Ahora es él, el propio Tabucchi, el que ha dicho adiós a todo esto. Cabe en la despedida recordarle como el escritor clave de su generación. Como el catedrático italiano de lengua portuguesa que se enamoró de la luz blanca del Atlántico instalada en la vertiente oeste de la Península Ibérica. El escritor que con una serie de títulos traducidos a 40 lenguas se adueñó de uno de los puestos de mando de la literatura europea y, libro a libro, gota a gota, nos fue sumiendo en una fascinación de horizontes infinitos.

Así ha sido desde Requiem, escrita en portugués, lengua que había aprendido “para poder leer de verdad a Fernando Pessoa”, que constituye un canto de desgarrada entrega no sólo al autor del Libro del Desasosiego, sino a todo una nación, Portugal, y muy especialmente a Lisboa, ciudad en la que ha acabado por fundirse con la saudade, los tranvías y la tierra. Ha muerto.

Lisboa enmudecía

Murió en domingo y sabemos que no fueron fáciles sus últimos tres días. El postrero amaneció vencido y no resistió la mañana completa. A los 68 años, exhausto y estragado por el cáncer, Tabucchi yacía sobre las sábanas del Hospital de la Cruz Roja, con las que sería finalmente cubierto. Lisboa enmudecía.

Nacido en Pisa el 23 de septiembre de 1943, crecido al aire de sus abuelos maternos, “de los que aprendí las cuatro o cinco cosas que me han guiado a lo largo de siempre”, en la cercana Vechiano, Tabucchi viajó pronto por España y Francia en donde descubriría la obra de un individuo enjuto que había escrito el poema Tabacaría. Esa lectura cambió su vida. Decidió estudiar portugués para poder leer aquella obra en su lengua de origen y le arrimó a un país del que se nacionalizó en 2004 y del que ya no se separaría hasta que alguien, el 25 de marzo, certificó que la vida se le había escapado.

Antes de sus tres últimos días, en las décadas previas, vivía a caballo entre la capital lusa y la Toscana en donde ocupaba la cátedra de literatura portuguesa de la Universidad de Siena. Escribía habitualmente en Il Corriere della Sera y en Le Monde e iba jalonando cada uno, dos años, con obras luminosas: Pequeños equívocos sin importancia, Sostiene Pereira, Sueño de sueños, Dama de Porto Pin, Nocturno hindú, El tiempo envejece deprisa… y un etcétera amplio que se cerró en 2011 con la publicación de Racconti con figure.

“El hombre es una criatura estúpida porque atisba una pequeña idea relacionada con la inmortalidad y quiere pensar que no morirá nunca”, había dicho.

En sus últimos tres días, él sabía bien que eso no era cierto y, como narraba al describir el aliento final de su admirado Pessoa, “abrió los ojos de par en par y sus manos se posaron sobre las sábanas”. Las suyas se han quedado inmóviles en un hospital de Lisboa. The end.