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Cine en casa: Los musicales

Los musicales han hecho soñar a muchas generaciones. Han sido y siguen siendo el caldo de cultivo ideal para que los creadores muestren su capacidad de encandilarnos. Los hay de todos los colores y no es fácil quedarse con los 12 que señalamos. Los elegidos lo son, con todo derecho, pero el número limitado hace que no podamos olvidarnos de otros que también pudieran haber integrado este listado. Por ejemplo: La calle 42, Empieza el espectáculo, Los caballeros las prefieren rubias, Un día en Nueva York, My Fair Lady, Víctor o Victoria, Grease, Melodías de Broadway, Hello Dolly!, Fama, Funny Girl, Sonrisas y lágrimas, Porgy and Bess, Siete novias para siete hermanos, Cotton Club…

Pero aquí está nuestra docena de elegidos. Revisítenlos. No se arrepentirán. Los pies y el corazón se les pondrán contentos.

El mago de Oz

Víctor Fleming (1939)

Nada hacía presagiar que tras su complicadísima gestación, El mago de Oz, la historia de la pequeña Dorothy que sueña con viajar más allá del arco iris, se convertiría en el inmenso musical que ha seducido a generación tras generación.

La realidad es que cuatro directores intervinieron en el filme: Richard Thorpe lo hizo durante las dos primeras semanas de rodaje; George Cukor se bajó del carro cuando sólo llevaba cuatro días en el set; Víctor Fleming se remangó y lo firmó en solitario, aunque King Vidor también tuvo mucho que ver en el producto final pues es el responsable de las secuencias en blanco y negro que abren y cierran la película.

A eso hay que añadir que Shirley Temple, la elegida como primera protagonista en su calidad de gran estrella infantil de la época, se cayó del proyecto en el último momento y fue sustituida por Judy Garland, en la que no todos confiaban.

Como consecuencia de todos esos problemas los gastos se dispararon hasta alcanzar la brutal cifra para entonces de tres millones de dólares. Además, Fleming tuvo que manejar a más de 9.200 figurantes distribuidos en 68 escenarios…

Pero, pese a tanta complicación, el tiempo ha demostrado la maravilla cinematográfica y musical de esta fábula infantil basada en los 14 libros de cuentos de L. Frank Baum publicados entre 1900 y 1920. Nos subyugan las andanzas de Dorothy en el mundo encantado de Oz con su perro Totó y sus amigos: el Espantapájaros que anhela un cerebro; el Hombre de Hojalata que quiere un corazón, y el León Cobarde que busca el coraje que le falta. Imprescindible.

Un americano en París

Vicente Minelli (1951)

No sólo la música de Gershwin la hace grande. No sólo si se considera que dirigiendo las cámaras de este musical irrepetible estaba Vicente Minnelli, por su sensibilidad lírica y sus planos secuencia, uno de los más grandes realizadores del género. Y, por si fuera poco, la fuerza de Gene Kelly (como bailarín, actor y coreógrafo) y el candor de Leslie Caron para rendir este homenaje del cine musical a la pintura.

Ganadora de seis Óscar, incluyendo el de mejor película, Un americano en París nos habla de Jerry Mulligan, un joven que tras combatir en la Segunda Guerra Mundial llega a París, donde sobrevive como puede en una pequeña buhardilla del barrio de Montmartre pintando cuadros. La inesperada llegada de una mecenas y el amor de Jerry por la novia de uno de sus amigos, una jovencísima Leslie Caron, desembocará en un tierno triángulo amoroso.

Desfilan por la pantalla, con el fondo de la banda sonora de Gershwin, los lienzos de Van Gogh que suceden a los de Renoir, y los de Toulouse-Lautrec a los de Rousseau en un torbellino de imágenes, luces, sonidos… Una fiesta para los sentidos que culmina en una magistral secuencia final. Título de oro entre los musicales.

Cantando bajo la lluvia

Gene Kelly y Stanley Donen (1952)

Stanley Donen y Gene Kelly (otra vez su genio al servicio del cine) se aliaron para dejar en la pantalla un filme de un optimismo generoso y una de las películas más queridas por el público de todos los tiempos.

Cantando bajo la lluvia cuenta las tribulaciones de una estrella del cine mudo que tiene que enfrentarse a la llegada del cine sonoro. El tema podría haber tomado un camino lacrimoso y, sin embargo, el tratamiento de cada escena está marcado por un inteligente y alegre tono que bascula de lo cómico a lo satírico y a lo romántico. Desde el primer fotograma se instala en el espectador una sonrisa que sólo se apaga con el fin de la proyección.

Apoteosis de gracia e ingenio, Cantando bajo la lluvia contiene algunas de las coreografías, -que dan forma a una serie de piezas musicales de mucha altura-,  más brillantes de la historia de los musicales. ¿Quién es capaz de no sentir muy dentro la imagen de Kelly y su paraguas subido a una farola?

West Side Story

Robert Wise y Jerome Robbins (1961)

De grande en grande. Este musical lejanamente inspirado en la tragedia de Romeo y Julieta con música de Leonard Bernstein y letras de Stephen Sondheim es una de las propuestas más representativas del musical moderno, a la que acompañó desde el minuto uno de su presentación un enorme éxito de público y crítica.

Tampoco tuvo una realización fácil que se inició en 1946, cuando el coreógrafo y realizador Jerome Robbins, planteando una puesta al día de la tragedia de Shakespeare, decidió trasladar el escenario de los amantes de Verona al barrio Este de Nueva York, habitado por pandillas callejeras. Pero el propio Robbins y Bernstein aparcaron la idea hasta que el 26 de septiembre de 1957 se estrenó en el Winter Garden neoyorquino la obra teatral que en 1961 se convertiría en el musical del que hablamos.

Natalie Wood, Richard Beymer, Russ Tamblin, Rita Moreno y George Chakiris ponen cara y cuerpo, a través de unas coreografías excepcionales, a los jóvenes protagonistas de una aventura cinematográfica que logró diez estatuillas, entre ellas la de mejor película y mejor dirección. Un clásico realmente imperecedero.  

Mary Poppins

Robert Stevenson (1964)

Completo cambio de registro para acercarnos a otro musical inolvidable. Mary Poppins estuvo a punto de no filmarse pues P.L. Travers, la autora de los libros de los que parte, se negó a aceptar la adaptación cinematográfica de su historia. Al final transigió, si bien la película y la historia escrita tienen profundas diferencias.

Pero, para suerte de todos, ahí está el musical en el que Robert Stevenson dirige a una Julie Andrews pletórica que se llevó de calle su Óscar como actriz, al que acompañaron los correspondientes a mejor canción, mejores efectos visuales, mejor edición y mejor adaptación. 

Oliver

Carol Reed (1968)

Sobre la obra de Charles Dickens y el musical para teatro de Lionel Bart, – que fue representado en el New Theatre del West End londinense 2.618 veces-, Reed dirigió una película de factura impecable. A través de un relato lleno de subterfugios y unas logradísimas coreografías de Oona White, Reed dejó claro que el musical, como género, puede acercarse al drama con el mismo poderío que lo venía haciendo a la comedia. Y de paso, demostró que los textos clásicos pueden conservar su dimensión, sin perder un ápice de su esencia, a través de la música y el baile.

Oliver logró seis Óscar, incluyendo los de mejor película y mejor dirección, y fue el último musical premiado como mejor filme por la Academia hasta el año 2003, cuando lo hizo Chicago.  Mezclando drama, comedia y aventura y sólidamente asentada en un conjunto de canciones y coreografías muy inspiradas, la historia del ilustre huérfano atrapa el corazón de los espectadores.  

La Leyenda de la Ciudad sin Nombre

Joshua Logan (1969)

Hablar del Oeste al servicio del musical es, inevitable y justamente, referirse a Siete novias para siete hermanos (1954) y, por supuesto, a la trama picaresca de La Leyenda de la Ciudad sin Nombre. Un Clint Eastwood con cinco décadas menos, acompañado de Lee Marvin y la dulce belleza de Jean Seberg, nos instalan en la locura de la ‘Fiebre del Oro’ en un poblado sin nombre de la California de mediados del siglo XIX.  

En ese escenario, dos buscadores del ansiado metal viven relativamente felices hasta que, cada cual a su modo, sienten que les falta la compañía de una mujer. Ahí empieza el conflicto que da cuerpo a una película que se mece entre la diversión y la sátira para dejarnos ante una especie de reflexión crítica sobre las complejidades del amor.

En la memoria queda la voz profunda de Lee Marvin interpretando Sandrin Star y una serie de números, entre poéticos y pícaros, llenos del humor que no siempre reinó durante el rodaje. Basten dos ejemplos: Cuando el director Joshua Loganle dijo a Marvin que no sabía cantar, el actor se orinó en las botas del realizador. Desde ese momento no volvieron a rodar ninguna escena juntos. Por otra parte, Clint Eastwood y Jean Seberg se ‘liaron’, lo que provocó que el marido de ella entrase pistola en mano y a tiro limpio en el set de rodaje. La única víctima fue una mula. Logan amenazó con no rematar la película, algo que para suerte de todos no sucedió.

El violinista en el tejado

Norman Jewison (1971)

Musical atípico que retrata la vida de una comunidad judía a principios del siglo pasado en la población ucraniana de Anatevka, antes de los pogromos zaristas. Tevye (Chaim Topol), que también actúa como narrador de la acción, debe trajinar al tiempo con los cambios que operan en la comunidad y con el hecho de que sus hijas desafíen las tradiciones.

Jewison se sirvió de los relatos del escritor Sholem Aleichen sobre el lechero-violinista Tevye, su esposa y sus cinco hijas para hacer una analogía entre la precariedad de su situación, tocando encima de un tejado a riesgo de partirse la crisma, y la dificultades para sobrevivir ante la presión de sus ortodoxos convecinos y de las autoridades zaristas que no los quieren ni ver. 

El violinista en el tejado es una propuesta deliciosa marcada por una música llena de melancolía, -los solos de violín son nada menos que de Isaac Stern-  y unos brillantes números corales. En la cabeza de todos rula para siempre la voz del voluminoso Topol cantando Si yo fuera rico.

Cabaret

Bob Fosse (1972)

Ante ustedes otro clásico que tampoco anduvo mal en esto de los Óscar al lograr nada menos que ocho. Cabaret nos traslada a un local en el Berlín previo a la Segunda Guerra Mundial, sólo dos años antes de que Hindenburg designase canciller a Adolf Hitler. El inquietante ambiente, en el que ya es palpable la tensión creciente, parece quedar aislado en el interior del cabaret Kit Kat Klub, en el que una vital muchacha de espíritu libre, magistralmente interpretada por Liza Minnelli en el, de largo, mejor papel de su irregular carrera, despliega sus personales coreografías. En ese marco se produce la tórrida relación entre ella y un estudiante de Cambrigde interpretado por Michael York.

La historia parte de la obra Goodbye to Berlin del escritor británico Christopher Isherwood, que el dramaturgo americano John Van Truten convirtió en la pieza teatral I’m a Camera, de la que finalmente, con libreto de Joe Masteroff y música y letras de John Kander y Fred Ebb, surgió el Cabaret dirigido, con la mágicas coreografías propias de su carrera, por Bob Fosse. Siete años más tarde Fosse firmaría Empieza el espectáculo (All that Jazz), otro musical para el recuerdo.

Moulin Rouge

Baz Luhrman (2001)

París en el epicentro de otro magnífico musical. Nicole Kidman y Ewan Mcgregor protagonizan Moulin Rouge, un a modo de brillante flashback que recoge los recuerdos de un joven y depresivo escritor enamorado de la rutilante estrella del local que da título a la película. Lejanamente inspirada en La dama de las camelias de Alejandro Dumas, la película rescata música y canciones de diferentes artistas contemporáneos.

El australiano Baz Luhrman, que había despertado atención en 1992 con El amor está en el aire, obra modesta pero llena de encanto, echó el resto en Moulin Rouge rompiendo esquemas clásicos y levantando una moderna ópera tragicómica que insufló aire nuevo, pura revitalización, para un género que llevaba adormecido un par de lustros. Admirable.  

Chicago

Rob Marshall (2002)

El 3 de junio de 1975 se estrenó en Broadway, con coreografía y dirección de Bob Fosse, este musical inspirado en la obra de Maurice Dallas Watkins sobre los crímenes acaecidos en 1926, que él mismo había cubierto como periodista para The Chicago Tribune. Aquellos hechos habían sido llevados al cine, con escasa repercusión, en dos ocasiones: en 1927, con el título Chicago, y en 1947, como Roxi Hart.

Pero no sería hasta 2002 cuando fraguaría el empeño del experimentado coreógrafo y director teatral Rob Marshall de llevar el musical a la gran pantalla en el que sería su debut detrás de una cámara. ¡Y vaya debut!

Ganadora de seis Óscar, también el de mejor película, y protagonizada por un reparto extraordinariamente encabezado por Richard Gere, Renée Zellweger y una desbordante Catherine Zeta-Jones que aporta el descaro y el punto de vulgaridad que su papel requiere,  Chicago es un cohesionado espectáculo que no tienen desperdicio. Tanto por la brillantez de sus números como por la ajustada acidez de lo que se plantea a lo largo de su dramatizado guion.

La La Land. La ciudad de las estrellas

Damien Chazelle (2016)

No es, ni mucho menos, el mejor musical que hayan visto los tiempos. Sobre todo si se compara con las joyas apuntadas hasta ahora. Pero La La Land. La ciudad de las estrellas merece una muy especial mención pues supuso un bombazo de taquilla e hizo que muchos millones de jóvenes descubriesen y sintiesen como suya una película musical, algo que llevaba tiempo sin suceder.

Mia (Emma Stone) es una de tantas aspirantes a actriz que viven en Los Ángeles tras el sueño hollywoodiense. Se gana la vida como camarera mientras acude a todo los casting posibles. Sebastian (Ryan Gosling) es un pianista que vive de las actuaciones de segunda que le salen en sórdidos tugurios. Su sueño es regentar su propio club donde rendir tributo al auténtico jazz.

Los destinos de Mia y Sebastian se cruzan y la pareja descubre el amor, un vínculo que hará florecer y cuestionar las aspiraciones de ambos, pues la ambición por llegar a la cima en sus respectivas carreras artísticas amenaza con separarlos. Entre bailes, -estupendas coreografías-, descubrirán que no es fácil equilibrar amor, arte y ejercicio profesional.

La La Land vivió su aquel en la entrega de los Óscar. Recibió seis, entre ellos los de mejor director, actriz (Emma Stone) y fotografía. Pero cuando se entregó la estatuilla a mejor película se desató la tormenta al anunciarse por error que era la ganadora. Ya estaban sus productores en el escenario pronunciando sus palabras de agradecimiento cuando se interrumpió la ceremonia para dar cuenta de que se había producido un error con los sobres y, en realidad, la ganadora era Moonlight. Era la segunda equivocación de este tipo en los 89 años de los premios. Eso no le resta ni un punto de interés a un musical más que estimable.