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‘La gran evasión’ cumple 50 años

La gran evasión es uno de esos clásicos del cine (ya a color) en los que el tiempo no solo no ha hecho mella, sino que ha contribuido a proporcionarle un halo mayor de grandeza. Su historia, tantas veces vista y contada, sigue resultando nueva cada vez. ¿Descubrirán los carceleros alemanes los planes de huida de los protagonistas? ¿Lograrán cruzar la frontera? Basta con ver esos títulos de crédito acompañados del tema principal de la película compuesto por Elmer Berstein para sumergirse en el Stalag Luft III como un personaje más.

Uno de los mayores atractivos de La gran evasión es la tensión que logra mantener en todo momento, desde el primer minuto al último. Cómo se hace partícipe al espectador de los planes de fuga, de los avatares para conseguir los materiales para la construcción de los túneles, de los contratiempos… Todo contado desde un punto de vista no carente de cierta ironía y, en ocasiones, humor, pero los ocupantes del Stalag Luft III no dejan de ser prisioneros de guerra privados de libertad y que sufren las carencias propias de su condición.

El dibujo que James Clavell y W.R. Burnett hicieron del grupo de prisioneros, interpretado, entre otros, por Steve McQueen, James Garner, Charles Bronson y James Coburn, es impecable. Sobre todos destaca el prisionero al que da vida McQueen, Hilts. Un capitán estadounidense socarrón, mordaz y con un serio problema para acatar la autoridad de los alemanes, que le castigan una vez tras otra. Curiosamente, en el guión inicial, el personaje de McQueen (resultado de una amalgama de prisioneros reales que participaron en la fuga) contaba con menos protagonismo en la historia. El actor pidió más presencia y se la dieron.

La historia real tras la película

La gran evasión está basada en un libro escrito por Paul Brickhill, piloto en Túnez en 1943 que fue capturado y enviado al Stalag Luft III. Soldado australiano y posteriormente autor de varios libros sobre la Segunda Guerra Mundial, Brickhill fue uno de los hombres que participó en la preparación de la fuga del campo que se cuenta en la película dirigida por John Sturges, ninguneada en los Oscar. Solo recibió una nominación, aunque es cierto que 1963 fue un año de grandes títulos.

El director Mark Radice cuenta en su documental (La gran evasión, 2004) algunos de los detalles de cómo se había fraguado la famosa fuga retratada por Sturges. Para ello se desplazó al bosque alemán situado a unos 160 kilómetros de Berlín donde se había construido el campo y que para la película se recreó cerca de Múnich. Allí, acompañado por tres de los prisioneros que sesenta años antes habían ocupado los barracones, inició la búsqueda de uno de los tres túneles que se construyeron para la huida.

Harry, Tom y Dick fueron los nombres en clave que los prisioneros dieron a los túneles. El primero fue el que usaron para escapar y el último –el que desentierran en el documental– nunca llegó a ser descubierto por los soldados alemanes responsables del campo. 11 meses de trabajo a más de 10 metros bajo tierra para construir unos túneles de 60 x 60 cm que se sostenían gracias a las tablas extraídas de las literas del campo y que fueron excavados con latas de leche en polvo. En total, 600 hombres se implicaron en las labores de excavación, falsificación de documentos, distracción de los carceleros… Solo 76 lograron cruzar Harry la noche del 24 de marzo de 1944. Curiosamente, ese mismo día, el actor Steve McQueen, que casi dos décadas después popularizaría su historia, cumplía 14 años.

Uno de los supervivientes entrevistados para el documental de Radice cuenta cómo justo aquella noche hubo un ataque aéreo que cortó el suministro de luz y paralizó durante horas la fuga. A razón de 12 hombres por hora, el tiempo corría en su contra para poder alcanzar la cifra pensada de 200 presos fugados. No fue eso lo que les descubrió, sino un error en las señales que hizo que el prisionero número 76 saliese antes de tiempo del agujero. Se quedaron cortos y la boca del túnel quedó a medio camino entre la alambrada del campo y el bosque cercano. Un centinela le vio y dio la voz de alarma.

La caza y captura de los fugados duró dos semanas. Solo tres lograron ponerse a salvo. 26 volvieron al campo. Los 50 restantes fueron ejecutados por orden directa de Hitler, contraviniendo, una vez más, la Convención de Ginebra. Tras la guerra, un equipo angloamericano dio caza, uno a uno, a los 18 alemanes que participaron en el asesinato de los prisioneros: cuatro fueron condenados a largas penas y 14 ejecutados en Hamelín.

Cinco grandes escenas de ‘La gran evasión’