A las circunstancias de cambio que afectan a la industria editorial en cualquier parte del mundo, en el espacio editorial iberoamericano se añaden otras muy específicas derivadas de los grandes cambios económicos, sociales, educacionales y culturales que se están produciendo en una región ya de por sí muy diversa.

Los participantes en el encuentro, en su mayoría editores independientes, tocaron numerosos temas en torno a la industria del libro, desde las posibilidades que ofrecen las nuevas tecnologías hasta problemas como la piratería o la salvaguarda de los derechos de autor. También disfrutaron hablando del día a día de una profesión para la cual, aseguraban, es necesaria mucha vocación, pues, citando a H.G. Wells, “no hay pasión en el mundo comparable a la de intervenir los manuscritos de otro”.

España e Iberoamérica

Durante el encuentro se ha elogiado el desarrollo del sector editorial español, consagrado en las últimas décadas gracias a que se entendió que el mercado en lengua española tenía unas posibilidades infinitas y así el libro se fue convirtiendo en uno de los principales productos españoles de exportación.

Marcelo Uribe, director de Ediciones Era (México), ha destacado la increíble desproporción en la tasa de intercambio de libros entre España e Iberoamérica: México, en particular, envía menos de un ejemplar a España por cada 100 libros que le llegan desde nuestro país. Uribe habla, además, de la decadencia que sufren las librerías mexicanas; la política de concentración privilegia a la Ciudad de México y la existencia de Estados prácticamente despoblados de librerías. “La red librera es raquítica en México y se ha reducido aún más en los últimos cuarenta años. Caminar por el centro del DF es caminar por un cementerio de librerías”, ha apuntado Uribe. Este mismo problema es percibido por las editoriales de otros países que temen una posible «desaparición total de las librerías».

El apoyo por parte de las instituciones al mercado minoritario y a la buena distribución, por otra parte, es mínimo, y las ayudas se concentran en el ámbito de la creación literaria y no, como apunta Gabriela Adamo, ex directora de la Feria del Libro de Buenos Aires, a la protección y consumo del libro, esto es, a la creación de lectores.

Los editores de libros en español y portugués se enfrentan, además, a un mercado caracterizado por la complejidad de perfiles de lectores, e insisten en la necesidad de equilibrar una oferta de contenidos locales y globales. Para Manuel Ramírez, editor de Pre-textos (España), considerar las necesidades del lector es de las labores más importantes para el editor: “Es fundamental establecer una línea de trabajo clara, continuista pero abierta; los lectores cada vez se resisten más a que les den gato por liebre”. Añade críticamente que se han generado ciertos vicios inaceptables, como «colarles continuamente los remanentes de stock de España a las librerías iberoamericanas».

La transición digital

Como en el resto de esferas de nuestra vida, las nuevas tecnologías han abierto importantes desafíos en el mercado del libro. Para los participantes en el encuentro resulta evidente que en este periodo, uno de transición hacia nuevos formatos en la edición, es necesario que todos los agentes de la cadena de valor del libro se replanteen sus modelos de actuación, y se creen, entre otras cosas, nuevas formas de relacionarse con los lectores, formatos híbridos e interactivos de libros y bibliotecas digitales, aunque esto no implique, por supuesto, la extinción de la edición en papel.

En cualquier caso, en el encuentro se ha hecho hincapié en cómo los cambios tecnológicos afectan a toda la cadena de valor del libro, y se ha señalado repetidamente que el oficio de editar resulta más necesario que nunca en una era de información indiscriminada en la que el editor ha de ejercer una labor de puente entre creadores y lectores.

Ante los cambios que trae la era digital es inevitable preguntarse: ¿Tienen miedo algunos a que las posibilidades de las nuevas tecnologías hagan tambalearse a la industria editorial y que el libro encuentre otros caminos independientes? El tema de la autoedición parecía ser, para todos los ponentes en el encuentro, un terreno más bien pantanoso. Se remarcó en todo momento la importancia de una figura que, más aún en la confusión selvática de internet, funcionara como filtro e impusiese ciertos criterios para la publicación de textos.

Edición independiente

Todos los participantes en el encuentro han concluido que la edición independiente es la generadora más importante de proyectos innovadores, de energía creativa y de cambio social a través del libro, y representa una garantía de diversidad cultural imprescindible en el actual panorama de globalización de contenidos.

En Iberoamérica hay, en general, un buen número de casas independientes llenas de energía e ideas, pero desafortunadamente se encuentran con pocas posibilidades de subsistencia frente al acaparamiento del mercado por parte de las grandes empresas y un mercado de librerías con fuertes tendencias monopólicas. “Durante siglos la edición consistía simplemente en la voluntad de difundir algo que le gustaba a uno y quería compartir”, recuerda Marcelo Uribe, “sin embargo a mediados del siglo XX comenzaron a crecer los gigantes editoriales y con ellos la ambición de capital, que muchas veces va acompañada de una censura comercial”.

Las políticas de falsos descuentos, los precios inflados y la existencia de cadenas ingentes con sucursales pequeñas y bastante poco surtidas es una realidad preocupante. Así, el apoyo de las instituciones en todas las etapas de la cadena de valor del libro, muy especialmente en la regulación de distribución y precio, las ayudas a la traducción y la financiación de inversiones en tecnología, entre otros, resultan imprescindibles para paliar las limitaciones para el desarrollo de las editoriales independientes en Iberoamérica.

Piratería y derechos de autor

Casi ninguno de los participantes se olvidó de hacer referencia de forma condenatoria a la piratería, y en las conclusiones finales de las jornadas se afirmó que el desarrollo de la industria editorial está fuertemente amenazado en los países de lengua española y portuguesa, que cuentan con unos mercados con altos índices de piratería.

Hay una diferencia crucial entre la piratería que se practica en España y la de la mayor parte de Iberoamérica: mientras que en la primera hablamos de descargas cibernéticas, en los países del otro lado del Atlántico se trata de la copia de libros en papel. Si bien, comenta Marcelo Uribe, las copias piratas de libros comenzaron en México con ediciones más bien precarias y de bajísimo precio, pocos años más tarde se hacía difícil para un editor diferenciar entre una edición legítima y una pirata. En este momento, según Uribe, el volumen de libros pirata que circulan en México es masivo e incuantificable, y de alguna manera testimonia el fracaso de las redes de distribución y del buen funcionamiento de las librerías: “Es una pena que le haya tocado a la piratería acercar el libro a la calle”, asegura.

En muchos casos, además, se acusa a las autoridades de establecer pactos con los piratas, asentados en estructuras donde la corrupción y la impunidad se extienden en redes impenetrables; así lo asegura José Luis Toores Vitolas, fundador y director de la editorial Casa de Cartón (Perú-España). También deja una pregunta interesante en el aire: ¿Cómo las tan aclamadas afirmaciones que aparecen en estadísticas anuales de que en países como Perú o México no se lee pueden confrontarse con el éxito imparable de la piratería de libros?

Propiedad intelectual

Otro de los aspectos vinculados con la legalidad que se discutió en la conferencia tocaba el también resbaladizo asunto de los derechos de autor y la propiedad intelectual. Alejandro Kandora, director de la editorial Tajamar (Chile) y vicepresidente de SADEL, no duda en asegurar que la legislación que regula los derechos del autor literario está llena de agujeros; comenta, por ejemplo, el caso de Kazantzakis, uno de los más importantes escritores griegos del siglo XX, cuya obra ha permanecido desde su muerte en la más absoluta oscuridad por el traspaso de los derechos de autor a manos de particulares, lo que ha privado al mundo de disponer de una obra bien editada, traducida y distribuida de acuerdo a su enorme importancia.

Y no se trata de un caso aislado en el que las legislaciones respecto a derechos de autor y propiedad intelectual sean desmesuradas y castrantes y se vinculen sintomáticamente a los intereses de las grandes empresas, como ocurrió, ejemplifica Kandora, con el caso del ratón más famoso de Disney: la voluntad por parte de la poderosa empresa de mantener el copyright de las producciones sobre Mickey Mouse ejerció suficiente presión para que la duración de los derechos se cambiara de 50 a 70 años en la que acabó conociéndose como la Ley Mickey Mouse.

A partir de estas anécdotas surgen preguntas obvias: ¿Es la propiedad intelectual un derecho privado que debe durar para siempre? ¿En qué momento la sociedad pasa a adquirir esa “propiedad” como un simple bien cultural común? Es imprescindible priorizar el derecho de la gente de disfrutar de los bienes culturales y desvincular a estos de intereses mercantilistas que los acaparen y manipulen dañinamente, pero ante el gigante de internet y la idea de la facilidad de acceso a los mismos, cabe hacerse ciertas preguntas, por ejemplo: ¿Es una verdadera democratización cultural la que nos ofrece internet saboteando el copyright, o es un cambio de mentalidad que devalúa los bienes culturales –y a sus productores- al aplicarles automáticamente la etiqueta de la gratuidad?

El abanico de preguntas es grande y encuentros como el organizado por Casa del Lector ayudan a reflexionar sobre ellas. Los editores que participaron en él pusieron muchas sobre la mesa mientras demostraban la importancia de un oficio que, bien hecho, se encarga de poner en nuestros estantes lo mejor del pensamiento, ya que, como alguien afirmó, “el mejor libro que puede escribir un editor es su propio catálogo”.