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Milos Forman fundido a negro

Desde el principio, las cosas no fueron fáciles para el pequeño Milos. El tiempo se encargaría de demostrar que su biografía fue todo menos convencional. Nacido en Caslav, República Checa, en 1932, tanto su madre como el maestro que durante gran parte de su vida Forman consideró como su padre fueron gaseados por los nazis en Auschwitz. No sería hasta bien entrados los años 60 que el director supo que su verdadero padre había sido un arquitecto judío amante de su madre. Un superviviente del Holocausto al que Forman localizó y conoció en Perú.

Huérfano temprano, bajo la tutela de un tío estudia música, canto y dirección en la Escuela de Cine de Praga en donde a través de un discurso creativo muy personal pronto llama la atención realizando unos cortos, de cuyos guiones es autor, que captan la vida cotidiana con espontaneidad.

Exilio

La cosa parece encauzada para él. Pedro, el negro (1964) y Los amores de una rubia (1965) son muy bien recibidas pero con el estreno de ¡Al fuego, bomberos!, en la que planteaba una crítica abierta a la burocracia de su país, comienza a sentir la presión de las autoridades comunistas. Así las cosas, cuando en el verano de 1968 se produce la invasión soviética de Checoslovaquia, Forman, que estaba en París negociando su primer proyecto estadounidense, decide exiliarse. Desde Francia viaja a Estados Unidos donde se instala y consigue a mediados de la década de los 70 la doble nacionalidad.

El realizador dejó muy claras las razones que provocaron su marcha: «Prefiero un país libre y atestado de mal gusto a un país refinado pero sin libertades. La censura es el peor de los males. Viví bajo un régimen totalitario en el que existía la presión de la censura ideológica. Ahora vivo en un país en el que si existe alguna presión es la comercial. Sin duda prefiero esta última, al menos en ella deciden miles de personas y no una sola».

Desde muy pronto, la lucha del individuo contra la opresión del sistema sería tema que gravitaría sobre el conjunto de su producción, independientemente de que filmase un documental, una comedia o un drama.

América

Ya en América, Forman rueda Juventud sin esperanzas y, cuatro años más tarde, en 1975, el bombazo de Alguien voló sobre el nido del cuco, adaptación de la novela de Ken Kesey cuyos derechos cinematográficos había comprado Kirk Douglas tras haber representado en los escenarios de Broadway al personaje que ya en la pantalla encarnaría Jack Nicholson, en el que muy probablemente sea el mejor papel de su carrera.

Finalmente la película sería producida por Michael Douglas y el papel protagonista, antes de ser ofrecido a Nicholson, lo fue a Marlon Brando, Gene Hackman y Burt Reynolds, que por motivos diversos rechazaron la oferta.

Con esta apuesta, que se llevaría cinco Oscar y se convertiría en una de las más taquilleras de la década, Forman conquista Hollywood, le abre de par en par el mercado americano y rueda Hair (1979) y Ragtime (1981) para cumplir en 1984 su sueño de volver a trabajar en su país de origen, en donde rueda Amadeus, brillante adaptación de la obra teatral de Peter Shaffer sobre Mozart en la que la cámara tiene puesto un foco muy especial en las atribuladas relaciones entre el joven genio y el ya maduro compositor Antonio Salieri en el marco de la Viena del siglo XVIII. Otro bombazo de la factoría Forman que obtendría ocho premios de la Academia.

Abierto a envites muy distintos, nunca le importó rodar guiones de otros: «Prefiero tener un guion sólido en el que apoyarme, pero me gusta que en el rodaje de la secuencia haya sitio para la improvisación. A la hora de rodar la improvisación puede deparar momentos únicos. Me gusta rodar con actores que no se sepan al dedillo el guion, pero hacerles actuar siguiendo el guion, que yo ya me sé de memoria, dándoles indicaciones para que el diálogo sea más real, más fresco, más vivo».

Valmont (1989), la adaptación de la novela Las amistades peligrosas, se resentiría, pese a su impecable factura, de su estreno posterior a la versión firmada por Stephen Frears de la misma obra de Choderlos de Laclos.

Más tarde, y en otra de las propuestas de Forman protagonizadas por personajes radicales, ve la luz El escándalo de Larry Flint, Oso de Oro en Berlín, en la que sirviéndose de la biografía del creador de la desinhibida revista Hustler, traza un duro alegato contra cualquier tipo de censura.

Y tras la fallida Hombre en la luna, el director encara en 2006 uno de sus proyectos más ambiciosos, Los fantasmas de Goya, en la que intenta retratar la España del siglo XIX a través de las obras más representativas del maño, un libreto que escribió en colaboración con su amigo, el guionista Jean-Claude Carrière. «Llegué a Goya a través de un volumen que abordaba la Inquisición española. Había muchas similitudes con cosas que había conocido. Me quedé asombrado de los paralelismos que había entre la Inquisición y los regímenes totalitarios nazi y comunista», comentó en un homenaje en el Festival de Sevilla. La película, pese a tener un interés innegable, no logró el eco que probablemente merecía.

Un paseo bien pagado (2009), último de los largometrajes que llevan su firma, es la grabación cinematográfica de la función teatral de la ópera jazz de Jirí Suchý y Jirí Slitr que con el mismo título fue dirigida en el año 2007 por Forman para el Teatro Nacional de Praga.

Narrador formidable y cineasta de mucha altura, fuera cual fuera el género que su cámara enfocase, tras una enfermedad corta pero definitiva, Milos Forman recurre a uno de sus juegos técnicos y se funde a negro. The end. Su imagen se diluye mientras quedan en la pantalla, ya para siempre, un puñado de obras maestras.