Con todo, el gran desarrollo de los relatos de viajes en este período de renovación del concepto del mundo y del lugar del hombre en el mismo fue una consecuencia de los grandes descubrimientos geográficos y dio lugar a la variante de la Crónica de Indias, con la que volverá a alcanzar un fuerte protagonismo la narración, que, sin dejar de ser descriptiva, se acompaña del protagonismo del autor (el núcleo del relato no es ya el recorrido del camino, sino las aventuras que el protagonista ha vivido y “la autoridad del yo”) y del borrado de las fronteras entre la ilusión y la realidad, acaso porque en la cabeza de los conquistadores y de los cronistas de Indias existían ya fantasías y fábulas anteriores y, en el convencimiento de la retórica platónica, no tratan de establecer una verdad, sino de aproximársele, de dar la impresión de ella (verosimilitud), y esta impresión será tanto más fuerte cuanto más hábil sea el relato. De alguna manera, como don Quijote, eran todos ellos “hijos bastardos de los libros de caballería” (Sergio Ramírez).

Entre los cronistas más famosos cabe destacar a Cristóbal Colón (Diario de viajes, Cartas a los Reyes), Hernán Cortés (Cartas de Relación), Alvar Núñez Cabeza de Vaca (Naufragios), Bernal Díaz del Castillo (La historia verdadera de la conquista de la Nueva España), Gonzalo Fernández de Oviedo (Historia general y natural de las Indias), Pedro Cieza de León (Crónica del Perú) y el Inca Garcilaso, príncipe de los escritores del Nuevo Mundo (La Florida del Inca, Comentarios reales de los Incas). Para la mayoría de ellos, si el paraíso terrenal existía en algún lugar del planeta, no podía andar muy lejos de las exóticas tierras americanas recién descubiertas.

En este sentido, Fray Bartolomé de las Casas recuerda que el propio Colón “vino a concebir que el mundo no era redondo, contra toda la máquina común de astrólogos y filósofos, sino como una teta de mujer”, y que sobre el pezón de aquella teta podría estar situado el jardín del edén, en el que el río Orinoco tendría su nacimiento, como el Almirante aseguraba en una de sus misivas a los Reyes Católicos. Así describe el propio navegante genovés la isla de La Española en una carta envía al caballero Luis de Santangel, uno de los que más contribuyeron a la financiación del primer viaje: “La Española es maravilla: las sierras y las montañas y las vegas y las campiñas, y las tierras tan hermosas y gruesas para plantar y sembrar, para criar ganados de todas suertes, para edificios de villas y lugares. Los puertos de la mar aquí no habría creencia sin vista, y de los ríos muchos y grandes, y buenas aguas, los más de los cuales traen oro. La gente de esta isla y de todas las otras que he hallado y he habido noticia, andan todos desnudos, hombres y mujeres. así como sus madres los paren, aunque algunas mujeres se cobijan un solo lugar con una hoja de hierba o una cofia de algodón que para ellos hacen”.

Desde Brasil

La primera noticia enviada desde Brasil fue una carta de Pero Vaz de Caminha, fechada en mayo de 1500, en la que daba conocimiento al rey Manuel I de Portugal acerca de la exuberancia de la naturaleza, la belleza de la gente nativa, la grandilocuencia de la jungla y el inolvidable paisaje de las tierras recién descubiertas.

Curioso resulta también el Primer viaje alrededor del mundo, la crónica de Antonio Pigafetta, uno de los pocos supervivientes de la expedición que, iniciada por Fernando Magallanes y concluida por Juan Sebastián Elcano (1519-1522), demostraría definitivamente la redondez de la Tierra: “Durante el viaje dibujé mapas y anoté en varios cuadernos las maravillas que veía y las calamidades que sufríamos. Os ofrezco hoy ese diario con el deseo de honrar al capitán Magallanes, de entreteneros, de ser útil y de lograr que mi nombre no caiga en el olvido”. Deliciosa confesión de quien se resiste a perder nombre, señas, todo, aun cuando para ello, haya que hacer inseparable la verdad de la imaginación. No obstante, sería Stefan Zweig, cuatro siglos después, quién al comienzo de su Magallanes, el hombre y su gesta daría la razón íntima del viaje: “En el principio eran las especias…”.

De acuerdo con Luis Alburquerque, gracias a los viajeros y exploradores del Nuevo Mundo, así como a la colaboración de los grandes humanistas europeos del periodo, se produce un cambio de paradigma: “mientras la Antigüedad clásica consideraba que para comprendernos mejor era necesario estudiarnos mejor a nosotros mismos, con estos relatos se inicia la consideración de que para comprendernos mejor a nosotros mismos es necesario estudiar mejor a los otros”. Para el filósofo, historiador y crítico literario Tzvetan Tódorov, el encuentro de 1492 ha sido la mayor experiencia de alteridad en la historia universal (La conquista de América, el problema del otro): “Uno puede descubrir a los otros en uno mismo, darse cuenta de que no somos una sustancia homogénea, y radicalmente extraña a todo lo que es uno mismo: yo es otro”.

Los navegantes

Al margen de los cronistas de Indias, varios hechos llaman la atención de este período. El enigmático Viaje a Turquía relata a la manera de un ameno diálogo a tres, pero sin perder su condición autobiográfica, la odisea y los aprendizajes que de ella sacó Pedro de Urdemalas, “un varón que vio muchas tierras y diversas costumbres de hombres”, tras ser hecho cautivo por los turcos y posteriormente liberado en la Constantinopla de Solimán el Magnífico. El libro, sobre cuya autoría aún no ha terminado la discusión entre los expertos, fue definido por Marcel Bataillon como “una obra maestra de la literatura a la vez seria y de pasatiempo”.

En los momentos de mayor auge político del reinado de Felipe II, Bernardino de Escalante publicó su Discurso de la Navegación (1577), en el que, valiéndose de los testimonios de los navegantes portugueses y de los inmigrantes chinos en España, desarrolló uno de los más importantes entre los relatos de viajeros a Oriente (el título completo del libro es Discurso de la navegación que los Portugueses hacen a los Reinos y Provincias del Oriente, y de la noticia que se tiene de las grandezas del Reino de la China). Escalante, inquisidor, marino y cosmógrafo no viajó a Oriente, pero sí lo había hecho más de veinte años atrás a las Islas Británicas, en el séquito que acompañó a Felipe II en su boda con María Tudor, realizando un amplio informe sobre la geografía de las islas y el carácter de sus gentes.

Asimismo, resultan de interés las cartas enviadas por san Francisco Javier desde Japón, “el reino del sol naciente” (Cipango), en las que se pone de manifiesto el atractivo y la disposición de los jesuitas por el conocimiento de las culturas y costumbres de las tierras en donde predicaban, además de cumplir su misión evangelizadora.

Cuando el siglo XVI tocaba a su fin, veía la luz El itinerario del Nuevo Mundo, del fraile franciscano Martín Ignacio de Loyola, un relato excelente de su primer viaje alrededor del mundo, que apareció publicado por primera vez como apéndice a la obra Historia de las cosas más notables, ritos y costumbres del gran Reino de China del agustino Juan González de Mendoza y que luego sería reeditado en solitario en numerosas ocasiones. Por esa misma época, Luis del Mármol Carvajal, militar, historiador y viajero durante más de veinte años por África (ocho de ellos los pasó preso en Argel), publicaba la Descripción General de África, que incluía aspectos de geografía general y de etnografía, y Anthony Knivet narraba sus peripecias marineras en Viaje por el Atlántico.

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