Así arranca Mi historia de amor con el arte moderno , el relato vital de la galerista, conservadora, comisaria artística y coleccionista Katharine Kuh.

Páginas de enorme interés en fondo y forma. En fondo porque posibilitan el acercamiento humano a pintores como Léger, Rothko, Duchamp, Kline o Edward Hopper, a escultores como Constantin Brancusi, o a arquitectos como Mies van der Rohe. En forma, porque el estilo de Kuh, que narra en primera persona, es directo y envolvente. Mezclando vivencias y opiniones edifica una prosa elegante que envuelve al lector y lo hace cómplice. El libro no tiene desperdicio. El que lo lee sale de sus páginas eufórico, deseando ver alguna obra de alguno de los autores de los que acaba de hacerse colega gracias a la visión de esta mujer que en 1935, a los 31 años, fundó en Chicago la mítica galería que lleva su nombre.

Narradora excepcional

Qué mirada tan inteligente sobre todo y sobre todos! Claro que, aparte de sus condiciones innatas,  la vida le enseñó mucho. Claro que los dieciséis años que pasó en el Instituto de Arte de Chicago, que coincidieron con la consolidación de esta institución como uno de los más importantes museos del mundo, le mostró una buena porción de lo que sobre arte moderno cabría aprender. Claro que su faceta de crítica artística en el Saturday Review le permitió analizar desde primerísima fila dos décadas decisivas de arte contemporáneo. Claro que…

Pero hay que saber vivirlo, digerirlo y trasladarlo y Kuh lo hace al modo de una excepcional narradora. Como ha dejado escrito su editora Avis Berman, Katherine Kuh, que luchó contra la poliomielitis desde los 10 años y paso largos períodos envuelta en un corsé de escayola, estuvo siempre demasiado implicada con la vida como para permitir que la muerte, ni por supuesto las opiniones de la gente, se interpusieran en el camino de su voz.

Cuando a los 87 empezó a escribir los recuerdos que integran Mi historia de amor con el arte moderno, no le preocupó la fuerza física ni la energía mental que pudiera demandarle dicha tarea…

Su implacable determinación echó por tierra las ideas estereotipadas de lo que era factible o prudente para una persona con su edad y sus achaques. Al morir, el 10 de enero de 1994, a los 89 años, había dejado escrita la esencia de una vida de textura fascinante.

De primera mano

Ejemplos…todos. Deja caer de primera mano, por ejemplo, aquella conversación en la que Walter Gropius le preguntó a van der Rohe: “Tanto trabajo y ¿qué hemos conseguido al final? ¿Una ventana panorámica?”

Relata los dolores terribles que soportaba a causa de su enfermedad cuando visitaba los estudios de Léger y Hopper, situados en las plantas altas de sus casas, y tenía que subir angostos tramos de escaleras de caracol.

Cuenta sin rubor, con orgullo, sus innumerables romances con artistas y no artistas, para señalar el punto de morbo que le proporcionaba conquistar a hombre casados. Y habla de la ternura de Kandinsky, al que compró un paisaje por cinco dólares; de la mirada del fotógrafo Ansel Adams; de los secretos de Duchamp y Man Ray; del impacto determinante que le proporcionó el acercamiento humano a Constantin Brancusi; del complejo de culpabilidad que le provocó el suicidio de Mark Rothko; de sus encuentros en Mexico con un silencioso Edward Hopper, “de cuya persona emanaba en todo momento un algo privado y retraído, casi inabordable. La última vez que lo ví, aproximadamente un año antes de su muerte, estaba alarmantemente encorvado. Aquella figura otrora imperiosa tenía ahora problemas para mantenerse en pie, la cabeza caída, hundida entre los hombros. Él, que siempre me había mirado de arriba abajo, me miraba ahora de abajo a arriba”.

Partícipes

Y como ésta miles de anécdotas y perspectivas y juicios y vivencias convierten el texto en una experiencia de interés grande. Un paseo con alguien que consideraba que el arte es un proceso solitario, casi siempre llevado a cabo por individuos solitarios.

“La única esperanza, tanto para los artistas como para su público, es una ruptura innovadora, valiente, en la educación artística del público. Luego, paulatinamente, un ojo paciente pero, espero, no pasivo, estará más capacitado para distinguir entre la auténtica invención y lo postizo”.

Y el libro crece ante nuestros ojos haciéndonos partícipes. Como si, en el fondo, fuera nuestra la mano que traza, el oído que capta, la sensibilidad que tuvo el privilegio de vivir aquellos momentos en los que, -a través de esos ejecutores que las páginas nos acercan- , el arte moderno se fuera consolidando como, y ya para siempre, una de nuestras secretas historias de amor.

Mi historia de amor con el arte moderno

(Secretos de una vida entre artistas)

Katharine Kuh

Turner