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Huelva, la despensa ideal

La vida es un cúmulo de casualidades, la mayoría desgraciadas o accidentadas, pero algunas, a veces, dulces y afortunadas. Fruto de varias de estas últimas, Cristina y yo hemos regresado este verano con nuestras hijas a Matalascañas, la playa a la que siempre fueron mis padres de niños, con mis abuelos, y luego nos llevaron a mí y a mis hermanas. La urbanización en la que hicimos amigos, tuvimos pandilla y nacieron los primeros amores. El mismo lugar en el que ahora mis hijas y sus primos hacen amigos y tienen pandilla. Lo demás llegará en su momento.

Desde nuestra atalaya a la orilla del Atlántico hemos tenido la ocasión de redescubrir y comenzar a explorar todos los tesoros gastronómicos que ofrece la provincia onubense. Empezando por una de mis fijaciones: la cultura del desayuno. En Huelva, como en Sevilla, Málaga o Cádiz, se empieza el día con un café fuerte y cargado. Y se acompaña de buenos molletes, bien tostados, pringados en aceite de oliva virgen extra o untados con todo tipo de placeres culpables (zurrapa de lomo o hígado, sobrasada, paté, etcétera). En esta tierra, encima, es habitual (y muy asequible) añadir al aceite y el tomate unas lonchas de buen jamón o paletilla ibérica que convierten la primera comida del día en palabras mayores. Y si no hay cuerpo de salado, la mejor opción es un chocolate con churros finos y bien fritos, de rueda o de papa, fáciles de degustar en las frecuentes churrerías de la zona.

Gambas de Huelva cocidas.

La visita a un mercado en Huelva es, para mí, tan divertida como un parque de atracciones para un adolescente. En la capital, en Matalascañas, en Isla Cristina o Ayamonte. En sus fruterías se encuentran tomates, pepinos o pimientos, por ejemplo, para hacer gazpacho o salmorejo de primera categoría. Las mejores fresas y frutos rojos del mundo, criados en las fincas cercanas desde Almonte a Ayamonte y hacia el interior, hasta Niebla o Trigueros. Y sandías o melones de tamaño y sabor extragrande. Pero el verdadero disfrute está en las pescaderías. Boquerones, sardinas, salmonetes, caballas y otras piezas, todo fresco. Chocos como no encontraréis en ningún otro sitio. Y marisco. Chirlas y coquinas de la orilla, galeras magníficas para hacer caldo y las mejores gambas del mundo. En el de Isla Cristina compramos este verano las más ricas y sabrosas que recuerdo a un precio que, en Madrid, no se consiguen ni las arroceras.

Ración de coquinas.

Las coquinas, en Matalascañas y en otras playas onubenses, son punto y aparte. Es un producto delicado y escaso, que tiene vedas y no siempre se encuentra en pescaderías y supermercados. Pero que tiene una tradición tras de sí. En la playa es fácil ver a los mariscadores con licencia que usan sus grandes rastrillos para recoger las coquinas y venderlas luego a mayoristas y restaurantes. Pero con la marea baja, sobre todo a primera hora de la mañana o última de la tarde, también es habitual ver a decenas de bañistas hincando el empeine en el rompeolas para levantar la arena, dejar al descubierto a estos bivalvos y cogerlos antes de que vuelvan a enterrarse con la llegada de la siguiente ola. He tenido la suerte de poder enseñar a mis hijas, como mis padres hicieron conmigo, este sencillo rito playero que, hoy en día, bordea la legalidad. Y ese puñado de coquinas cogidas en familia puedo aseguraros que saben a gloria a la hora de la cena, tras pasar por la sartén con un buen salteado de ajo y vino oloroso.

Chiringuito en Matalascañas.

También forma parte del patrimonio inmaterial del que el veraneante disfruta en la costa onubense la visita diaria al chiringuito. Con prudencia y teniendo cuidado de no dejarse engullir por el agujero negro que generan estos establecimientos (aunque despegarse de la barra algún día pasadas las seis de la tarde también tiene su punto…), el chiringuito ofrece todo lo que un bañista puede necesitar antes de subir a casa al mediodía. Cruzcampo helada, aliños fresquitos (atún, huevas, pulpo, pimientos asados, etc.), sardinas asadas y delicadas frituras como las puntillitas, el cazón en adobo o el choco. Hay muchos. Decenas en Matalascañas, cientos en toda la costa de Huelva. Pero desde mi terraza se ven dos, y ambos son recomendables. Paco Triana [1] al oriente y Altomar (El Capea) [2] a poniente.

En todos los chiringuitos, y en bares y restaurantes del interior, se puede disfrutar en Huelva de sus vinos del Condado, que se producen y embotellan en los 18 municipios que pertenecen a esta Denominación de Origen. Son caldos frescos, afrutados y secos en su mayoría y, bien fríos, maridan a la perfección con los mariscos y pescados de la costa onubense.

Choco frito.

El choco en Huelva merece capítulo propio. En la playa, la forma más habitual de consumir este cefalópodo, parecido a la sepia, es frito en tiras. Pero no en vano los vecinos de la capital onubense, y de la provincia por extensión, son conocidos como choqueros. La abundancia de este animal en la pesca diaria ha hecho que la gastronomía local tire de imaginación para multiplicar sus formas de preparación. Además de enharinado y frito, se come a la plancha, guisado en amarillo con papas, con tomate, con habas, en albóndigas o croquetas, encebollado, al ajillo, aliñado, en paella o hasta hecho hamburguesa. Vamos, para no aburrirse.

Y si el menú marinero es atractivo, el serrano no lo es menos. Aunque se puede encontrar buen producto ibérico en toda la provincia, y casi en todo el país, la visita a la Sierra de Huelva es una actividad obligada a poco que se pasen unos pocos días en tierras onubenses. El paisaje de dehesas suaves, riscos abruptos y alcornoques y robles frondosos explica en buena medida el milagro que supone la cría del cochino ibérico. Clima, alimentación y mucho ejercicio físico. En la zona hay muchas localidades donde comprobar el resultado del proceso, tras la matanza y la curación, pero la parada obligada es en Jabugo, que por algo es el pueblo que da nombre al famoso jamón de pata negra. Allí, en el Mesón La Bodega [3], un secadero convertido parcialmente en taberna, probamos este verano Cristina, las niñas y yo el que probablemente sea el mejor jamón que hemos comido nunca.

Jamón ibérico.

En nuestra visita también estuvimos en Aracena, la gran localidad de la zona, con un precioso casco histórico y su famosa gruta de las maravillas. Bien orientados por nuestro querido Luis, terminamos almorzando en el Mesón El Postigo [4] donde, además de otro estupendo jamón, comimos una deliciosa presa ibérica, la reina de los cortes de carne de cerdo ibérico.

Además de jamón y presa hay otros embutidos cuya compra y degustación merece la visita a la sierra: chorizo, salchichón, morcón, morcilla, caña de lomo o lomito (una delicia no tan fácil de encontrar fuera de Andalucía Occidental, Extremadura y Salamanca). Y otros cortes de carne fresca además de la presa. Los más populares son el secreto, el lomo, la panceta, el solomillo o la pluma, pero no hay que dejar atrás el lagarto, el abanico, las carrilleras, los caprichos y delicias o ¡hasta las gastañetas! No en vano se dice que del cerdo se aprovechan hasta los andares.

Pasteles de Rufino.

Aracena también es famosa por su buen hacer pastelero. Siguiendo los pasos de mi padre en una de sus aficiones favoritas, era obligado también este verano hacer parada tras el almuerzo en la confitería Rufino [5], famosa por sus helados y por sus dulces, especialmente los de crema. Y en ese mismo empeño de recuerdo a Don Manuel aprovechamos también una visita a Moguer este verano para, además de buscar el rastro de Juan Ramón Jiménez o la ruta colombina, hacer escala y reponer fuerzas en otro lugar emblemático de la repostería onubense: La Victoria [6].

Y si todo esto no es suficiente atractivo para visitar Huelva y disfrutar de sus vinos y viandas, siempre nos queda la opción de ampliar curriculum con una visita al cercano Algarve portugués (apenas a hora y cuarto desde Matalascañas, el punto más alejado de la cosa onubense). Allí, en lugares como O Infante [7] o la cofradía de pescadores [8] de Vila Real de Santo Antonio, se puede disfrutar de sus pescados frescos, sus preparaciones de bacalao (el Bacalhau à brás especialmente) o sus arroces marineros, con ese especial toque de cilantro que nos resulta tan extraño al paladar español.

Al final, cuando termino este tipo de textos, siempre me quedo con la sensación de estar tirando piedras contra mi propio tejado. Con lo a gusto que se está en Matalascañas en particular, y en Huelva en general, ¡quién me manda a mí contaros todas las cosas ricas que se pueden comer por allí! Mejor me iría estando calladito y reservando para los ya iniciados la afición por las gambas, las coquinas, el choco, el lomito, la presa o los buenos pasteles. Pero, en fin, la generosidad me puede. Ya está hecho. Si queréis descubrir una de las mejores despensas de España, Huelva os espera. Es ideal para un verano perfecto. ¡A disfrutar!