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Recuperar el arte tras el declive y la barbarie

Se trata de una visión heterogénea sobre la creación que tuvo lugar durante un período histórico; buscando mostrar cómo ningún hecho está totalmente aislado del resto, evitando con ello la mera visión lineal y canónica (que también aquí tiene cabida) en su máxima y total expresión. Con ello se pretende dar voz a quien hasta ahora parecía no tenerla de cara al público. Dejando claro que el arte y el pensamiento de una época pertenecen a un contexto, pero que en tanto que imágenes nuevas, trascienden el momento que las vio nacer. La exposición trata de abordar, por medio de esa visión amplia, las diferentes actitudes y respuestas que se generaron en esas dos décadas de historia, tan marcada por la Segunda Guerra Mundial, y que fue puente en cierta medida entre las vanguardias artísticas y lo que podemos considerar un arte más actual.

Los 40 y los primeros 50 en Europa: el mundo destruido

El Monumento a los españoles muertos por Francia (1946-47) de Pablo Picasso nos recibe en primer lugar, como huella y testimonio de lo acontecido. Las atrocidades cometidas durante la guerra por todos los bandos, así como la constatación del declive de todos los ideales, generaron un clima de desconcierto y desengaño que se extendió al mundo del arte. Nació así el Informalismo o «arte otro». Formas desgarradas, materia troceada, el dolor hecho mensaje estético. Las formas de Fautrier, de Dubuffet, o el teatro sin artificios, decididamente descarnado de Artaud; el arte improvisado y callejero retratado en las calles de París (Brassaï) o bien el de aquellos ejemplos no canónicos, de la imaginación espontánea de los marginados o excluidos (por ejemplo: Josefa Tolra).

Una pintura en colores ocres y oscuros goyescos de José Gutiérrez Solana inicia el caso español, que resultó algo diferente. Instaurado el régimen franquista, la religión católica y un cierto academicismo expresionista teñido del ideario fascista (Sáenz de Tejada), convivió con el cosmopolitismo de quienes estaban abiertos a las novedades (José Caballero), o bien aquellos ya consagrados (Dalí).

El Letrismo o movimiento letrista surgió en Francia a mediados de la década de los 40. Heredaba del Dadaísmo y la corriente surrealista un cierto inconformismo con lo establecido y buscaba reescribir la poesía y después el cine con una cierta poética del signo. Surgiría después la Internacional Letrista con Maurice Lemaître, como escisión del ala más izquierdista del Letrismo. En el fondo proclamaban la liberación expresiva como actitud y el derribo del conformismo.

España en los 50

La visión que del exterior se tenía de nuestro país aparece resumida en las célebres fotografías para la revista LIFE que realizara Eugene Smith en 1951. Las imágenes recuerdan al film de Buñuel Las Hurdes (1933) por su marcado acento de protesta política al centrarse en las miserias y el atraso del pueblo español. Brassaï, por su parte, se centró en lo cotidiano e incluso el tópico, logrando un cierto surrealismo en su trabajo.

No obstante, en torno a esa época se inició el resurgir de las vanguardias en España, si bien fue en Cataluña donde tuvo alguna resonancia. El surrealismo y magicismo del grupo Dau al Set pretendía rendir cuentas a las novedades que habían cambiado la cultura occidental en los últimos 40 años. Trasunto de Der Blaue Reiter de Kandinsky y Klee, sus almanaques parecían querer el tiempo perdido: y eso incluía al Jazz.

Será a finales de los 50 cuando el informalismo de El Paso se abra camino en el circuito internacional. Coincide todo ello con un intento de apertura del régimen de Franco como pretendida demostración de modernidad. Con todo, el informalismo comenzaba a estar agotado como lenguaje. El acierto de El Paso consistió en reivindicar las paletas ocres u oscuras del barroco español, así como la cultura propia, desgarrada en el símil goyesco como denuncia hacia la situación social que vivía el país.

La obra de Jorge Oteiza, triunfadora en la IV Bienal de Brasil de 1957, exploraba la interacción de las formas con el espacio como simbiosis en un todo carente de elementos subjetivos. Se asoció en su momento al trabajo de Franz Weissmann o Lygia Pape, que consistía en el estudio de los planos y las formas, aunando el constructivismo con lo abstracto.

Norteamérica: la modernidad

Nos encontramos ante La ventana indiscreta, película de Alfred Hitchcock. El mundo estadounidense, la ciudad, lo cosmopolita, el mercado, lo moderno. Habiendo recibido a los exiliados de la intelectualidad europea, la herencia de la vanguardia artística es patente en la cosecha creativa norteamericana. Si el nazismo y el comunismo ofrecieron y ofrecían realismo, lo moderno debía ser garantía de lo nuevo. La abstracción (fuera romántica, expresionista o geométrica) se convirtió en el vehículo ideal del arte formalista que tuvo a Greenberg y a Motherwell como sus dos grandes teóricos. Nada más alejado del informalismo europeo con el que se abre la exposición.

El arte en España en los 60

La herencia del genial Ramón Gómez de la Serna permitió que el humor casi dadaísta o surrealista se colara en las revistas españolas y en el cine, haciendo posible que sobreviviera una cierta crítica política sin perder la idiosincrasia autóctona, al tiempo que el academicismo de los años 50 y 60, teñido a veces de un halo romántico, se impusiera de manera oficialista, como podemos observar en las obras de Carmen Laffón o Antonio López. Sin embargo, estos nuevos realismos se extendieron por otros medios: la literatura y también a la fotografía, gracias a la proliferación de revistas especializadas.  Retratar la realidad de su tiempo y servir de documento histórico es parte de la función del trabajo de Francesc Català-Roca o Francisco Ontañon. Fotografias del mundo cotidiano de la ciudad o el reportaje.

Caso muy singular es el de Estampa popular, nombre bajo el que se publicaban los trabajos de diversos grupos de autores de diferentes lugares del país. Abiertamente antifascistas, denunciaban el régimen de Franco desde una óptica figurativa, mediante el grabado o la pintura. Germen de otros grupos posteriores, su estética se orientaba hacia el expresionismo aunque resultaba comprensible para el gran publico. Su temática estaba fuertemente politizada, denunciando la opresión en el campo y en las fábricas.

El argentino Alberto Greco con sus collages trata los temas de actualidad de su tiempo, como medio de concienciar sobre el presente. Se sumergió también en un arte que se entremezcla con la vida diaria, al tiempo que el manifiesto de “Arte vivo” promovía una actitud diferente, la participación y la performance, algo totalmente inusual en la España de su época.

La importancia del gesto expresivo y los espacios se encuentran representados en la obra de Zóbel o Gustavo Torner. Un expresionismo abstracto consecuente con el evocador trabajo de Chillida, representativo del arte de raíces, donde los elementos de una cultura se emplean de manera simbólica. La reflexión sobre el vacío y la materia que busca el italiano Lucio Fontana despoja a sus obras de información superflua, casi “minimal”, como puede verse en las últimas pinturas de viejos maestros: Miró y Picasso.

La deconstrucción del arte como reacción

El movimiento letrista comentado anteriormente fue precursor de otros mucho más activos y profundos. Guy Debord, que participó también en el Letrismo formó junto con otros intelectuales y artistas La internacional situacionista, que quería derribar la sociedad de clases y el capitalismo embrutecedor de las masas. Origen, en parte, de las revueltas de mayo del 68, su cuestionamiento hacia lo establecido y el control de la sociedad fue una inspiración que renovó el pensamiento y el arte. La figura de Marcel Duchamp fue entonces referencia obligada. El «ready-made» ‘duchampiano’ o el empleo de objetos encontrados. La impronta del autor carece de importancia o acaso puede ser un elemento más, como la Caja para estar de pie que Robert Morris realizara en 1961 y cuyo significado no añade ningún subjetivismo. Por supuesto, el sentido del humor es parte de la creación, pues toda creación es, en parte, juego; como parece demostrar el compositor (y gurú de la música contemporanea) John Cage con su aparición televisiva de 1960.

Los «nuevos realismos» nacen de la búsqueda de un arte que hable del mundo de su tiempo. Un mundo dominado por los medios de comunicación donde el objeto y el consumo forman una nueva religión. Los «happenings» de Ives Klein, sus «monocromos», donde el cuadro como tal, deja de existir; las apropiaciones y la descontextualización del objeto, los carteles arrancados de Raymond Hains, o los objetos intervenidos del búlgaro Christo. Imaginar nuevas zonas urbanas para diferentes usos, crear contextos nuevos, como los «cenotafios» de Antoni Miralda. O bien rastrear las experiencias cotidianas y trasladarlas en un intento de comunicación: La maleta, de George Brecha, o el Lavabo de Robert Whitman.

También hay espacio para la crítica política y social desde el ámbito del arte Pop. Eduardo Arroyo, junto con Auillaud y Recalcati, atacan al mercado del sistema artístico con su Vivir y dejar morir o el trágico final de Marcel Duchamp, de 1965. El Equipo Crónica, por su parte, derrumba los supuestos de la cultura de los «mass media» y del oficialismo franquista empleando la ironía y las imágenes de consumo popular, sin diferenciar la alta o baja cultura, cuya separación no parece tener ya significado, si es que lo tuvo. Más directos nos pueden parecer los carteles de Jusep Renal, La gran puta Babilonia y Pax americana, ambos de 1977, una clara muestra de lo que supone la Guerra Fría, acentuada por el pesimismo de la película que cierra la exposición: La guerra ha terminado, que realizó Alan Resnais en 1966.