Ensayos, escritos memorialísticos, versos… textos todos sobre el exilio, la incertidumbre y el dolor «al borde del abismo» de quien insiste en que «cuando escribo un poema me aligero, me alegro, me libro de la gravedad».

Autorretrato

Entre ordenador, lápiz y máquina de escribir
se me pasa la mitad del día. Algún día se convertirá en medio siglo.
Vivo en ciudades ajenas y a veces converso
con gente ajena sobre cosas que me son ajenas.
Escucho mucha música: Bach, Mahler, Chopin, Shostakovich.
En la música encuentro la fuerza, la debilidad y el dolor, los
tres elementos.
El cuarto no tiene nombre.
Leo a poetas vivos y muertos, aprendo de ellos
tenacidad, fe y orgullo. Intento comprender
a los grandes filósofos -la mayoría de las veces consigo
captar tan solo jirones de sus valiosos pensamientos.
Me gusta dar largos paseos por las calles de París
y mirar a mis prójimos, animados por la envidia,
la ira o el deseo; observar la moneda de plata
que pasa de mano en mano y lentamente pierde
su forma redonda (se borra el perfil del emperador).
A mi lado crecen árboles que no expresan nada,
salvo su verde perfección indiferente.
Aves negras caminan por los campos
siempre esperando algo, pacientes como viudas españolas.
Ya no soy joven, mas sigue habiendo gente mayor que yo.
Me gusta el sueño profundo, cuando no estoy,
y correr en bici por caminos rurales, cuando álamos y casas
se difuminan como nubes con el buen tiempo.
A veces me dicen algo los cuadros en los museos
y la ironía se esfuma de repente.
Me encanta contemplar el rostro de mi mujer.
Cada semana, el domingo, llamo a mi padre.
Cada dos semanas me reúno con mis amigos,
de esta forma seguimos siendo fieles.
Mi país se liberó de un mal. Quisiera
que le siguiera aún otra liberación.
¿Puedo aportar algo para ello? No lo sé.
No soy hijo de la mar,
como escribió sobre sí mismo Antonio Machado,
sino del aire, la menta y el violonchelo,
y no todos los caminos del alto mundo
se cruzan con los senderos de la vida que, de momento,
a mí me pertenece.

«La poesía mató al comunismo», afirma quien vio como el comunismo prohibía la publicación y difusión de sus obras en Polonia, lo que le abocó al exilio, primero en París y más tarde en Houston y Chicago, en donde vivió hasta su regreso a Cracovia en 2002, ciudad en la que sigue residiendo.

Al cabo de los años he vuelto a ti,
gris y bella ciudad,
ciudad que no cambias,
sumergida en las aguas del pasado.

Adam Zagajewski. Desde siempre la poesía ha sido y sigue siendo su refugio, «un arma muy poderosa frente a los totalitarismos porque busca la verdad y consigue desmontar los subterfugios de las ideologías».

Aunque «ahora ese peso es menor a causa del presente populismo difuso, que es una forma de semifascismo, porque la gente no respeta las palabras. Y no les importa la verdad. Pero yo sigo amando esta forma de creación que la busca».

La poesía es búsqueda del resplandor

La poesía es un camino real
que nos lleva hasta lo más lejos.
Buscamos resplandor en la hora gris,
al mediodía o en las chimeneas del alba,
incluso en el autobús, en noviembre,
cuando al lado dormita un viejo cura.
El camarero en el restaurante chino
estalla en llanto y nadie imagina por qué.
Quién sabe, quizás esto también es una búsqueda
que se parece a un instante a la orilla del mar,
cuando en el horizonte aparece un barco rapaz
y se detiene, paralizado largo tiempo.
Pero también, momentos de profunda alegría
e incontables momentos de angustia.
Déjame ver, por favor.
Déjame persistir, por favor.
Al atardecer cae una fría lluvia.
En las calles y avenidas de mi ciudad
en silencio y con fervor trabaja la oscuridad.
La poesía es búsqueda de resplandor.

Amigo y admirador de otros grandes poetas polacos, desde Wislawa Szymborska a Herbert pasando, por supuesto, por Czeslaw Milosz, del que escribió:

«… A veces usted habla con tal tono / que, de verdad, el lector cree / por un instante / que cada día es sagrado / y que la poesía, cómo expresarlo, / redondea la vida, haciéndola / plena, orgullosa, sin avergonzarse/de la fórmula perfecta».

Casi en cada declaración Zagajewski se declara también heredero en permanente deuda con poetas como Rainer Maria Rilke, Josep Brosky, Octavio Paz, Nelly Sachs o Antonio Machado:

En la belleza creada por otros

Solo en la belleza creada
por otros hay consuelo,
en la música de otros y en los poemas de otros.
Sólo otros nos salvan,
aunque la soledad sepa a
opio. Los otros no son el infierno,
si se les ve temprano, con sus
frentes puras, lavadas por sueños.
Por eso me pregunto qué
palabra debería utilizarse, «él» o «tú». Cada «él»
es una traición a un cierto «tú» pero
a cambio el poema de alguien
ofrece la fidelidad de un grave diálogo.

Escribía en la oscuridad

Cuando vivía en Estocolmo, Nelly Sachs
trabajaba por las noches con una luz apagada
para no despertar a su madre enferma.
Escribía en la oscuridad.
La desesperación le dictaba palabras
tan pesadas como colas de cometa.
Escribía en la oscuridad,
en silencio, que sólo interrumpía
el reloj de pared con sus suspiros.
Hasta las letras eran soñolientas,
sus cabezas caían en las hojas.
La oscuridad escribía
tras coger esta mujer ya no joven
como si fuese su pluma.
La noche se compadecía de ella,
sobre la ciudad se erigía
una gris prisión del alba,
la aurora de dedos rosa.
Cuando se dormía ella
los mirlos ya despertaban
y no hubo ninguna pausa
en la tristeza y el canto.

Defensa de la poesía como tabla de salvación y meditación sobre la historia, sobre el arte y sobre el valor de lo pequeño frente a la incertidumbre, –continua la oscuridad como metáfora– de la existencia. «En la poesía están todas las explicaciones», dice quien añade: «Detesto los poemas vacíos como meros juegos lingüisticos».

De las vidas de las cosas

La piel perfecta de las cosas se extiende sobre ellas
tan cómodamente como una carpa de circo.
La noche se acerca.
Bienvenida, oscuridad.
Adiós, luz.
Somos como párpados, afirmamos cosas,
tocamos ojos, pelo, oscuridad,
luz, India, Europa.
De repente me encuentro preguntando: «Cosas,
¿conocéis el sufrimiento?
¿Habéis estado alguna vez hambrientas, en la miseria?
¿Habéis llorado? ¿Conocéis el miedo,
la vergüenza? ¿Habéis conocido los celos, la envidia,
pequeños pecados, no de comisión,
pero tampoco curados por la absolución?
¿Habéis amado, y muerto,
de noche, con el viento abriendo las ventanas, absorbiendo
el frío corazón? ¿Habéis probado
la edad, el tiempo, el duelo?».
Silencio.
En la pared, baila la aguja de un barómetro.

Zurbarán

Zurbarán pintó
santos españoles
y naturalezas muertas,
los alternaba,
y por eso los objetos
que yacen en las pesadas mesas
de sus naturalezas muertas
son, también, santos.

Y, al cabo, la música como nexo de casi todo:

«La música que escuché contigo
se quedará con nosotros para siempre…
La música que escuché contigo
callará junto con nosotros».

Así lo escribió en su poemario Antenas este melómano entregado que fluctúa entre el jazz y los clásicos más clásicos. Quien ha expresado con contundencia el deseo de que la Pasión según San Mateo, de Bach, resuene en su funeral: «Aunque parezca cándido, me gustaría que mi ser se diluyese entre esos acordes profundamente espirituales».

Que así sea.