Poeta en un país de poetas, Nuno Júdice, traducido en tres ocasiones al español, –Antología, Un canto a la espesura del tiempo y Tú, a quien llamo amor–, ha sido hasta ahora un autor mucho, muchísimo menos conocido y leído en España de lo que la más elemental justicia literaria aconseja.

No es preciso decir que ojalá que este Premio, –cuyo objetivo primario es «reconocer el conjunto de la obra de un autor vivo que por su valor literario constituye una aportación relevante al patrimonio cultural común de Iberoamérica y España»–, ayude a reparar este despropósito.

 

Portugal

Se tiende con la cabecera
vuelta hacia el norte y los pies sumergiéndose
en el atlántico. Encima, la cabeza sueña con
las brumas que invaden los valles, en otoño,
y los ojos se iluminan cuando el amarillo
de las flores invade la cumbre de los montes, al final
de la primavera. Como un cinturón, el Tajo lo
prende a esa cama estrecha; y mira
el mar, dejando que las olas lo despierten,
por momentos, del sueño antiguo. Después,
se vuelve para el otro lado, como si
no quisiese saber de neblinas matinales; y
vuelve a adormecerse, mientras el sol
agoniza en el horizonte.

 

Él a lo suyo y lo suyo es mucho y repartido: las clases de literatura portuguesa y francesa en la universidad, la crítica de libros que ejerce en varios medios de comunicación, su función como traductor y director de revistas literarias y, al fondo del pasillo largo de su casa sin ascensor, el artista que moldea palabras, «no soy mucho más que un orfebre que da forma a palabras».

Y esas palabras, trabajadas por sus manos, acaban por fraguar con forma de ensayos, novelas, piezas de teatro y poemas, sobre todo poemas, «porque la poesía es donde mejor se mueve mi escritura. Es mi forma natural de escribir».

 

Poema

Los poetas a quienes la muerte sorprende,
de jóvenes, se reúnen en algún lugar en otra superficie.
De noche, sus aullidos alcanzan el borde celeste
de la esfera; un oído más atento distinguirá,
de entre mil ruidos de la temible noche,
su coro de imprecación y lloro.
De día, adormecidos bajo la tierra, se disuelven
en la humildad y en las raíces. Sólo sus ojos,
en la feroz abertura de los párpados, aún brillan
y se remueven. Entre tanto, si alguna imagen de la pasada
vida los atormenta y obceca, se vuelven humildes
y sin brillo. Una oscura lágrima cae en tierra,
y el lodo así formado me sirve de alimento.
Mis labios y mi lengua adquieren
su consistencia, y mi rostro cenagoso
se vuelve hacia abajo, de dónde surge una confusión
de manos y de pies,
una barbulla de viento en los órganos vacíos.

 

No oculta su fascinación por «el gran maestro» y se confiesa uno más de los amparados bajo la inmensa sombra de Pessoa, «un genio; uno de los poetas decisivos en mi vocación y en mi formación». Los estudiosos de uno y de otro han divulgado, en estos días, puntos de conexión entre ambos escritores: la soltería, por ejemplo. El vivir en soledad. La recurrencia en temas que hacen de sus respectivas obras ejercicios de reflexión, contemplación y silencios.

 

Exposición

En la pared, el Cristo se dobla como un pez
acabado de pescar. La muerte le sacó el aire,
el equilibrio, el color; y se dobla sobre el blanco
de la cal como si estuviese echado en la sábana
mortuoria. Sus ojos abiertos, donde
ya nada se refleja, esperan los dedos
que cierren los párpados, escondiendo el vacío de
donde hace mucho la tinta desapareció. La
campanilla del museo toca, indicando la hora de
cerrar. Lo dejo sin cerrarle los ojos;
y siento, detrás de mí, su mirar.

 

En estos días, interrogado sobre el qué, el por qué y el cómo de su forma de hacer, Júdice ha declarado que en todos estos años ha intentado sin éxito responder a la pregunta de qué es y en qué consiste la poesía, «pero a pesar de esta falta de resultados irremediablemente sigo en el empeño; sigo escribiendo».

Un día del trimestre que cierra el año tendrá que desandar el pasillo, bajar los tres pisos de su casa de Lisboa y, ya en Madrid, cruzar el Salón de Columnas del Palacio Real para recoger un galardón que premia a un hombre que allá, al fondo de un edificio sin ascensor, en el silencio de una estancia atestada de libros, ha moldeado para ti, para mí, para el mundo, palabras que nos ayudan a vivir; poemas que nos hacen mejores.

  • NOTA: La traducción de los poemas es de Vicente Araguas.