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Al César lo que es del César: Juan Antonio Bardem

Suyas son algunas de las mejores películas del cine español. Su ópera prima de 1954 como director en solitario, Cómicos, aguanta como una obra admirable sobre el universo del teatro que tan bien conocía siendo hijo de los actores Rafael Bardem y Matilde Muñoz Sampedro. Tres años antes había dirigido a medias con Luis García Berlanga Esa pareja feliz, seguramente más importante que excelente, en cualquier caso deliciosa. No pudo, como estaba previsto, repartirse de nuevo las tareas de director a medias con Berlanga en Bienvenido, Mister Marshall pero fue pieza esencial como coautor del argumento y el guión de la gran sátira de la España aislada de la época.

Su mirada más crítica y valiente y el interés de los grandes festivales internacionales llegaron con Muerte de un ciclista. Un año después, en 1956, firmaría su obra maestra, Calle Mayor, que, inspirada en el sainete La señorita de Trevélez de Carlos Arniches y con influencias de Doña Rosita la soltera de Federico García Lorca y de Los inútiles de Federico Fellini, ofrecía un retrato ciertamente desolador de la condición de la mujer que podía quedarse soltera en los años cincuenta.

Bardem, que era muy crítico con algunas de sus cintas, llevaba mal, con razón, el poco aprecio crítico de su retorno al melodrama provincial Nunca pasa nada. En ambas están esos temas que le eran tan característicos a su creador y que Carlos F. Heredero enumera en el prólogo como “la hipocresía moral, la alienación religiosa, la carencia ética, el peso social de las tradiciones retrógradas, el vacío existencial, la toma de conciencia o la denuncia de una estructura social asfixiante”. Como presidente de la productora Unión Industrial Cinematográfica, SA (UNINCI), fue además uno de los responsables de que Luis Buñuel volviera a España para dirigir nada menos que Viridiana.

Puede que a partir de los años setenta dejara de ser un referente y no consiguiera rodar trabajos tan redondos como los citados hasta aquí pero no dejó de sumar algunos méritos que no cabe pasar por alto. Que Alfredo Landa podía ser mucho más que uno de los pilares de la comedia rijosa de los setenta no se vio por primera vez con El crack de José Luis Garci ni con Los santos inocentes de Mario Camus. Fue unos antes antes, en plena Transición, con El puente de Bardem. “¡Menuda papeleta! Liberar a Landa del ‘landismo’!” y transformar “una más de las aventuras domingueras del vecino del quinto en busca de sexo en un trayecto moral que le lleva a la toma de conciencia (de clase) sobre la necesidad de un solidario compromiso y una nueva participación política”. Ahora que por inercia recibimos con arrobo casi cualquier true crime de medio pelo que llega de Estados Unidos o el norte de Europa, se nos olvida el impacto tremendo de Jarabo, primera muestra de la serie La huella del crimen de TVE en 1985. Enormes Sancho Gracia y Bardem, delante y detrás de la cámara, respectivamente, para retratar la historia de un asesino que, como el director, fue alumno del mismo colegio madrileño, El Pilar, aunque un curso por debajo.

Adentrarse en sus recuerdos es sumergirse en el pensamiento de alguien que, excepto cuando evoca algunos momentos familiares relacionados con su mujer, sus padres y sus tías o relata alguna anécdota divertida, escribe casi siempre en un tono entre la acritud y el enfado que le cuesta reprimir. En este repaso hay páginas para dar cuenta de su visión del cine, del descubrimiento del marxismo, de su militancia en el Partido Comunista (“de pocas cosas de mi vida me he sentido siempre tan orgulloso como de ésta”), de su paso por la cárcel o de la trastienda de sus mejores obras, pero también para ajustar algunas cuentas y deslizar opiniones, no siembre especialmente favorables, sobre Ricardo Muñoz Suay, Santiago Carrillo, Carlos Saura, Emma Penella, Fernando Fernán-Gómez, Luis García Berlanga, Paco Rabal, Rafael Azcona, Edgar Neville o Luis Buñuel. Dedica mucho menos espacio a ponderar el buen trabajo de su hermana Pilar, su sobrino Javier y su hijo Miguel pese a que era un hombre muy volcado en su familia. Comprometido y fiel a sus ideas hasta el último día. Merece ser mejor conocido por las nuevas generaciones de cineastas. Razones hay para ello.

Memorias de un hombre de cine. Y todavía sigue [1]

Juan Antonio Bardem

Edición de Carlos F. Heredero

Editorial Cátedra

328 p

21,95 euros