No responde Marías al perfil de erudito engolado, premeditadamente oscuro y encantado de citar a Kierkegaard. Es su exacto reverso: entra en la sala siempre con las dosis imprescindibles de ingenuidad y las ganas de dejarse seducir para luego dar cuenta de la película con un estilo transparente y entusiasta. Ahora el periodista Alfonso Basallo (Zaragoza, 1957) reivindica el valor, para nada anecdótico, de esta faceta del pensador en su libro Julián Marías, crítico de cine. El filósofo enamorado de Greta Garbo.

Rara avis

Lo mejor del concienzudo trabajo de Basallo no se localiza en el análisis que hace del modo en que Marías construyó sus textos sobre cine o en el repaso excesivamente detallado de sus filias (mayormente estadounidenses: Ford, Hawks, Wilder…) y fobias (tirando a europeas: Antonioni, Fellini, Bergman…). Su mayor mérito lo encontramos en el estudio de esa manera de ver y escribir sobre películas que fue propiedad casi exclusiva de Julián Marías: el apunte y la reflexión antropológicas aplicadas al Séptimo Arte. El cine le ofreció ejemplos conocidos por todos para seguir abordando aspectos biológicos y sociales del hombre.

Para Basallo, la conexión entre filosofía y cine en la obra de Marías es más que patente. Considera que algunas de sus obras capitales (Antropología metafísica, La educación sentimental) se alimentaron claramente de “ese laboratorio de ideas que son las películas”. Todo ello sin pasar por alto el objetivo de la crítica: establecer un dictamen -bien argumentado- que permita al espectador saber si merece o no la pena ver la película en cuestión.

De cultura enciclopédica y traductor de Leibniz y Aristóteles, el Marías Crítico no escribía para listos, sino para todos los públicos. Convencido como estaba del potencial educativo del cine, de su extraordinaria validez para presentar “escorzos concretos de la realidad humana”, la mayoría de sus reseñas contienen alguna observación antropológica, cultural o sociológica. Elijamos unas cuantas secuencias de grandes películas, momentazos de la historia del celuloide que por distintos motivos se revelaron de especial interés para el Marías Filósofo.

La educación empieza por pronunciar correctamente

De My fair lady (1964), el musical de George Cukor galardonado con ocho premios óscar, Marías destacó la importancia de emitir y articular sonidos correctamente cuando se habla. La cinta protagonizada por Audrey Hepburn y Rex Harrison cuenta la historia de un lingüista dispuesto, por una apuesta, a convertir en menos de seis meses a una florista malhablada en una dama de la alta sociedad. “Cuando Eliza (Hepburn) empieza a pronunciar de otra manera, su psique entera, su rostro, su cuerpo va adaptándose a la nueva tonalidad. Toda su vida se ordena de manera diferente. Al refinamiento de la dicción exquisita, flexible y rigurosa a un tiempo, acompaña el de la voz, los movimientos de labios y lengua, los gestos de las manos, la tensión muscular, la armonía de los miembros, y desde ahí parte la gran transformación de los sentimientos hasta las ideas”. Ya saben: the rain in Spain. O la versión andaluza del asunto: “la lluvia en Sevilla es una pura maravilla”.

Somos dramas convivenciales

El pequeño salvaje (1970) es una de las mejores películas de François Truffaut, director que no fue precisamente santo de la devoción de Marías. Esta joya del cine europeo describe una historia real del siglo XVIII: el proceso educativo de un niño que creció completamente aislado en un bosque. Nunca el descubrimiento del lenguaje se ha contado mejor que en este filme, seco a la par que emocionante. Marías encontró en él el ejemplo perfecto para apuntar que el hombre o es social o no es. “La vida humana está hecha de convivencia. La realidad humana no es simplemente un organismo que se desarrolla biológicamente; es un drama convivencial que acontece”. Tal cual.

El hombre y la turba

En el territorio de la infancia se encuentra una de las cimas de los sesenta, Matar a un ruiseñor (1962), película que figura entre las predilectas de Marías. La cinta de Robert Mulligan, basada en la novela homónima de Harper Lee, retrata la justificada admiración de dos hijos, huérfanos de madre, por su padre, Atticus Finch, que interpretó Gregory Peck.

Atticus es el único abogado de una población sureña dispuesto a defender a un hombre negro acusado de haber violado a una mujer blanca. Marías advirtió que no era ésta una película más sobre la segregación, sino un ejemplo inmejorable de “hasta qué punto la infancia consiste en un proceso de personalización de todo”. Para ilustrar esta idea, el filósofo eligió una secuencia formidable, aquella en la que un grupo de hombres blancos se presenta de noche en la puerta de la cárcel custodiada por el abogado Atticus dispuestos a linchar al prisionero. Irrumpe entonces la hija del letrado. “La niña habla personalmente a uno de los hombres, a quien conoce, con cuyo hijo va a la escuela; le habla de sí mismo, le da recuerdos para el niño; todo se transforma: la vida privada, la vida personal, ha irrumpido en la escena que ya era violenta y se iba a tornar dramática. La ‘gente’ deja paso al ‘hombre’. Y la turba, humanizada, vuelve a ser un grupo de personas que vuelven pacíficamente a sus casas”.

Los pícaros del XVI en el Chicago de los años 30

El golpe (1973) fue la segunda colaboración de las estrellas Paul Newman y Robert Redford tras Dos hombres y un destino (1969). En esta historia de dos timadores profesionales que diseñan un plan para vengarse de un gánster muy poderoso, Marías identificó el verdadero espíritu de la novela picaresca española del siglo XVI: el ingenio como arma. No se busca matar al rival, sino burlarse de él. “El pícaro pretende ser más listo que el otro, quedar encima, engañarlo y por supuesto conseguir alguna ventaja, pero sobre todo mostrarle que lo han engañado, que ha hecho el primo”.

La gran carcajada

Para Marías, el cine descansa en la realidad de los actores y para juzgarlos exige que el personaje de ficción encarnado por ellos sea una persona única e insustituible, y no un estereotipo. Ponía la mejor nota a aquellos intérpretes capaces de insuflar vida a esas criaturas sin dejar de ser a la vez ellos mismos (John Wayne, Marcello Mastroianni, Spencer Tracy, Cary Grant…). Su debilidad, como subtitula Basallo en su libro, fue Greta Garbo, La Divina. La actriz que no reía nunca hasta que lo hizo y lo hizo en una de las mejores comedias de todos los tiempos: Ninotchka (1939), de Ernst Lubitsch. Garbo laughs!

julian-marias-critico-de-cineJulián Marías, crítico de cine.
El filósofo enamorado de Greta Garbo
Alfonso Basallo
Fórcola Ediciones
384 p
23,50 euros