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El mito eterno (y II)

Acerca de la vida y la obra de Monroe se han escrito más biografías, ensayos, artículos periodísticos, libros de ficción y literatura de no ficción que de ningún otro personaje cinematográfico, hasta el punto de que Billy Wilder sostenía que había más libros sobre ella que de la Segunda Guerra Mundial: “Hay cierta semejanza entre las dos: era el infierno, pero valía la pena”. La razón quizás sea que ningún estudio, Óscar ni nadie fue quien la hizo estrella, sino que fue la gente (“el público es el único hogar con el que puedo soñar”).  

Tan solo pocos meses después de su muerte el cantante folk Pete Seeger, el padre de la canción protesta norteamericana, estrenó en un concierto en el Carnegie Hall de Nueva York la canción ¿Quién mató a Norma Jean?, cuya letra había sido escrita por el poeta Norman Rosten. La canción, que fue incluida en el famoso álbum Nosotros venceremos (We Shall Overcome, 1963), contenía las respuestas a una serie de preguntas, entre otras: ¿Quién mató a Norma Jane?: “Yo, respondió la ciudad, como un deber cívico, yo maté a Norma Jane”; ¿Quién la vio morir?: “Yo, dijo la noche, y una luz del dormitorio, la vimos morir”; ¿Quién le hará el sudario?: “Yo, dijo el amante, mi culpa por cubrir, yo le haré su sudario”; ¿Quién llevará el velo?: “Nosotros, dijo la prensa, con dolor y angustia, nosotros llevaremos el velo”; ¿Quién la olvidará pronto? “Yo, dijo la página, comenzando a desvanecerse, yo seré el primero en olvidar”.

En 1964, Pier Paolo Pasolini incorporaría a su documental-ensayo La rabia un poema dedicado a Marilyn: “… tú, la más joven, la más pequeña,/ que llevas la belleza con humildad/ y tu alma de chica de gente modesta,/ nunca sabrás lo que tenías,/ porque si no fuera así,/ no sabrías lo que es la belleza./ El mundo te la ha enseñado./ Así, tu belleza se hace a sí misma./ Del tenebroso mundo antiguo/ y del tenebroso mundo futuro/ solo quedará la belleza,/ y tú te la llevarás contigo/ con una sonrisa obediente./ La obediencia requiere/ demasiadas lágrimas calladas,/ y la generosidad hacia los otros,/ demasiadas miradas alegres/ que piden un poco de piedad./ Así, te llevarás contigo tu belleza,/ desaparecerás como polvo de oro./ (…)/ Tu belleza ha sobrevivido desde el mundo antiguo,/ reclamada por el mundo del futuro,/ poseída por el mundo actual,/ se convierte en un mal mortal”.

Un año después, el poeta y sacerdote nicaragüense Ernesto Cardenal le dedicó el poema Oración por Marilyn Monroe (1965), en donde pone de manifiesto el anhelo de Marilyn de llegar a ser una “actriz maravillosa”, la cumbre de sus sueños, y el riesgo de que ese mundo que ella creía que la alejaría de una vida rutinaria la condujera finalmente a una existencia vacía, sin sentido: «Señor/ recibe a esta muchacha conocida en toda la Tierra con el nombre de Marilyn Monroe,/ aunque ése no era su verdadero nombre/ (pero Tú conoces su verdadero nombre, el de la huerfanita violada a los nueve años/ y la empleadita de tienda que a los dieciséis se había querido matar)/ y que ahora se presenta ante Ti sin ningún maquillaje/ sin su Agente de Prensa/ sin fotógrafos y sin firmar autógrafos/ sola como un astronauta frente a la noche espacial./ (…)/ Como toda empleadita de tienda/ soñó ser estrella de cine./ Y su vida fue irreal como un sueño que un psiquiatra interpreta y archiva./ (…)/ La hallaron muerta en su cama con la mano en el teléfono./ Y los detectives no supieron a quién iba a llamar./ Fue/ como alguien que ha marcado el número de la única voz amiga/ y oye tan solo la voz de un disco que le dice: wrong number/ o como alguien que herido por los gánsteres/ alarga la mano a un teléfono desconectado./ Señor: quienquiera que haya sido el que ella iba a llamar/ y no llamó (y tal vez no era nadie/ o era Alguien cuyo número no está en el Directorio de los Angeles)/ ¡contesta Tú al teléfono!”.

Monroe y Arthur Miller en su boda en junio de 1956. De Macfadden Publications New York, publisher of Radio-TV Mirror – page 22, Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=49817325

Por esa misma época, Arthur Miller publicó Después de la caída (1964), su obra teatral más autobiográfica, para plantear de forma descarnada el duelo que se sostiene en la conciencia de un hombre entre su sentimiento de culpabilidad y su deseo de inocencia. La conciencia, viene a decir el autor, es un pesado fardo de pesadumbre para cualquier persona, pues toda consideración sobre sí misma la enfrenta con la desgracia de que es víctima (en su caso, la persecución desatada por la caza de brujas del Comité de Actividades Antiamericanas) o verdugo (en su caso, su responsabilidad en la caída y muerte de quien había sido su última esposa). Miller, que había planteado algunas de las contradicciones de su relación con Marilyn en el guion de Vidas rebeldes, valoraba su talento y entendió el vacío existencial que la asfixiaba (“era la mujer más triste del mundo”), pero fue incapaz de detener la destructiva relación que mantuvieron durante la última etapa de su matrimonio.

Más de veinte años después, en Vueltas al tiempo (1987), Miller optó por narrar en lugar de dialogar y escribió: “Marilyn era para mí por entonces un torbellino de luz, toda ella paradoja y misterio tentador, vulgar a veces y otras elevada por una sensibilidad lírica y poética que pocos conservan después de la adolescencia (…). La verdad desnuda, sencilla y mortal era que no había ninguna diferencia entre ella y la actriz. Ella era Marilyn Monroe y era esto lo que la destruía (…). Para haber sobrevivido, ella tendría que haber sido mucho más cínica o haber estado mucho más lejos de la realidad de lo que estaba. Pero no, ella era una poeta en una esquina tratando de recitar sus versos entre una multitud ávida de arrancarle la ropa”.

Norman Mailer, el heredero de Ernest Hemingway, se dejó seducir tanto por la belleza y la personalidad de Marilyn que se aventuró a escribir una biografía sobre la actriz: Marilyn. Una biografía (1973), cuyo texto acompañó con imágenes de los mejores fotógrafos para los que había posado la actriz. La Monroe que muestra Mailer en esta “falsa autobiografía” o “libro de memorias imaginarias”, es “hermosa, trágica y compleja”. El libro, en el que se pone de manifiesto la gran capacidad de penetración psicológica de su autor, conduce al lector por la vida de Marilyn hasta las misteriosas circunstancias de su muerte. Mailer se despide de ella en con estas palabras: “Adiós, Norma Jean. Au revoir, Marilyn. Si te encuentras con Bobby y Jack, guíñales un ojo y si tienes ganas, ve a visitar al señor Dickens. Porque él, como muchos otros escritores, no podría menos que adorarte, pequeña huérfana».

Truman Capote reunió a principios de los años 80 en un solo libro (“literatura documental”), que tituló Música para camaleones, seis relatos breves, una novela corta y siete conversaciones y retratos, entre los que, además de un desgarrador autorretrato (“soy alcohólico. Soy drogadicto. Soy homosexual. Soy un genio”), incluyó una agridulce e imprescindible semblanza de su amiga Marilyn Monroe: Una adorable criatura.

Capote refleja los caprichos, miedos e inseguridades de Marilyn, pero a la vez nos la muestra como un ser que, por encima de todo, resultaba adorable. De la escena que tiene lugar en el muelle de la calle South el día del funeral de la actriz y profesora de actrices Constance Collier, quien le había dicho a Capote algún tiempo atrás que solo la cámara podía congelar la poesía de Marilyn y que: “espero, ruego, que viva lo suficiente para liberar ese talento tan extraño y encantador que es en ella como un espíritu prisionero”, hemos entresacado el siguiente fragmento: «Recuerda, te dije que si alguna vez te preguntaran cómo era yo, cómo era en realidad Marilyn Monroe, ¿cómo contestarías esa pregunta? –su tono era juguetón, burlón y, sin embargo, sincero al mismo tiempo; quería una respuesta honesta–. Apuesto a que dirías que era una palurda. Por supuesto, pero también les diría…. Ya se iba la luz. Ella parecía desvanecerse con la claridad, mezclarse con el cielo y las nubes, retroceder y ocultarse detrás. Yo quería alzar la voz por encima de los gritos de las gaviotas y preguntarle: Marilyn, Marilyn, ¿por qué todo tuvo que salir así? ¿Por qué es una mierda esta vida? Yo diría…, continué. No te oigo. Diría que eres una adorable criatura».

En el año 2000, la escritora neoyorquina Joyce Carol Oates publicó una novela de casi mil páginas basada en la vida de Marilyn Monroe: Blonde. Marilyn aparece retratada de una manera completamente diferente al tópico construido durante su época de estrellato en Hollywood. Según la escritora, la Monroe “era una gran actriz, terriblemente subestimada e incluso despreciada en vida”, que hizo ganar millones de dólares a los demás, pero que no supo administrar el suyo, hasta el punto que tuvo un entierro decente gracias a Joe di Maggio. Al mismo tiempo, se lamenta que muy pocos supieron ver que, detrás de su fragilidad extrema, se escondía una mujer con una inteligencia a la altura o por encima de su belleza, a la que no le gustaban las etiquetas en ningún terreno, incluido el sexo (“a la gente le encantan las etiquetas. A mí me hacen reír”), de cultura nada despreciable, que era una lectora voraz, sin que evidentemente fuera ninguna intelectual, y tenía un excelente sentido del humor. Oates recupera la tesis del asesinato y plantea el controvertido papel jugado por la CIA y el FBI, idea a la que también se había abonado Donald H. Wolfe con su libro Marilyn Monroe, investigación sobre un asesinato (1999).

El contrapunto a la novela de Oates y al libro de Wolfe es Marilyn Monroe (1993), la vertiginosa biografía, con aires de novela negra, de Donald Spoto. En sus páginas se ofrece una visión mucho menos turbulenta de la actriz, rechaza la tesis del suicidio o del asesinato y afirma que la muerte estuvo causada por una combinación letal y accidental de sedantes y barbitúricos, en los que habría tenido alguna responsabilidad el doctor Ralph Greenson, su psiquiatra y psicoanalista.

El biógrafo retrata los últimos días de Marilyn como un momento vital animoso y se mostraba combativa a la hora de defender su carrera y su forma de trabajo, tal y como había señalado ella misma en una entrevista de la revista Life: “No soy un aparato (…). Estoy intentando trabajar en una forma de arte, no en una fábrica». Para Spoto, Marilyn fue una mujer rebelde pero complaciente, liberada pero muy cándida, inteligente bajo su apariencia de “rubia tonta”, defensora de los derechos humanos, deliciosamente pícara y conocedora de los diferentes trucos del star-system hollywoodense (“ellos creen que me manipulan a su gusto, pero yo los uso como me conviene”, había dicho en alguna ocasión). Spoto da inicio al libro con un sueño infantil de la futura actriz: «Soñaba que estaba de pie, en la iglesia, sin ropa, y la gente se hallaba tendida a mis pies, en el suelo de la iglesia, y yo caminaba desnuda, con una sensación de libertad, por encima de sus cuerpos postrados, con cuidado de no pisar a nadie».

En cuanto a la literatura en español, hay que señalar a Terenci Moix, confeso entusiasta del cine de los años 40-60, al que ha dedicado numerosos textos. En su libro Mis inmortales del cine (1996) dedica un extenso capítulo a Marilyn: “Tenía un algo especial, esa pequeña cosa extra, y sobre todo tenía algo que le hacía brillar en la pantalla. Era un ser que podía ser vulgar en su vida real, pero que era capaz de transformarse cuando la cámara se ponía delante de ella”. Para Moix, la actriz rubia tenía algo inimitable, como la morena más famosa del cine español: “ese algo lo tiene también la actriz Penélope Cruz, esa comunión con la cámara que no es frecuente descubrir”. En la novela El día que murió Marilyn (editada en su versión definitiva en 1998, pero comenzada a escribir más de treinta años antes) escribió una frase en la que dejaba patente que, detrás de ese cuerpo espectacular, había un alma sensible: «Toda provocación de Marilyn no fue nunca hecha sin que en el fondo de ella no adivinásemos la existencia de una tremenda humanidad, que gritaba por los ojos, mientras la boca se estremecía en un típico gesto Monroe, una llamada de labios nunca igualada, ni antes ni después».

Rafel Reig da la palabra a la actriz en Autobiografía de Marilyn Monroe (1992) para que sea la propia Marilyn la que nos hable de su vida pocos días antes de su muerte, no tanto para saber lo que ha sucedido, sino para conocer quién es, qué ha sentido, qué piensa de sí misma y del resto del mundo, haciendo al final una angustiosa llamada de socorro: “No quiero que me comprendan. Quiero que me quieran”. A partir de una profunda investigación, Reig construye su relato a partir de los escritos reales de Marilyn (notas, cartas, poemas, fragmentos de sus diarios…), así como de unas imaginarias grabaciones de psicoanálisis de la actriz, que de forma misteriosa resultaron ser bastante parecidas a las grabaciones reales que se conocieron algún tiempo después. El resultado es un relato ficcional cargado de verosimilitud, que da testimonio tanto de la fuerza como de los temblores interiores de la Monroe y la muestra como una mujer adelantada a su tiempo. Para el escritor asturiano, la mayoría de obras sobre la actriz son puro afán de hacer rentable su tragedia y su fama y asegura que su muerte no es ningún misterio y podría haberse producido antes de cumplir los 36 años.

El polifacético artista argentino Pablo Di Masso, autor del interesante relato La chica que sedujo a Jack y a Bob, afirma: “Era hermosa y era ingenua; tenía el perfil de la víctima integral en un Hollywood caníbal. (…) Marilyn es una mujer siempre diferente, porque cada uno la diseña a su gusto. Para mí es una muchacha inteligente, con un enorme talento, ingeniosa y enmascarada por un cuerpo que ponía en pie de guerra hasta a los obispos de la Liga Católica Norteamericana”. Y es que Marilyn era capaz de seducir al más frío y distante de los mortales, que, de habérselo propuesto, hubiera deshelado a Alaska mucho antes de que lo consiga el cambio climático. Por eso, no es de extrañar que se convirtiera en “la mujer más deseada del mundo”.

Marilyn Monroe no solo ha sido protagonista de un sinfín de libros, sino que también se ha convertido en uno de los principales “productos artísticos” de nuestra época. Andy Warhol la inmortalizó en una de las obras más representativas del pop art, el Díptico de Marilyn, compuesto por cincuenta imágenes basadas en una fotografía publicitaria de la película Niágara, divididas en dos partes: las del lado izquierdo del díptico son de colores brillantes, mientras que las del lado derecho se muestran en blanco y negro, tratando de mostrar la multiplicidad de significados que pueden encontrarse en la vida y tras la muerte de la actriz. Por su parte, William Kooning se atrevió a incorporar al expresionismo abstracto el retrato de Marilyn, cosa muy poco frecuente en esta corriente artística. Marilyn también ha sido fuente de inspiración desde los años 50 del pasado siglo para otros artistas de renombre internacional, como James Gill, James Rosenquist, George Segal, Richard Hamilton, Peter Blake, Robert Rauschenberg, Claes Oldenburg y, cómo no, para el maestro del surrealismo español Salvador Dalí.

Sin embargo, quizás falta todavía quien traduzca en una obra artística la confesión de Billy Wilder: “Ella estaba asustada de sí misma. Me encontré deseando ser un psicoanalista y que ella fuera mi paciente. Puede que no pudiera ayudarla, pero habría lucido preciosa en el sofá”.

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