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La amistad africana de Karen Blixen

En las antípodas de Memorias de África, la adaptación al cine que realizase en 1985 Sidney Pollack sobre el relato autobiográfico de Isak Dinesen, seudónimo con el que firmaba sus libros la baronesa Blixen, Karen, centrada de forma exclusiva en la brillante y sosegada actuación de Christina Rosenvinge y Alito Rodgers, se aleja del discurso habitual de los biopics.

En consecuencia pasa a un segundo plano el relato de los hechos para que cobre todo el protagonismo la sosegada visión del día a día de los personajes a los que retrata: los pequeños gestos, las conversaciones, las risas y preocupaciones, las livianas esquinas en la comunicación entre dos personas que, por encima de diferencias multiculturales que en principio pudieran parecer insalvables, se respetan y viven en la cercanía del afecto mutuo y profundo.

18 años

Farah Aden, somalí de la tribu Habr Yuni nacido en 1885 y muerto durante la Segunda Guerra Mundial, fue mayordomo al servicio de Karen de 1914 a 1931. Durante el viaje que trasladaba al puerto de Monbasa a la escritora danesa, –la primera vez que ésta pisó África- la conoció y, de hecho, en la primera carta que ésta dirige a su madre durante la travesía, fechada el 9 de enero de 1914, ya habla de él: “Tengo ahora un criado que estaba en Adén cuando desembarqué allí… estaba encantado de verme. Muy agradable y simpático, me sonrió y me saludó llevándose la mano a la frente. Estaba muy decentemente vestido, pero hablaba mal el inglés y hasta tartamudeaba tantísimo que daba la impresión de que se fuese a morir cada vez que intentaba decir algo. Me dijeron que era de toda confianza y encantador. Y ahora está aquí, a bordo. Se llama Farah”.

Con los años, su nivel de inglés mejoró sustancialmente, al tiempo que Karen comenzó a defenderse en suajili. Se refería a él como “alguien que siempre está a mi lado para bien, como una sombra noble, vigilante y misteriosa”. Así fue durante 18 años. Como recuerda Judith Thurman, la mejor biógrafa de la escritora, “era el visir de la casa y la granja de Karen Blixen; guardaba su dinero y pagaba sus cuentas y salarios, conducía su coche y dirigía los establos y la cocina. Si ella era posesiva con él se debía a lo mucho que de él dependía. Farah compartía su vida diaria, mediaba en las relaciones de ella con los africanos y la aliviaba de muchas cargas prácticas. Pero, además, se convirtió en su confidente”.

El adiós

El 14 de mayo de 1931, Denys Finch Hatton, amante de la baronesa sobre cuya historia pasional gravita buena parte de Memorias de África, la película de Pollack en la que Robert Redford hace ese papel, cayó con su avión y murió en el accidente. Fue enterrado al día siguiente en las colinas de Ngogn. Aquel drama precipitó la decisión de Karen de abandonar Kenia. Lo haría tres meses más tarde, tras haberse ocupado muy tenazmente en asegurar el futuro de los nativos que habían trabajado en su granja y, muy especialmente, en aquellos que la habían servido personalmente.

Como escribe a su hermano Thomas el 7 de junio de aquel año: “Tengo que arreglar la cuestión de mis boys, con lo que no me queda tranquilidad para otra cosa. Sabes muy bien que su futuro, el de Farah sobre todo, es algo que me preocupa de verdad. Resulta muy duro para ellos ahora, porque si Denys estuviera vivo podrían haber recurrido a él y estoy segura de que les habría ayudado, no sólo por mí, sino porque, en cierto modo, los consideraba también suyos; con su muerte todo ha quedado abandonado y en desorden. Los tiempos son difíciles para ellos, en especial para los somalíes, que son muy impopulares entre la clase de blancos que tenemos ahora en esta tierra… En cualquier caso te ruego que recuerdes que Farah ha sido mi mejor amigo aquí. Mi favorito, la niña de mis ojos”.

Poco después, Karen Blixen se embarcó en Mombasa hacia Europa. Hasta allí la acompañó Farah. En aquel muelle se despidieron. Nunca volverían a encontrarse.

El 19 de agosto de 1931 Thomas Dinesen fue a recibir a su hermana al puerto de Marsella. Al cabo de unos días de estancia en Montreux, donde ella repuso fuerzas en la Clínica Valmont, continuaron viaje. El 31 de agosto regresó a la casa familiar en Rungstedllund donde, intercalando algunas estancias breves en Nueva York y París, iba a pasar el resto de su vida. El lugar en el que bajo unos árboles centenarios y una sencilla lámina de piedra, está enterrada. Unos días antes había escrito: “Y cuando ya no me quedaba nada, solo me faltaba deshacerme de mí misma, la cosa más ligera de cuantas el destino me había obligado a abandonar”.

Como se ha significado, la película de María Pérez, rodada en parte en paisajes extremeños, ahonda con sensibilidad y tacto en la parte de la relación más estrecha, más íntima, en la que Karen y Farah no se hablan como ama y criado, sino como amigos que no se guardan secretos. Una unión en la que las diferencias de cuna y filosofía se fueron disolviendo ante un entendimiento ancestral. Unión a la que la propia escritora se refería como “una conjunción creativa”.

Este novedoso planteamiento de Karen adquiere una casi mágica dimensión con la presencia de Christina Rosenvinge, que debuta como protagonista de largometraje, magníficamente secundada por Alito Rodgers. Entre ambos se crea una complicidad que salta de la pantalla y se instala de forma sutil, natural, absolutamente convincente, en la sala. Lo dicho: una delicia.  

Karen

Dirección y guion: María Pérez Sanz

Intérpretes: Christina Rosenvinge, Alito Rodgers, Isabelle Stoffel

España / 2020 / 65 minutos

Begin Again Films