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La peor crítica de cine

Este filme que se vive en las calles del Madrid castizo, respirando con sus fiestas y haciendo esa peregrinación obligatoria por las verbenas de San Lorenzo, San Cayetano y, por supuesto, de la Paloma, bien vale un escrito que imagine todo lo que tiene que dar y contar sin ni siquiera haberla visto.

Por eso, y como una terrible crítica de cine que sería, me he adelantado y he pensado en escribir la peor crítica de cine, aquella que habla de una película que aún no se ha visto. Más de alguno lo habrá hecho y es un arte el de construir relatos a partir de conceptos sueltos. Para mí es un arte marcial que comienzo a cultivar en este preciso momento.

Para qué entrar en la inconsistente lista de recursos que utilizan los expertos en el pequeño de los Trueba para encumbrarlo como un hipster promotedor digno de la mejor herencia. Y por qué no dejar a los que saben hacer aburridas críticas y elucubrar con sus vocabularios pomposos sobre el sentido profundo de una película para tratar de hacer algo diferente: hablar de esa historia que te has imaginado.

Dejemos la decepción para el final. Y que otros hablen de lo que no importa tanto.

La clave de esta película es que parece una historia normal y corriente. Una chica de 33 años que, en un piso prestado en el centro de Madrid, vive y disfruta ojiplática del verano de la capital, entendiendo lo que está y no está sucediendo en su vida, dejando que la urbe vacía la conquiste con conversaciones fortuitas en la barra de un bar o en las callejuelas de Calatrava.

En esos bares dónde las rupturas suceden, descansando por un momento los recuerdos y construyendo otros nuevos, elucubra sobre todo lo que ha llegado y todo lo que está por venir. O puede que sea justo lo contrario, quitándose las cadenas y centrándose en el momento presente, en eso que sí podemos controlar. En decir, adiós a quien se ha ido y mirar a los ojos a quien tenemos delante.

Proceso eterno de reconquista

Lo que más me llama la atención de esta película nunca vista es la cercanía temática con La Reconquista, el cuarto trabajo de este director, presentado en 2016 en la sección oficial del Festival de Cine de San Sebastián. De nuevo una historia sencilla, dos treintañeros se reencuentran 15 años después de haber experimentado juntos las mieles del primer amor. Y esa marca que te deja es lo que se llama lo imposible de olvidar.

En un Madrid amarrado por un invierno incipiente, ambos protagonistas, Olmo y Manuela, se reencuentran y se redescubren en esa clase de cita eterna que no quieres que se acabe, con un fernet en un bar japonés incluido, un toque de swing en un club privado, además de un par de piruetas de alegría cuando se han ido las luces y escuchas a un cantautor desgarrado al micrófono. Es Arcadia en Flor de Rafael Berrio:

Llegan las tentaciones, y la vida presente y pasada de Olmo va y vuelve. La Reconquista rescata ese tema inagotable del tiempo perdido y recuperado, sobre estar sola o estar con alguien. Sobre esa experiencia de alejarse y lamerse las heridas, para, en realidad, nunca volver al punto de encuentro. De la vida en tránsito y no asentada reflejada en los muebles de plástico. Esta película va de la idea de pareja. Una vez más, historia sencilla: va del amor.

Una de las escenas más recordables de la película llega cuando Olmo y Manuela consiguen despedirse, esta vez toca en el parque de Las Vistillas. Mientras unos van a ver atardecer con un par de cervezas, otros ven salir el sol para decirse adiós.

La próxima semana hay una cita con La virgen de agosto en el cine, pero, en un acto de fe, yo aún me quedo con esta frase de La Reconquista: “Y ni si quiera sientes pena, sino la pena de no sentir dolor”.

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