Una ópera de Wagner siempre es un acontecimiento solemne y en Alemania todavía más. Teatro totalmente lleno, los otros tres días estaría al 95%, y expectación máxima. Claus Guth, escenógrafo que presentó en el Liceu una muy discutida versión de Meistersinger, pero que, por lo menos, y una vez visto el primer acto, los siguientes eran consecuentes con el primero, y que, investigando en los antecedentes, se podían encontrar razones a algunas de sus propuestas, esta vez da una vuelta de tuerca más a su inagotable imaginación y hace difícil entender qué es lo que quiere transmitir. Como lo desconozco, explico lo que vi en Hamburgo.

Okupas en una nave industrial

El primer acto se desarrolla en algo parecido a una nave industrial en la que Mime y Siegfried deben ser dos okupas. Los dos aparecen en el primer instante despertándose, tendidos en dos camas tipo hospital, y con un gran número de objetos distribuidos por el escenario y que serán utilizados en la trepidante acción.

Mime actúa en pijama azul y debe padecer alguna enfermedad que le obliga a consumir pastillas constantemente, hasta el punto de que con los utensilios de la cocina se hará una tortilla de píldoras. Además, saca la ropa de la lavadora y la tiende y, finalmente, se prepara un cóctel para llevárselo a la cueva del dragón.

Siegfried, con camiseta y pantalón corto, y por si su papel de canto no fuera ya agotador, está en permanente movimiento, siendo de destacar la escena de la forja, en la que extrayendo el tambor de la lavadora y conectándola a la corriente, le servirá para afilar la espada. La forja la realiza con un fuego, alimentado por numerosos libros, que monta en un sótano del taller.

La escenografía del segundo acto podría interpretarse o bien como el hall de un hotel con una gran vidriera detrás de la cual hay enormes plantas, o bien que estamos en un museo de historia natural delante de una reproducción de un ecosistema selvático.

De botellón…

Por delante de la selva, aparece Alberich que, solo o acompañado, ha estado haciendo botellón y, por lo tanto, actúa tan borracho que casi no puede caminar. No se ve al dragón, que sólo es sugerido por el movimiento de las plantas, y de estas saldrá Fafner. Cuando acaba el acto, Siegfried tiene que salir corriendo de espaldas a la sala hacia el fondo del escenario, para lo que debe realizar un salto. Este salto resulta "nulo", ya que tropieza y cae de bruces. Si el señor Guth pretendía demostrar la capacidad atlética de Siegfried, dadas las características físicas del intérprete es evidente que estaba mejor dotado para el lanzamiento de jabalina (y con la lanza de Wotan a su alcance), que no para el salto de altura.

En las dos escenas del tercer acto por lo menos se aprecia claramente dónde nos encontramos. Erda rige una gran biblioteca que llena el frontal del escenario y, después de lo visto, llegas a pensar que es una buena idea, que se disipa cuando aparece Wotan con su lanza, ya que no parece el instrumento más apropiado para ir a una biblioteca, claro que después aparece Siegfried empuñando a Notung.

La escena finaliza cuando, al romper Siegfried la lanza, se desmontan verticalmente los estantes de una parte de la librería, ofreciendo un espacio para llegar a la roca. En este caso, la roca es una casa derruida y abandonada, en la que, en lo que ha quedado del cuarto de baño, aparece Brünnhilde tendida y rodeada de fuego. Acertada la propuesta de cuando se mira en espejo. En un momento determinado, Siegfried abandona la casa, pareciendo dejar sola a Brünnhilde, pero finalmente regresará.

Un Wagner soñado

Todas las pegas que se pueden poner a la propuesta escénica quedan compensadas con creces por el resultado de la parte musical. En este aspecto, un Wagner soñado. Todos los intérpretes en estado de gracia, pese a la aparente dificultad de compaginarlo con el movimiento escénico.

Christian Franz (Siegfried) parece disfrutar de la dirección escénica, con el lunar de la caída que hizo pensar que no cantaría el tercer acto. Voz poderosa y bien timbrada que aguantó increíblemente toda la función sin merma de cualidades. En cuanto a Peter Galliard (Mime), presentó entrega y temperamento interpretativo, complementado con una calidad de voz apreciable.

Falk Struckmann (el caminante/Wotan) aportó inteligencia y sensibilidad unidas a un momento casi insuperable de su capacidad canora. Nos deja un recuerdo de referencia para una actuación en directo.

Wolfang Koch (Alberich) nos deja con las ganas de haberle disfrutado en un papel en el que hubiera podido dar más detalles de sus capacidades, tan sólo atisbadas por su corta aparición.

Tigran Martirosian (Fafner) fue un correcto complemento, mientras que Ha Young Lee (Pajarillo del bosque) y Deborah Humble (Erda) quedaron algo apagadas en su discreta aunque suficiente actuación al lado del gran momento que mostraron el resto de los compañeros de reparto. Catherine Foster (Brünnhilde) completó con brillantez y entrega dramática su actuación, superando algún pequeño problema de afinación al inicio de su intervención.

Simone Young directora titular de la orquesta del teatro, demostró un conocimiento profundo de la partitura con un brillante y colorista sonido, respondiendo la orquesta de manera elegante y refinada.

A la vista del casting, nunca habría pensado que se pudiera producir tan gran resultado musical. Claro que, haciendo un símil futbolístico, fue algo parecido a la actuación de los jugadores del Alcorcón frente al Real Madrid.

Siegfried. Staatsoper de Hamburgo.

11 de noviembre de 2009.