Resuelto el problema o no, lo cierto es que en la contemplación de este espejo de espejos se capta algo de esa trascendencia milenaria, no se sabe si por contagio del ámbito sacro en que ha sido ubicado -el Convento de Santa Clara de la ciudad de Murcia- o porque realmente palpita en él la mística de la matemática.

La sensualidad de la materia

Una de las constantes en la obra de Kapoor es la búsqueda de la belleza estética a través de las cualidades sensuales de la materia; desde los polvos de pigmento que en sus primeras obras parecían evocar románticos castillos de arena diminutos, hasta las superficies reflectantes de sus últimas instalaciones. De estas, la más famosa es Cloud Gate, también conocida como “la judía” del Millennium Park de Chicago. En ella los rostros felices de los viandantes se reflejan, distorsionados, junto a los rascacielos de la city, que se ven torcidos, contorsionados, deformados. La belleza sensual de esta “nube” no sólo reside, sin embargo, en el juego visual, sino también en la morbidez que transmite, pareciendo casi que pudiéramos dar un mordisco a esta judía gigante de cristal.

En el caso de Islamic Mirror, la sensualidad material está contenida, por una parte, en el juego de opuestos (luz-oscuridad, cóncavo-convexo… Círculo-cuadrado, en fin, que se encuentran en infinitesimales hexágonos) y en esa mística matemática que palpita en la obra (el paso de la esfera al ángulo, la figura geométrica perfecta, la posibilidad de representar el infinito…); y, por otra, en su interacción con el ámbito en que ha sido instalada.

Espacio de condensación histórica

En efecto, la comisaria del proyecto, Rosa Martínez, no dudó en que el museo del Convento de Santa Clara sería la ubicación perfecta para la obra, debido a que entre sus muros se respira la “condensación histórica” de dos culturas: la islámica y la cristiana. Así pues, Islamic Mirror se ha instalado en la sala Sharq al-Andalus, salón principal del antiguo palacio árabe sobre el que posteriormente se levantó el convento cristiano, y frente a la alberca del claustro, recuerdo de ese pasado musulmán pero totalmente asimilada dentro de la vida cotidiana de las monjas.

En pleno centro de Murcia, el visitante que acude a contemplar la obra no sólo tiene la sensación de haber llegado a un remanso de paz atemporal, sino que al contemplar fijamente la obra se relaja en una especie de trance hipnótico inducido por la fragmentación de todo ese entorno arquitectónico –las celdas monacales, la alberca, la vegetación, los capiteles nazaríes…–, que se atomiza en infinitos puntos de luz y color que, agitados en tenso equilibrio, sentimos vibrar en nuestra pupila.

La fragmentación de la identidad

Del mismo modo en que las culturas árabe y cristiana se miran aquí al espejo, la una diluida en la otra, cuando el visitante se acerca más para observar mejor la obra, de repente se sorprende mirándose a sí mismo. En efecto, igual que la arquitectura, nuestro rostro, a la vez que se refleja distorsionado y casi grotesco, se parte en mil pedazos que reproducen nuestro reflejo dentro del reflejo y así hasta el infinito. El efecto es algo similar a esa visión multiplicada que poseen los insectos y que nos muestran los documentales de naturaleza; o a un montón de yoes diminutos encerrados en celdillas como abejas en su panal. De modo que lo que empezó siendo frío cálculo matemático computerizado, ha resultado transmitir sensaciones biológicas, además de resonancias históricas y espirituales.

Por otra parte, el hecho de que nuestra imagen se deforme y fragmente nos hace pensar en un cuestionamiento postmoderno de la identidad. Esto, unido a que ese yo fragmentado se diluye en el reflejo, también fragmentado, del ámbito arquitectónico que previamente había condensado la herencia de las culturas árabe y cristiana, sugiere finalmente un cuestionamiento de los estereotipos culturales y, por qué no, un alegato contra las teorías maniqueas del “clash of civilizations”. Porque para evitar ese “clash” puedo darme cuenta de que yo, sujeto fragmentado y en constante transformación, soy plenamente “moro” y plenamente “cristiano” a la vez, de la misma forma en que soy a la vez occidental y oriental, del norte y del sur. Porque mi cultura recoge influencias de todas las demás, y porque una cultura no existe sin la otra, y ninguna es otra cosa sino mezcla de las demás.

Murcia. Anish Kapoor: Islamic Mirror. Museo de Santa Clara.

Patrocinio: Fundación Bancaja.

Hasta el 11 de enero de 2009.