Hombre de espíritu inquieto y alma viajera, el recorrido vital de León el Africano se inicia en Granada, ciudad de la que tuvo que marcharse cuando todavía era un niño de corta edad por el exilio de su familia, tras la conquista por los Reyes Católicos, y tuvo su pleno desarrollo en la primera mitad del siglo XVI, en uno de los períodos más dramáticos del enfrentamiento entre el Imperio Otomano y la Cristiandad.

Pasó su juventud en Fez, en cuya universidad estudió leyes, y pronto acompañó a su tío, embajador del sultán de Fez, en misiones diplomáticas que lo llevaron al Magreb y el Oriente Próximo, visitando, entre otras ciudades, Constantinopla, El Cairo, Asuán, Tombuctú, Beirut y Bagdad. En poco tiempo cruzó varias veces el Mediterráneo y recorrió todas sus orillas, lo que ha llevado a la historiadora Natalie Zemon Davies a considerarlo como “un viajero entre dos mundos”.

En junio de 1518, mientras regresaba a casa después de comandar una embajada en la corte otomana de Selim, en Constantinopla, su navío fue apresado cerca de Creta por un bajel corsario, tripulado por cristianos y probablemente capitaneado por Pedro Cabrera de Bobadilla. Los cristianos, al reconocer su inteligencia y saber, en lugar de venderlo como esclavo, lo llevaron a Roma y lo ofrecieron al Papa León X. Tras un breve periodo de cautiverio y aceptar la fe católica, fue liberado y bautizado con el propio nombre del Papa: Giovanni Leoni de Medici, aunque pronto se le conoció con el sobrenombre de León el Africano.

Todo lo que conocía

Motivado por el pontífice a que expusiera en un compendio todo lo que conocía de África, Hassan, o León, pasó varios años en Roma escribiendo la Descripción general de África y de las cosas peregrinas que allí hay, obra que, además de las descripciones geográficas que contiene, constituye un auténtico relato de las aventuras vividas por selvas y desiertos, por mares y montañas, por ciudades y aldeas, y marcaría en adelante los viajes al Continente africano. También contiene algunas notas autobiográficas, como la siguiente:

“A mí, Hasan, hijo de Mohamed el Alamín, a mí, Juan León de Médicis, circuncidado por la mano de un barbero y bautizado por la mano de un papa, me llaman hoy el Africano, pero ni de África, ni de Europa, ni de Arabia soy. Me llaman también el Granadino, el Fesí, el Zayyati, pero no procedo de ningún país, de ninguna ciudad, de ninguna tribu. Soy hijo del camino, caravana es mi patria y mi vida la más inesperada travesía. Mis muñecas han sabido a veces de las caricias de seda y a veces de las injurias de la lana, del oro de los príncipes y de las cadenas de los esclavos. Mis dedos han levantado mil velos, mis labios han sonrojado a mil vírgenes, mis ojos han visto agonizar ciudades y caer imperios. Por boca mía oirás el árabe, el turco, el castellano, el bereber, el hebreo, el latín y el italiano vulgar, pues todas las lenguas, todas las plegarias me pertenecen. Mas yo no pertenezco a ninguna. No soy sino de Dios y de la tierra, y a ellos retornaré un día no lejano. Y tú permanecerás después de mí, hijo mío. Y guardarás mi recuerdo. Y leerás mis libros. Y entonces volverás a ver esta escena: tu padre, ataviado a la napolitana, en esta galera que lo devuelve a la costa africana, garrapateando como mercader que hace balance al final de un largo periplo. ¿Pero no es esto, en cierto modo, lo que estoy haciendo: ¿qué he ganado, qué he perdido, qué he de decirle al supremo Acreedor? Me ha prestado cuarenta años que he ido dispersando a merced de los viajes: mi sabiduría ha vivido en Roma, mi pasión en El Cairo, mi angustia en Fez, y en Granada vive aún mi inocencia”.

Al parecer, tras la muerte de su mentor, vivó en varias ciudades italianas (Bolonia, Florencia, Nápoles…), marchando más tarde a Berbería, en donde se le pierde la pista y se supone volvería a abrazar su antiguo credo antes de morir.

Literatura aljamiada

Un capítulo que no debe ser pasado por alto es el relativo a los itinerarios y viajes de la literatura aljamiada o aljamía, una singular simbiosis entre el idioma árabe y las lenguas romances habladas en la Península Ibérica, que dio por resultado la escritura con caracteres árabes del castellano, el aragonés y el resto de hablas peninsulares derivadas del latín vulgar. El fenómeno comenzó en la época tardía del Al-Andalus, tras la caída de Constantinopla, y tuvo su mayor apogeo en el seno de las comunidades moriscas distribuidas por la geografía española durante el siglo transcurrido entre el decreto de expulsión o conversión de los musulmanes firmado por los Reyes Católicos (1502) y el de la definitiva expulsión de España de los moriscos rubricado por Felipe III (1609).

La Tafsira Tratado del Mancebo de Arévalo, escrito en aljamía a principios del siglo XVI, es un texto fascinante en el que se relata el viaje emprendido desde la histórica ciudad abulense a Granada por un joven ilustrado al que se le ha encomendado por parte de la comunidad morisca recoger en un texto los fundamentos de la fe y de los ritos del Islam, que la mayoría de la población empieza a no conocer bien.

El mancebo relata su viaje por tierras de Castilla, Granada y Aragón dentro de la conocida tradición islámica de “viajar en busca de la ciencia”, documentándose en bibliotecas y fuentes antiguas, visitando a viejos maestros y supervivientes de la conquista de Granada y describiendo a aquellas personas con las que se entrevista y de las que aprende. Así, aparecen en sus páginas personajes tan singulares como la maga, partera y experta en El Corán Nuzaita Kalderán, que vive en un pueblo de Cuenca, tras haber viajado por Egipto, el norte de África y buena parte de España, el maestro granadino Yuse Banegas, de quien escucha numerosas vivencias de la época nazarí, el sabio Alí Sarmiento o la mística conocida como la Mora de Úbeda, que vivía a las afueras de la Puerta de Elvira, y a quien los moriscos acudían en busca de ayuda y consuelo.

Itinerarios

Un siglo después apareció el Tratado de los dos caminos, un manuscrito anónimo que debió ser redactado entre 1630 y 1650. Se trata de una obra compleja y miscelánea, en medio de la cual se encuentra una suerte de novela ejemplar (al estilo del viaje de Lázaro de Tormes), El arrepentimiento del desdichado, que está salpicada de apólogos y versos memorizados de Lope de Vega y de Garcilaso, entre otros autores; también contiene el argumento de uno de los Sueños de Quevedo y hace referencia a imágenes y simbologías de la pintura española de la época.

Entre la producción aljamiada de prosa de ficción merecen citarse también el Recontamiento de Al-Miqdâd y Al-Mayâsa, una imaginativa novela de aventuras, y Dulkarnain, un libro de carácter maravilloso cuyo protagonista es un personaje al que Alá favorece con poderes extraordinarios para la conquista de nuevas tierras.

Lo más sobresaliente de las obras en verso se encuentra en las Coplas del peregrino de Puey Monzón, escritas por el autor morisco que relata el poema y del que únicamente sabemos que viajó desde su lugar de origen, Pueyo de Monzón, a La Meca a principios del siglo XVII en cumplimiento del deber islámico: “Cuando partí caminero/ de la tierra de bendición/ quebrantose mi corazón/ sábelo Alá el verdadero”. Otro grupo de textos lo comprenden los itinerarios, una especie de guías de viaje cuya finalidad era ayudar en el camino del exilio a los moriscos españoles, como el Itinerario de España a Turquía o los Avisos para el caminante.

¿Quiere leer todos los artículos de esta misma serie sobre literatura de viajes de José González Núñez?