Paseaba de la mano de Ana, mi hija, tres años entonces, entre las casetas de aquella Feria del Libro. Nos paramos ante una de ellas y yo ojeé el volumen grueso de sus Cuadernos de Lanzarote y decidí llevármelo. Cuando levanté la cabeza para pagarlo, al lado mismo de quien me iba a cobrar estaba él, casi solo, sonriente, y en su español aportuguesado dijo: “Gracias. ¿Quiere que se lo firme?”. Lo firmó, claro. Y ahora tengo delante de los ojos su recuerdo y aquellas líneas que escribió en la segunda página del libro.

Estaba casi sólo y al ver a la niña, Ana, mi hija, tres años entonces, salió de la caseta, le acarició la cabeza comentó algo de lo conveniente de que los niños se familiaricen con los libros cuanto antes y le regaló un globo rojo que sacó de algún sitio. Así fue el encuentro. Así quedó en mi memoria la primera postal, aquella primavera.

Postal 2

En 1998 le otorgan el Nobel. Un año después asisto en Lisboa a unas jornadas sobre Pessoa, poeta del que yo había comenzado algún tiempo antes a intentar una especie de visión directa a través de testimonios de quienes lo habían conocido (entrevistas a su hermana, a uno de los camareros que le atendían a diario en el café A Brasileira, al hijo de un casero…). En aquellas jornadas sobre Pessoa estaba y a él me acerqué con la excusa de aquella anécdota con la niña dos años antes en el Retiro de Madrid.

Él, claro, no se acordaba pero me preguntó el porqué de mi presencia en aquellas sesiones. Le hablé de lo del periodismo, de mi interés por el poeta, de la fascinación que tuve siempre por Portugal, acaso por razones de proximidad –soy gallego–… Hablamos un buen rato y allí mismo fue creciendo la entrevista.

Volví al hotel conmocionado. En un mundo de egos y tantos otros etcéteras superficiales, tanta baratija, tanta mediocridad en tantos, había tenido la oportunidad de estar y de escuchar a un hombre que desde la humildad y como sin quererlo, dejaba en cada frase un poso de verdad; la honda dimensión de los elegidos.

Postal 3

En la tercera de estas instantáneas dos encuentros más y cuatro o cinco llamadas telefónicas. De nuevo el periodismo como eslabón. En mi calidad de editor de la revista Jano le invité a incorporarse a nuestra publicación a través de una página literaria de la que él mismo sugirió titulo: “Desde fuera”.

Nos vimos dos veces en Madrid; una comida y un café inolvidables. Pese a su disposición, el teléfono fue confirmando lo utópico de aquel mi deseo por cuanto la enfermedad había comenzado su trabajo.

En la última conversación, con una conmovedora sencillez, dejó claro que necesitaba descanso.

Postal 4

Fin de viaje. No se cumplió aquello que gravitaba sobre su obra Las intermitencias de la muerte en la que se nos habla de un mundo en el que ésta decide suspender su trabajo letal y la gente deja de morir. No ha sido así en este convulso 18 de junio de 2010. Ruedan por el mundo las palabras de su ausencia.

He corrido al encuentro de su caligrafía. Abro el libro. Busco la segunda página. Toco el papel donde un día de la primavera de 1997 posó su mano y la retuvo mientras, sonriente (así lo rescata la memoria), escribía unas líneas a las que no puedo, ni nunca podré ya volver sin emocionarme.