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Os echo de menos

En las actuales circunstancias, confinados en nuestros domicilios, solos o en familia, todos estamos reparando en cuánto echamos de menos a amigos y familiares; descubrimos el enorme valor de los encuentros y hábitos rutinarios, habituales; soñamos con cómo lo celebraremos cuando podamos recuperarlos; y somos conscientes de que, en adelante, siempre tendremos presentes estos difíciles momentos para darle a cada cosa la importancia que realmente tiene.

Yo os echo mucho de menos. A mi madre, al resto de la familia, hermanas, sobrinos, cuñados, primos, tíos. Hasta a mi suegra la añoro, que me trata como a un rey. A los amigos, a los compañeros de trabajo. Incluso a los conocidos. Sueño con el momento de volver a dar besos, estrechar manos, regalar abrazos apretados, con sonoras palmadas en la espalda. Me sostengo, mientras, gracias a la relación estrecha, entre estas cuatro paredes, con mi mujer y mis hijas. Un afecto que vale ahora más que nunca y que se ha convertido en mi tabla de salvación para sobrellevar estos días que parecen salidos de una fotocopiadora, un hoy igual que el ayer y calcado al mañana. Y así indefinidamente.

Vida social

También os echo de menos a vosotros. Mucho, cada día más. Bares, restaurantes, tabernas, cafeterías, mesones, ventas, chiringuitos, tabancos y terrazas. Añoro esos espacios de ocio y restauración donde uno de verdad hace vida social, departe y alterna con los suyos y algunos ajenos, en los que mira y se deja ver, y que alimentan tanto el estómago como el ánimo y el espíritu.

En estos días aciagos, de retiro obligado, en los que los recuerdos y vivencias igual nos alivian la nostalgia que nos alimentan la ansiedad causada por el encierro, yo echo de menos ir a Lambuzo con mi familia un sábado luminoso de primavera, sentarnos en aquella mesa junto al ventanal, por el que entra un sol cálido y cariñoso, y disfrutar junto a Cristina y las niñas de su comida, claro, pero también del ambiente y de la compañía de Diego, Pepe, Luis y los demás.

Añoro los cuchareos, mis queridos cuchareos verdiblancos, que saben convertir un miércoles de febrero en un domingo de mayo. Y los almuerzos con Mario o los buenos ratos con Carlos y Javier, que tanto ayudaron a mantener la moral alta durante los últimos años. Acaba de empezar abril y pienso, ¿qué pasará este año con la atunada, Emilio? ¿también tendremos que renunciar a eso? Uf, qué duro se hace.

Recuerdo con la culpabilidad de no haber sido consciente de que era la última vez en mucho tiempo aquella excursión fugaz con Cristina una tarde de miércoles al bar de la esquina para tomar un par de cañas antes de subir a casa. O el aperitivo en Estebaranz y los desayunos frente al cole de las niñas. Esos hábitos rutinarios en cuya importancia no reparé jamás y que ahora me parecen un tesoro perdido de valor incalculable.

Citas y escapadas

Extraño las largas comidas con el patrón y el resto de la cuadrilla en Casa Narcisa o en el Mesón Los Aros. Los almuerzos de trabajo con tanta gente poco relevante en mi vida, y con los que ahora mataría por brindar, compartir mesa y charlar relajadamente. Las cenas con Paula y Jorge. Las quedadas con José Mari y los demás. Las escapadas con la gente del Foro. Las citas de Ministerio Connection. Los largos paseos por Barcelona eligiendo local en el que comerme un buen bocadillo de butifarra y un par de cervezas. Las citas del Foro de Béticos en Madrid en el restaurante Ponzano, que tan importantes han sido y siguen siendo en mi vida verdiblanca lejos de Heliópolis.

Cómo me gustaría poder salir a un buen restaurante mexicano o peruano. A Tampu de cena romántica con mi mujer. A La Mórdida con Irene, Marina, Luismi, Jesús y las niñas. O incluso a un buen japonés, como Miyama. Y tomar el aperitivo en Sierra, Labra, Ricla, Casas o Hasta los andares. Deambular el día entero por Madrid con los primales, de bar en bar. Y acabar tomando unos tragos en José Alfredo o Salmón Gurú.

Me encantaría poder quedar con los amigotes en el Tremendo o el Vizcaíno, beber Cruzcampo bajo los soportales de El Salvador, y almorzar luego como dios manda en La Taberna de Miguel y Chusqui. Bajar a desayunar un buen mollete con tomate y jamón al Rincón de Juan. Salir de paseo y comerme unos montaditos de pringá en Las Columnas o un piripi en Antonio Romero. Tomar una cerveza con mis hermanas y mis cuñados en cualquier sitio agradable. Cenar tranquilamente en la Flor del Azafrán. Dios mío, ¡qué anchoas!

Excursiones por España

Anhelo el momento de poder volver a planear excursiones por España con Samu y Malena, como aquella a La Rioja con visita a bodega y champiñones a la plancha en la calle Laurel. Y comer chuletón en el Néstor de Donosti. Salir de pinchos por Vitoria, Burgos, Salamanca o Valladolid. Sentarme en La Malvarrosa para disfrutar de una paella en Casa Carmela o Luz de Luna. Llevar eslovacos a comer asado a Segovia. Comer mejillones en O Grove, y pulpo en Santiago, y empanada en Pontevedra. O perderme de tapeo por las calles de Málaga, Córdoba o Granada.

Sueño con que el coronavirus nos perdone el verano y poder regresar al escenario del crimen, Altomar, aquel chiringuito en Matalascañas que en las largas sobremesas de julio y agosto se convierte en un agujero negro cuya fuerza centrífuga, paradójicamente, te atrapa y te impide salir hasta bien llegado el atardecer.

Y volver a viajar al extranjero. Disfrutar del bacalao en Lisboa, de la cerveza en Escocia, de las hamburguesas en Berlín, de las crepes y las ostras en Bretaña. Y descubrir tantos y tantos manjares pendientes.

Volveremos. Tened calma, paciencia y confianza. Volveremos y ellos nos estarán esperando. Esta situación pasará pronto y nos reencontraremos en sus barras, salones y terrazas. Y los besos nos sabrán a croquetas de Ovidio, a tortilla de patatas de Martín o a los gratinados de El Globo. Un botellín helado nos reconfortará como un cálido abrazo. Y celebraremos juntos de nuevo la vida. Como siempre, pero como nunca. Conscientes de todo lo que hemos perdido, de todo lo que hemos pasado y de todo lo que vale la pena.

Pero, mientras ese momento llega, yo os echo de menos, cojones. Os echo de menos.