¿Una cosecha imbatible? Desde luego, los melómanos que piensan que cualquier tiempo pasado fue mejor tienen aquí argumentos poderosos para venirse arriba… Y sin embargo, cinco décadas después, si bien no podemos decir que 2017 haya dejado estrenos tan deslumbrantes como aquellos, ha permitido comprobar que algunos artistas que habían hecho cumbre con sus últimos discos mantienen –e incluso superan– el nivel alcanzado. Valgan, para demostrarlo, cinco ejemplos de estilos muy distintos. Cinco joyas con todas las papeletas para merecer una revisión entusiasta dentro de cincuenta años.

DAMN., de Kendrick Lamar

No nos engañemos: Lamar es el rey, es hoy lo que Miles Davis fue en los cincuenta, Dylan en los sesenta, Bowie en los setenta o Prince en los ochenta. El artista más convencido que nadie de que está un escalón por encima de todos los demás. El tipo al que los otros vigilan. El creador sobrado pendiente solo de sí mismo y de su siguiente movimiento. Venía, con To pimp a Butterfly, de hacer uno de esos discos históricos, importantes a la manera de What`s going on, Born to run o Nevermind. Ya podemos confirmar que al rapero de Los Ángeles el reto de la siguiente obra ni le impone ni le paraliza lo más mínimo. Menos funky y jazzy, más variado y accesible, DAMN. mantiene con todos los honores a Lamar en el trono del pop.

American dream, de LCD Soundsystem

La banda de James Murphy no lo tenía tampoco fácil. En la segunda mitad de la década pasada se marcaron una trilogía de ensueño: LCD Soundsystem (2005), Sound of silver (2007) y This is happening (2010). La actitud rock se apoderó con justicia de la pista de baile. No inventaba nada pero había un discurso propio, una manera de actualizar cosas del pasado con una clase innegable. Murphy se convirtió en el tío más cool del planeta; tan guay que decidió cerrar el chiringuito en lo más alto. Se marcó un directo de despedida, hizo caja y desapareció… Y en esas estábamos cuando anunció disco para 2017. ¿Te vas de verdad o te vas solo un poco? No lo tenía claro y fue David Bowie quien le animó a retomar el grupo. La influencia y el espíritu del inglés ya estaba presente en álbumes previos pero en éste flota en casi todos los temas. Menos hedonista y más personal que los anteriores pero igual de bueno.

Masseduction, de St Vincent

Felizmente Bowie también sobrevuela la obra de Annie Clark, un culo inquieto que, por cierto, protagoniza la portada del disco. La nueva criatura de St Vincent parece parida para llegar al gran público sin rebajar el nivel. Porque ya no le basta con tener las mejores críticas en las revistas especializadas. El objetivo es ahora gustar a gran escala y hacerlo luciendo una estética sexy y poderosa cual Madonna del siglo XXI. Música de baile, letras con fundamento. Un nuevo perfil de diva ha llegado para quedarse.

Harmony of difference, de Kamasi Washington

Hace dos años despachó un disco triple, una verdadera catedral sonora de casi tres horas que gustó incluso a los que apenas frecuentan el jazz. Una obra torrencial –que como no podía ser de otro modo tituló The Epic– impulsada por un saxofonista no menos torrencial que picotea en estilos ajenos (Kendrick Lamar, Run the Jewels) y absorbe con naturalidad influencias variadas de la música negra. Con el nuevo disco, que  apenas llega a la media hora (¡pero qué media hora!), Kamasi puede parecer más conservador o contenido y resulta, claro está, menos sorprendente, pero es igual de recomendable. Un grande del jazz actual dispuesto a pisar más allá de las fronteras clásicas del género.

Melodrama, de Lorde

Aquí hay más de agradable sorpresa que de confirmación. Con apenas 16 años se hartó de vender discos y podía haberse quedado en el camino o ser gloria de un día, pero esta cantautora neozelandesa no solo ha vuelto con la misma fuerza que en 2013 sino con mucho más talento, el que destila cada surco de Melodrama, un trabajo sensacional que pese a su inmediatez pop crece a cada escucha. ¡Tiembla, Beyoncé!