- hoyesarte.com - https://www.hoyesarte.com -

Películas que habría firmado con gusto Francisco de Goya

El sueño de la razón produce monstruos, grabado n.º 43 de los Caprichos (1797-1799).

El tratamiento secuencial de su pintura y el modo en que retrata las pesadillas y los sueños, las pasiones más feas y las más hermosas, puede rastrearse en la obra de los pioneros, de los Murnau, Lang o Eisenstein, la generación de directores que en el periodo mudo crearon una sintaxis que aún está por superar y que se entendía en cualquier lugar del planeta. Uno de los Caprichos más célebres, el que lleva por título El sueño de la razón produce monstruos, tiene un dibujo preparatorio con el siguiente epígrafe: “Idioma universal. Dibujado y grabado por Fco. de Goya, año 1797”. Y vale para toda esta colección de aguafuertes que, vistas una detrás de otra, parecen el storyboard de una película de terror; costumbrista pero de miedo.

Tampoco es difícil detectar la huella goyesca en el cine bélico. Es el Goya que viaja de Madrid a Zaragoza en octubre de 1808 invitado por el general Palafox y -como un reportero gráfico- toma notas y dibuja bocetos que acabarán dando forma a sus Desastres, la serie de estampas que representan la violencia y la muerte en su expresión más pura, que no han perdido desde entonces un ápice de dramatismo y que parece contener las miserias de todas las guerras que han sido y serán.

Del cine de terror al surrealista pasando por el sainete, el de denuncia o el biográfico, repasamos la estela de Goya en unos cuantos grandes filmes que a buen seguro habrían, por lo menos, interesado al genio aragonés.

Nosferatu (1922)

Disparates, 2, Disparate de miedo.

Goya llevaba casi setenta años bajo tierra cuando Bram Stoker publicó Drácula, la novela que inspira, muy libremente, Nosferatu, el largometraje más conocido, junto con Amanecer, del director alemán Fiedrich Wilhelm Murnau. Viendo la silueta del vampiro que protagoniza este clásico del cine expresionista es inevitable acordarse de algunas estampas de su última serie, la conocida como Disparates. Puestos a inundar la pantalla de seres amorfos y endemoniados, nada mejor que partir de los monstruos goyescos para hacerlo bien. Como apunta Quiñonero y por no salir del mejor cine alemán previo a la segunda guerra mundial, el aguafuerte Que viene el coco pudiera servir de pórtico a la obra temprana de Fritz Lang: “una imagen nos anuncia sin palabras que estamos ante un acontecimiento, un suceso, un ser todavía invisible pero inquietante, protagonista de una profecía luciferina”. Algo así como M, el vampiro de Düsseldorf (1931). 

vampiros caixaforum barcelona

Los olvidados (1950)

Frente a los niños y jóvenes desharrapados que pintaba Murillo un siglo antes, están los pobres de Goya retratados bajo su mirada deformante, como haría años después con palabras Ramón del Valle Inclán. Esos pobres, en palabras de Quiñonero, “dejados de la mano de Dios, abandonados en la tierra baldía de los suburbios o el campo de batalla de una interminable guerra civil, suburbana, que Luis Buñuel contempla en México”, esos mismos son los protagonistas de su película Los olvidados, donde el esperpento, el surrealismo y la raíz goyesca se dan la mano con toda naturalidad; un neorrealismo a la manera de Buñuel. La fotografía además es de Gabriel Figueroa, declarado admirador del pintor de La maja desnuda y “capítulo mayor de la influencia visual española en la historia de la cinematografía mexicana y estadounidense”. Ahí están sus trabajos para John Ford y John Huston, sin ir más lejos.

Los pájaros (1963)

Seres alados que provocan pánico están en bastantes pinturas de Goya y son también protagonistas de Los pájaros, una de las películas más populares de Alfred Hitchcock. Quiñonero apunta que parece más probable que el director inglés tuviera en su cabeza las aves de otro pintor, concretamente los Pájaros negros de Braque, cuando ideaba el modo en que estos animales podían destrozar el look sofisticado e impecable de Tippi Hedren. No obstante, lo que no cabe contemplar es que el director de Vértigo, coleccionista del arte del XIX, desconociera el trabajo de Goya. Es evidente que a los dos les gustas sobremanera poner el foco en rostros de desencajados ante la fatalidad inminente y hacerlo siempre por encima de aquello que causa realmente el espanto; iluminar el rostro de la víctima y dejar en sombra la del verdugo.

La chaqueta metálica (1986)

La mayoría de los directores de cine que han decidido contarnos los desastres de la guerra llevan dentro –incluso sin saberlo de forma consciente- los Desastres de Goya. Su mirada está educada directa o indirectamente en el modo en que miró y recreó el pintor la barbarie, “desde los planos generales del campo de batalla, sembrado con despojos humanos abandonados, al primer plano que permite contemplar el insondable abismo de la tragedia íntima”, escribe el autor de El cine comienza con Goya. Seguro que Stanley Kubrick, que antes de dirigir películas había demostrado ser un excelente fotógrafo, conocía muy bien los recursos expresivos de Goya, razón suficiente para elegir La chaqueta metálica como ejemplo de filme en el que encontrar fotogramas bien cercanos a las estampas más descarnadas del artista español.

Goya en Burdeos (1999)

No hay un pintor cuya influencia sobre el cine español sea mayor que la de Goya y lo es desde la primera película rodada por estos lares hasta hoy mismo. Su influjo es patente además en algunos de los nombres más relevantes tras las cámaras: Buñuel, Florián Rey, Carlos Saura, Luis García Berlanga, Mario Camus o Basilio Martín Patino, entre otros muchos.

Las tradiciones goyescas se desparraman por cientos de filmografías de muy distinta calidad. El Goya de las romerías y el castizo, el de los sueños, las máscaras y las pesadillas, pero también el del garrote vil, con menciones especiales en este apartado para el Pascual Duarte de Ricardo Franco o El verdugo de Berlanga.

Ya lo resumió mejor que nadie el crítico de cine de Abc, Oti Rodríguez Marchante, cuando escribió que “el cine español es el hilo que une a Quevedo y Goya con Berlanga”. Difícil pues crear a mediados de los ochenta unos premios anuales de cinematografía y pasar por alto todo lo dicho hasta aquí a la hora de ponerles un nombre propio. “Si viviera hoy sería un cineasta”, dijo Saura entonces y añadió que de hecho ya “era una cineasta creativo y poderoso antes de inventarse el cine”.

Por otra parte, la vida de pocos pintores ha saltado tantas veces a la gran pantalla como la del autor de La pradera de San Isidro; con más o menos dosis de ficción, con cineastas tanto de fuera (Henry Koster, Milos Forman, Konrad Wolf…) como de dentro, caso de Historia de una soledad, de Nino Quevedo, Volavérunt, de Bigas Luna, y Goya en Burdeos, de Carlos Saura. A propósito de este último diremos que ese Goya sordo y enfermo en el exilio final no podía gastar otro rostro que el de Paco Rabal, que ya le había interpretado dos veces antes; ni otro director al frente que Saura, que había dado muestras de tenerle muy presente desde sus inicios en obras como Llanto por un bandido o La caza, donde el duelo a garrotazos goyesco se libraba con escopetas.

[1]

El cine comienza con Goya [1]

Juan Pedro Quiñonero

Editorial Cátedra

336 páginas

16 euros