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William Kentridge recibe el Premio Penagos de Dibujo

El artista sudafricano agradeció la concesión de este galardón, dotado con 30.000 euros, y explicó que para que él «dibujar es pensar en alto», además de un «proceso dinámico y en constante cambio que tiene que ver con el cuerpo y con su movimiento». «Cuando dibujo, ya puedo tener un mal día, encuentro la paz», afirmó Kentridge.

El galardón fue entregado por Antonio Huertas, presidente de Mapfre y Fundación Mapfre, quien resaltó la importancia que tiene el dibujo para la Fundación como «vertebrador de nuestras colecciones artísticas» y destacó que Kentridge «es uno de los creadores actuales que con mayor intensidad ha centrado su carrera profesional en el dibujo en sus diversas facetas de expresión».

En el acto, celebrado en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, participó, además, Pablo Jiménez Burillo, director del Área de Cultura de la Fundación, quien subrayó «la importancia y cercanía del dibujo en la vida cotidiana de las personas y en especial en la carrera de cualquier artista».

El Premio Penagos de Dibujo se creó en 1982 en memoria del dibujante Rafael de Penagos (Madrid, 1889-1954), considerado como el más importante representante del movimiento de renovación que se produce en el campo de la ilustración gráfica española durante los años 20 y 30 del siglo pasado.

Técnica de animación

La trayectoria artística de William Kentridge está marcada por una clara combinación entre la práctica del dibujo y del grabado con incursiones en el mundo del cine y del teatro, donde ha trabajado como actor, guionista y director. Su obra es un intento personal y expresivo de abordar la naturaleza de las emociones humanas y la memoria, así como la relación entre el deseo, la ética y la responsabilidad.

Kentridge utiliza una técnica de animación particular. Crea dibujos con carboncillo y pastel que modifica borrando, añadiendo y re-trabajando los elementos. Cada estadio del proceso es filmado durante unos segundos con una cámara de 16 mm. Así utiliza sólo una treintena de dibujos en lugar de los miles que normalmente son necesarios para realizar una película. A través de esta técnica, el pintor visualiza el paso del tiempo y la estratificación de la memoria, ya que el proceso de producción queda visible sobre los dibujos.