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Morrissey pone letra a la melodía del rencor

Los interesados en arañar algo de la infranqueable vida íntima de Steven Patrick Morrissey (Manchester, 1959) quedarán relativamente frustrados. Los que quieran saber más de los secretos de grabación de sus discos legendarios encontrarán poca información. Los que busquen un retrato del Manchester que le vio crecer alucinarán con su innegable capacidad literaria. Los que quieran saber más sobre cómo se forjó la personalidad de uno de los cantantes más carismáticos de los ochenta, sus influencias vitales, literarias y musicales, ésos disfrutarán de lo lindo. Los fans del misántropo de lengua hiriente tienen aquí un verdadero festín. En cambio, no hallarán precisamente muchas razones para la esperanza todos aquellos -que no son pocos- que alberguen aún alguna ilusión por volver a ver al gran Johnny Marr creando nuevos sonidos que envuelvan como antaño la melodramática voz de nuestro hombre.

Poca pega le podrán poner los lectores más exigentes al primer tercio del libro, el dedicado a describir las calles de su ciudad, las movidas varias de una familia inmigrante y los tormentos de cualquier alumno de la época entre profesores y monjas “que zurran a los niños desde que sale el sol hasta que se pone”. Una vida que solo deja de ser en blanco y negro cuando te metes en algún cine y recibes con las manos abiertas la esperanza de felicidad de otras personas. Tiene, por el contrario, mucho colorido la figura materna cuyo “glamour detiene el tráfico” cada vez que le lleva al colegio.

En esas páginas de infancia y primera adolescencia ya va dando pistas sinceras de las voces que le marcan, inspiran y le salvan la vida: desde el carismático futbolista George Best al previsible Oscar Wilde pasando por los Righteous Brothers, New York Dolls, Patti Smith, David Bowie o Marc Bolan. Es tiempo también para otro tipo de descubrimientos que le dejan frío: hablando de chicas confiesa que en “el año 1973 había magreado varios bizcochitos sin que me mereciese la pena repetir la experiencia” y en los vestuarios deportivos toma nota de que no conviene recrearse en la desnudez masculina. “En la Manchester de mediados de los setenta, lo tuyo es amor loco por las vaginas o tu vida se va al traste para siempre”.

Y en ésas estaba, a punto de cumplir la mayoría de edad y soportando incomprendido las horas entre cuatro paredes, cuando se cruza en su vida otro hijo de irlandeses, de “tupé impecable” y comparable entusiasmo por la música. El día en que se conocieron Morrissey y el guitarrista Johnny Marr figura ya entre esos momentos cenitales destinados a cambiar poco después la historia de la música popular, como los de Lennon y McCartney o Jagger y Richards dos décadas antes. Marr se encargó rápido de reclutar al bajista y batería de los Smiths y lo demás es historia: cuatro discos excepcionales y un puñado genial de singles y recopilatorios entre 1982 y 1987.

Ha nacido una estrella. La humildad y la capacidad autocrítica pasan a mejor vida. A partir de aquí ya no es el feo Manchester el que le hace la vida imposible; ahora conspiran contra él el resto de la banda, los periodistas de revistas musicales (sobre todo, los de New Musical Express y algo menos la Rolling Stone) y los radiofónicos, los responsables de su sello discográfico (“en un legendario acto de deficiencia mental, no tenemos ni idea de lo que estamos firmando”), los que comen carne y los que investigan con animales, los políticos (Thatcher, Blair, Bush…) y las celebrities sin méritos conocidos (con Sarah Ferguson a la cabeza, ese “bultillo naranja que sobresale de un vestido esponjoso, bendecida con dos hijas que heredaron la rechonchez perruna de la reina Victoria”). Venganzas y ajustes de cuentas que se suceden en buena parte del libro pero que dejan feliz hueco a no pocos destellos de gracia y sarcasmo. En fin, no hace falta que nadie le diga lo que él ya sabe, que “en algún lugar dentro de mí solo encuentro satisfacción en agotar la paciencia de los demás”.

Musicalmente sorprende y apena mogollón descubrir a un Morrissey que parece traerle sin cuidado que The queen is dead haya quedado como uno de los grandes discos de los ochenta o que There is a light that never goes out figure entre las mejores canciones británicas de todos los tiempos, o que buena parte de la calidad de su obra en solitario aguante la comparación con su currículo inicial. Porque a él lo que le tortura –aun hoy- es verse superado por Phil Collins o Keane entre los más vendidos y muestra una obsesión y conocimiento de las listas de éxitos que ni José Ramón Pardo.

morrissey [1]Autobiografía [2]
Morrissey
Traducción: Rubén Martín Giráldez
Malpaso Ediciones
469 páginas
26 euros