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Albert Boadella: «Creo que hemos entrado en una guerra»

¿Cómo se dirige un teatro en estos tiempos?

Se trata sobre todo de pensar un poco en el público. Yo no pienso en mí, en lo que me gusta simplemente a mí, sino que pienso en lo que puede interesar al espectador. Se trata de hacerlo con cosas que le interesen, le distraigan y sean positivas. Se trata de no deprimir al espectador porque no es un momento para deprimir.

¿Esa sería su fórmula, entonces, para llenar los teatros?

Sobre todo para interesar. Y para llenar, naturalmente, también. Esto es básico. Es necesario que las cosas den fuerza y ánimo a la gente.

La subida del IVA no ayuda mucho en su intento…

Creo que lo que ha sucedido con el IVA es un desastre absoluto porque los dirigentes políticos lo han hecho al por mayor. Es decir, sin fijarse, por ejemplo, en que las revistas pornográficas pagan un 4% de IVA y un Lope de Vega o un Calderón, un 21%. Creo que esto es un auténtico desastre ecológico. No digamos ya el fútbol. Uno se pregunta por qué el fútbol no paga también su IVA como los otros. Creo que nosotros, en el mundo del arte, no somos unos privilegiados, tenemos que apretarnos el cinturón como todo el mundo. Si todo estuviera al 21% pues habría que comérselo, pero es que no es así. Esto por parte del Gobierno me parece una enorme irresponsabilidad, un acto de una gran gravedad porque va a destrozar muchas cosas.

¿Hacer recortes en cultura ahora es un lastre para el futuro?

Creo que hay cosas que se han hecho que son gravísimas. Una de ellas es en investigación. Un país que recorta en investigación es un país que se carga su futuro. Más incluso que en el mundo de la cultura. Seguidamente a esto vienen los recortes en cultura. Lo que significa: recortes en lectura, en pintura, en artes en general. Creo que es de las peores cosas que estamos viviendo en este momento. Lamentablemente esto no está sucediendo sólo en España, aunque aquí suceda muy exageradamente. Esto está sucediendo en el conjunto de Europa. Es decir, sólo prima la economía: que funcione como sea y con quien sea y si es necesario se subvenciona a los bancos para que salgan a flote. No digo que haya que hundirlos, por descontado, pero hay que pensar que hay una alimentación espiritual de los individuos que es esencial para sostener esta sociedad.

¿Cómo contaría Els Joglars toda esta situación?

Esto es una guerra encubierta. Es decir, yo creo que hay un trasfondo bélico. Es una nueva forma de guerra. Si en vez de estar en 2013 hubiéramos estado en 1935 o 1936 ya sabemos lo que hubiera sucedido. Los ánimos, en el fondo, son parecidos. Ahora el mundo occidental tiene otras formas de presión, otras formas de poder y otras formas, incluso, de hacer la guerra. Creo que hemos entrado en una guerra.

Le tildan de provocador…

Soy provocador como artista. Un artista tiene que ser un provocador compulsivo porque tiene que provocar en los demás emociones, sensaciones, etc. Es alguien que emociona y hay una provocación en la emoción. Incluso, puede cabrear, pero lo que no puede ser en un artista es la indiferencia o la insipidez de las cosas. Por tanto, en este sentido, no tengo inconveniente en que a un artista le llamen provocador. Lo que no entendería es la provocación en el sentido de hacer algo para sorprender a los demás y comercialmente tener unas ventajas. Trato de que las cosas que digo emocionen, ya que al final son las que pienso y no las que son más o menos rentables. Si hubiera querido rentabilidad hubiera hecho otro tipo de teatro que seguramente es más rentable, y con mi conocimiento técnico y empresarial me hubiera dado más dinero.

¿Con qué momento del proceso teatral se queda como director y con cuál se queda como espectador?

Como director sobre todo me quedo con los primeros ensayos, cuando los artistas empiezan a responder y la casa empieza a tener sus cimientos. Este es un momento fantástico. Sucede en tres semanas, un mes, mes y medio de ensayos.

Como espectador, en El pimiento verdi hay escenas bellas como, por ejemplo, el momento en que cantan el coro de Nabucco de Verdi junto con la lectura de fragmentos del libro antisemita de Wagner, en el que se mezclan el judaísmo y la música. Ese cruce es un momento terriblemente emotivo.

Como espectador también estoy dispuesto a divertirme con momentos como la escena en que cantan en alemán y se escupen la ensalada y la cerveza unos a otros. Son momentos, sin ninguna duda, divertidos. También lo es la ópera final en la que el argumento es de Wagner, pero las arias son de Verdi. Hay situaciones en toda la obra realmente divertidas.

¿Cómo se le ocurrió todo este argumento?

Era obligado que los Teatros del Canal hicieran algo sobre el 200 aniversario de Wagner y Verdi, unas figuras tan importantes para el teatro musical. Yo había estado en una veladas muy divertidas en un restaurante que lleva casi este nombre, El pimiento verde. Allí había cantantes que iban a veces por las noches a cenar, había un piano y se habían montado aquelarres de este tipo. Es verdad que no tan construidos ni con Verdi y Wagner. Un día organizamos allí con los cantantes una especie de Carmen mientras estaba la gente cenando. Cuando tuve la responsabilidad de hacer esto, rápidamente pensé en hacerlo real: el propietario del restaurante hace un homenaje a Verdi y a los 10 minutos salen en una mesa una pareja de wagnerianos que le preguntan por qué no homenajear también al que era mejor que éste, y empiezan a sabotearlo todo. Aquí empieza el duelo y el rifirrafe musical. Pensé que esto hubiera podido suceder de verdad en este restaurante y a mí el realismo me gusta mucho.

Además de momentos muy divertidos, la obra contiene una invitación a la reflexión sobre el concepto de responsabilidad del artista…

Sí, yo creo que lo que hacen los artistas tiene una repercusión a la que muchos llaman mediática. Tienen unas responsabilidades por lo que hacen, por lo que dicen o por cómo lo hacen. En el caso de Verdi, la reunificación de Italia fue en gran medida gracias a su participación, a su música y su actitud cívica y personal. En el caso de Wagner, el alemán participó en la creación de toda una especie de campo de cultivo del Tercer Reich. Los artistas debemos de saber que lo que hacemos será tomado por la sociedad de una determinada forma y que incluso cuando hayamos muerto se juzgará, se utilizará en función de determinadas cosas que nosotros desconocemos. Éstas pueden ser muy positivas, como sucede en general, pero también muy negativas.

Ilustración de 'El pimiento verdi' [1]

Usted se define más como verdiano…

Sobre todo por el aspecto cívico de Verdi. También porque a Verdi lo que le gusta es confortar a la sociedad. Le gusta gustar, que a la gente le guste su obra. Wagner es un artista que quiere transformar a la sociedad. Hay en él un punto inquisitorial y por eso sus óperas duran tanto, porque él tiene la obsesión de transformar. A mí me gusta más esa actitud de confortar que la de transformar.

¿El pimiento verdi es una forma de acercar la ópera a otro público?

Sin duda hay público que vendrá aquí y no será de ópera y se lo pasará en grande. Pensará que la ópera es una cosa muy distraída y muy divertida. A lo mejor puede equivocarse porque un día irá a ver una ópera y pensará que no es tan divertido o tan espectacular o divertido como El pimiento. En todo caso, sí, para los no aficionados representa una cosa divertida y es una forma de acercarse a ellos.

Ha publicado recientemente también el libro El rapto de Talía, un ensayo en el que reflexiona sobre cómo los ciudadanos han usurpado el oficio de los actores. ¿Tenemos esa necesidad de ser protagonistas?

El exhibicionismo es como un gran virus. Normalmente éste forma parte de nuestro gremio, que lo tiene bajo control. Todos los artistas tenemos un impulso exhibicionista porque sino no nos dedicaríamos al teatro, a la música, al cine… Todos somos exhibicionistas profesionales. Sin embargo, cuando este exhibicionismo pasa al conjunto de la sociedad esto está fuera de control porque es como una especie de locura de exhibición y la gente prácticamente no tienen vida íntima. Son capaces de contar las intimidades sexuales de su esposa o de su marido tranquilamente en una televisión, o ir siempre exhibiendo lo buenos que son, lo solidarios… Todo el mundo exhibe todo y la vida íntima ha pasado a ser pública en una especie de locura por querer contar las cosas a la gente. Te encuentras con alguien en la calle y una vez ha dicho buenos días ya enseguida te está contando su vida.

En el libro da una serie de instrucciones para fabricar a un genio de la cultura. Es decir, si se juntan todos estos factores como ser joven obligatoriamente, aparecer en el momento preciso o ser ambivalente sexual, ¿sale un genio seguro?

Sí, eso es. Sale un genio seguro. Es decir, hay una serie de condicionantes que atraen rápidamente al mundo mediático en representación de la sociedad en un determinado grupo de cosas. Si nos fijamos en estos genios, que son de quita y pon porque los vemos durante y tiempo y después desaparecen, veremos que todos tienen las condiciones psicológicas que yo voy enumerando: exquisitez, apoliticismo, despreocupación visible, etc.

¿Hemos entrado en una espiral en la que todo vale?

Hemos entrado en una espiral en la que con la descodificación de una memez se puede construir una genialidad.

En cambio decía recientemente que para usted el arte en sí no ha evolucionado mucho…

No, no… Digamos que ha evolucionado, pero no en el sentido en el que cree la gente. Hoy la gente cree que la música es mejor que hace 250 años y yo me pregunto: ¿hay algo mejor que la Quinta Sinfonía de Beethoven? Musicalmente hablando y como inteligencia musical…¿Hay algo mejor en pintura que la Capilla Sixtina o que Las Meninas de Velázquez? No. Hay cosas distintas, que pueden emocionar más o menos. ¿Hay algo mejor que una obra de Sófocles, Esquilo o Aristófanes? ¿Es que nuestras obras actuales son mejores que las de Esquilo o las de Molière? No es así, lo que sucede es que el arte se adapta a las formas de una época.