abrumada”, fueron sus primeras palabras tras la noticia, “Hay otros muchos con méritos mucho mayores”, añadió. Seguramente es así. Cuando el próximo 10 de diciembre recoja el premio, en la cabeza de muchos bailará el nombre de alguien o alguienes que lo merezcan tanto o más, pero que nadie olvide que, a diferencia de lo que ha sucedido en otras ocasiones, Herta Müller es una más que digna ganadora.