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Evaristo Valle, el talento olvidado de un genio (I)

Evaristo Valle (1873-1951) es uno de los grandes nombres del arte de entre siglos y que, sin embargo, permanece sepultado bajo el peso de la historia. A la altura de otros ilustres pintores como Regoyos o Beruete, Valle no alcanzó en vida el reconocimiento que sin duda merecía. Su carácter introvertido y su dificultad en las relaciones personales supusieron un obstáculo importante en el impulso definitivo de su obra.

Valle no estuvo presente en el mercado del arte ni participó comercialmente de las operaciones de mecenazgo que comenzaban a desarrollarse a comienzos de la centuria pasada, aunque su obra interesó con especial ahínco a los grandes críticos artísticos y los más ilustres nombres de la intelectualidad de la época. José Francés, Ignacio Zuloaga, Ortega y Gasset, Fernando García Vela, Francisco Alcántara, Luis Bonafoux o Enrique Lafuente Ferrari fueron solo algunos de los personajes vinculados directamente a la pluma y al pincel de este insigne y brillante asturiano.

Muy en consonancia con el concepto de artista romántico, de personalidad melancólica y doliente y de un subjetivismo acentuado en la concepción de la obra de arte, Valle se mueve entre Asturias y el mundo con una naturalidad asombrosa que le inquieta y apacigua por igual. Autodidacta por necesidad, despierta para el arte en la infancia, aunque nos será hasta los 30 años cuando realice en Gijón sus primeras muestras individuales.

Hijo de su tiempo, es éste quien contribuye a forjar una personalidad contradictoria, de excepcional talento para el arte, que combina en su producción pintura y literatura como partes indisolubles de un todo unitario. Valle fue uno de los grandes humanistas de la pintura de la primera mitad del siglo pasado y, aunque escritor frustrado debido al escaso éxito y divulgación de su obra, su pintura alcanza cotas de modernidad que, aún hoy en día, somos capaces de identificar en la fuerza inagotable de una pincelada atemporal.

Vida familiar

Evaristo Valle nace en Gijón a las tres de la tarde del 11 de junio de 1873. Era hijo de Evaristo del Valle y Álvarez, licenciado en Leyes por la Facultad de Oviedo y de Marciana Fernández y Suárez Quirós. Estas eran las segundas nupcias del magistrado Valle, que había enviudado de Teodora del Villar Fernández-Parrado, una gaditana afincada en Filipinas y de la que tendrá una hija llamada Juana, hermanastra de Evaristo. Del segundo matrimonio de su padre, Valle tendrá otros cinco hermanos: Marciana, María, Antonio, Carmen y Teresa. Evaristo será el tercero.

Escena asturiana. Semanario España, 24 de julio de 1919. Archivo Fundación Ortega y Gasset Gregorio Marañón, Madrid. [1]

Escena asturiana. Semanario España, 24 de julio de 1919. Archivo Fundación Ortega y Gasset Gregorio Marañón, Madrid.

El 22 de julio de 1882, don Evaristo es nombrado magistrado de la Audiencia de San Juan de Puerto Rico y decide embarcar rumbo a América con toda su familia. El pequeño Evaristo cuenta nueve años y para él supone toda una aventura viajar lejos de su Gijón natal, embarcando en uno de aquellos enormes buques que partían del Puerto del Musel. El gusto del artista por lo exótico y novelado, su interés por América y su gran imaginación comenzaran a pergeñarse ahora.

Para solventar el pasaje de toda la familia, el magistrado Valle se ve obligado a solicitar un crédito que traerá no pocos problemas. Apenas a los dos años de la llegada a tierras portorriqueñas, y aquejado de fiebre amarilla, el padre de Evaristo fallece el 26 de agosto de 1884 dejando a la familia en una situación económica dramática. Ante la falta de recursos, la madre de Evaristo se ve obligada a pedir ayuda a su hermano, Anselmo Fernández y Suárez Quirós. Es él quien solicita amparo real para que sea la Administración quien se encargue de sufragar los gastos de regreso a Gijón de la viuda del magistrado y sus siete huérfanos, algo que finalmente logrará tras un numeroso intercambio de correspondencia administrativa.

En París

De regreso a Gijón, los problemas familiares se agravan. La situación es precaria y Valle ha de buscar empleo. Trabaja en una casa de banca y en una refinería de petróleo. También realiza para el semanario ilustrado barcelonés La Saeta, en el verano de 1897 y con motivo del inminente estallido de la guerra hispano-cubana, algunas ilustraciones críticas de agudo ingenio y buen dibujo.

Sin la figura paterna, Evaristo vive rodeado de mujeres, en un ambiente de ternura y cariño creado por su madre y sus hermanas. Además pasa largas temporadas estivales en casa de su abuela materna Benita, en Carreño, a quien le une una especial relación. El pintor también guarda especial afecto a su tía Carmen, hermana mayor de su madre, de fuerte temperamento, una gran lectora de viva curiosidad y de la que el inquieto Evaristo escucha anécdotas de la vida parisina de finales de siglo.

Es así como Valle decide emprender rumbo a París. Ayudado económicamente por Florencio Rodríguez, se marcha sin hablar francés y sin más voluntad que la de su pincel. Encuentra trabajo en la litografía Casa Camus y realiza caricaturas para aumentar sus ingresos que alguno de sus amigos del taller colocaban en periódicos franceses como Le Rire.

Enrique Lafuente Ferrari (centro, con gafas), Evaristo Valle (con sombrero) y amigos, Valle de Carrión, c. 1946. Archivo Enrique Lafuente Ferrari. Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, Madrid. [2]

Enrique Lafuente Ferrari (centro, con gafas), Evaristo Valle (con sombrero) y amigos, Valle de Carrión, c. 1946. Archivo Enrique Lafuente Ferrari. Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, Madrid.

En aquellos momentos triunfaba en París el arte de Zuloaga, mientras artistas de la talla de Picasso, Juan Gris o Modigliani trataban de abrirse camino entre las vanguardias artísticas de un siglo convulso. Es ahora cuando Valle conoce a un anciano Daniel Urrabieta Vierge. De Urrabieta adoptaría Valle el gusto por el valor de la luminosidad y el carácter documental de algunas de sus composiciones. Del gran Vierge, al igual que de las historias que le contaba su padre, mostrará también Valle su amor por El Quijote.

Maestros del Prado

Tras la Exposición Universal de París, celebrada en 1900, el trabajo litográfico cae estrepitosamente y Valle emprende de nuevo el regreso a Gijón. Sin embargo esta experiencia le había calado. La modernidad parisién, el ambiente de cabaret, los cafés y tertulias. En todo encuentra un motivo para su arte.

Trabaja en la litografía gijonesa de Mencía y Paquet y en 1902 viaja a Madrid y visita el Museo del Prado, donde descubre a los grandes maestros que tantos influirán en su obra, especialmente El Greco y Francisco de Goya. Cumplidos los 30 años, Valle ya no es un joven aprendiz, inquieto e indeciso. Su vida es ya la pintura y decide imperiosamente tratar de alcanzar su sueño: convertirse en un pintor consagrado.

Expone en 1903 en la calle Corrida de Gijón con gran éxito, exposición que pudo presenciar el director del diario El Heraldo de Madrid, José Francos Rodríguez. Será Francos quien, entusiasmado con la paleta viva y sincera del asturiano, logra que el Ayuntamiento de Gijón le conceda una pensión para viajar de nuevo a París por importe de 3.500 euros anuales. En agradecimiento, Evaristo le regalará al menos dos obras, una de ella el pastel titulado Tres marineros, hoy en colección particular. Este gesto del asturiano se repite de modo constante a lo largo de su trayectoria artística y es frecuente que Valle regale obra como muestra de agradecimiento a amigos y bienhechores.

Veraneo asturiano

Cuenta Valle en sus Recuerdos de la vida de un pintor, donde anota algunos hechos relevantes de su vida, que se refugia en Noreña, ilustre villa asturiana donde compartió veraneos y confidencias con su amigo Pérez de Ayala, y que no viaja a París hasta que los vecinos dan cuenta de su presencia. Desde París envía al Ayuntamiento, que le había solicitado una obra, su cuadro La Promesa –actualmente en el Museo Casa Natal de Jovellanos de Gijón–, donde una pareja de aldeanos conversa sobre un fondo de paisaje asturiano. Este hecho molestó mucho a los concejales, que esperaban ver un cuadro de temática modernista o al menos algo parisién, lo que propició la retirada de la pensión.

El estudio parisino del pintor se encontraba en el número 7 de la Rue Belloni, refugio de artistas y ubicado en el barrio de Montparnasse. Allí se impregnó del ambiente artístico de la época y de los estilos que surgían de la mano de nuevos pintores. Conoció y entabló amistad con otros españoles, especialmente con Aurelio Arteta, Cristóbal Ruíz y Anselmo Miguel Nieto, aunque su timidez natural no favoreció el afianzar grandes amistades.

Frecuentaba los cafés y observaba las maneras de los personajes que en ellos se reunían, comenzando así una ingente producción de caricaturas que, para tratar de sobrevivir, enviaba a El Independiente, periódico gijonés de gran tirada, que los publicaba de manera periódica cada sábado. Por mediación de Francos Rodríguez, Evaristo conoce a quien será uno de sus mentores y grandes amigos.

Lápiz negro sobe hoja de bloc. 14,3 x 9,4 cm. 1917. Archivo Enrique Lafuente Ferrari. Real Academia de Bellas Artes San Fernando, Madrid. [3]

Lápiz negro sobe hoja de bloc. 14,3 x 9,4 cm. 1917. Archivo Enrique Lafuente Ferrari. Real Academia de Bellas Artes San Fernando, Madrid.

Años más tarde dedicará a sus hijos su novela costumbrista Oves e Isabel, publicada en 1919. Se trata de Luis Bonafoux Quintero, periodista y crítico literario y enemigo acérrimo de Clarín por considerar su obra La Regenta una copia de la Madame Bovary de Flaubert. Será Bonafoux quien presente a Valle a Ignacio Zuloaga a finales de 1903, con quien el asturiano inicia una gran amistad propiciada por la gran admiración que siente hacia el eibarrés –tal y como se constata en la correspondencia que ambos intercambian y que se rescata inédita en este nuevo trabajo.

Revolucionario de la pintura

Valle expone sin éxito en el Salón de París de 1905 y de 1906 las obras La meriendaMme. La Baronne, respectivamente, y decide regresar a Gijón. 1907 es el año de su consagración definitiva en su ciudad natal. El 15 de diciembre expone en los bajos de la Casa de Marina de la calle Corrida de Gijón. El catálogo, con prólogos de Benito Delbrouck y de Luis de Oteyza, a quién Valle ilustrará su libro Balada al año siguiente, recoge un breve análisis de las obras expuestas, realizadas por críticos y amigos del pintor. Toda la prensa local se hizo eco del gran acontecimiento. Incluso los corresponsales asturianos en la prensa de Madrid publicaron telegramas dando cuenta del éxito y reconociendo a Valle como un auténtico revolucionario de la pintura, de gran viveza expresiva y ágil pincelada.

Tras el éxito cosechado marcha de nuevo a París. Se instala primero en Hotel Saint Pierre, ubicado en el número 4 de la Rue de l´École de Medicine, muy cerca de la Sorbona, y según recogemos de la correspondencia entre Valle e Ignacio Zuloaga. Vuelve a España en mayo de 1909 para exponer en la Sala Iturrioz de la calle Fuencarral de Madrid. Su pintura, con buena acogida de público, se hace ahora conocida para la sociedad madrileña. En ella se reúnen treinta obras donde Valle muestra su genio rebelde y singular, maduro y trabajado. Toda la prensa nacional se hace eco del acontecimiento, describiendo su pintura como un «arte nuevo», de «personalidad vigorosa y de una ingenuidad muy recomendable».

De los dos años más que Valle pasa en París, apenas tenemos más noticias que las que narra en sus Recuerdos de la vida del pintor. Expone durante los dos años siguientes, 1910 y 1911, en el Salón de los Independientes y cuando todo indica que sus dificultades comienzan a superarse, Valle cae de nuevo en una profunda nostalgia y angustia vital. Su amigo, el pintor Isidro Nonell, muere el 11 de febrero de 1911 y, una vez más, abatido por una profunda tristeza comienza a plantearse el regreso a Asturias. Además, su madre cae enferma. Gijón le reclama de nuevo, esta vez de modo definitivo. No regresará jamás a París.

Sobre la autora

alicia vallina [4]Alicia Vallina Vallina es doctora en Historia del Arte por la Universidad Complutense de Madrid. Licenciada en Ciencias de la Información por la Universidad de Navarra. Posee estudios de Arte Moderno por la Universidad de Cambridge (Christie´s Education London). Es funcionaria de carrera y ejerce como Técnico de Museos Estatales en la Subdirección General de Protección de Patrimonio Histórico de la Secretaría de Estado de Cultura.