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¿Se suicidó Van Gogh?

Schnabel, siempre transgresor en sus propuestas, no es original en esta ocasión a la hora de defender que no fue el suicidio sino un disparo accidental de una pistola que estaba en manos de un joven el que provocó la tragedia. Steven Naifeh y Gregory White Smith, autores de la última y monumental biografía del artista, en la que han trabajado más de una década, son los primeros que aportaron pruebas y razones en este sentido.

La película aborda la última época de la existencia de Van Gogh trasladándonos a Auvers, el pueblo distante treinta kilómetros de París en el que el artista pasó sus últimos días.

Interpretado por un Willem Dafoe que ha visto como se le resistía por cuarta vez el Óscar, aunque su interpretación del pintor es conmovedora, lo mejor de la cinta, Van Gogh pinta de la mañana a la noche, -77 cuadros en 80 días- y es visto con distintos ojos por sus convecinos.

No ayuda a salvar los recelos el carácter cambiante del artista. Incluso su amigo Gauguin acaba huyendo víctima de la abrumadora personalidad de Vincent. Sólo su hermano y marchante, Theo, le apoya incondicionalmente hasta el minuto final, pero no logra vender las pinturas de quien, desde siempre, consideraba un genio.

Pero la historia acaba por acoplar las cosas en su sitio y en esa época llena de vaivenes Vincent pinta buena parte de las obras maestras hacia las que la historia del arte mira con veneración.

El último día

En su último día, un tórrido 27 de julio de 1890, nadie sabe con certeza qué ocurrió en las seis horas transcurridas entre el momento en que Van Gogh comió en el hostal Ravoux de Auvers y su regreso ya caída la noche con una bala en el estómago.

La investigación policial del momento, sorprendentemente breve y ligera, no logró dar con testigo alguno que hubiera visto en esas horas al artista. El caballete, el lienzo, la paleta y las pinturas con las que el artista salió hacia el lugar en el que acababa de pintar Campo de trigo con cuervos nunca se encontraron. Como también desapareció misteriosamente el arma desde la que la bala fue disparada.

Los biógrafos Naifeh y White Smith, ganadores del premio Pulitzer por una biografía de Jackson Pollock, dedican más de 800 páginas a Van Gogh tras una investigación muy minuciosa en la que incorporan centenares de documentos inéditos. Además de aportar una razonada versión de los momentos últimos del artista, perfilan la concepción del arte que éste tenía y, pese a todo, su fe en sí mismo, su compleja vida sentimental, el peso de sus frustraciones y una inestabilidad emocional que derivaba en profundas depresiones.

La documentadísima biografía puntualiza que, acurrucado en brazos de su hermano Theo, que había acudido desde París al conocer la noticia, con una mano fuera de la cama como buscando algo por el suelo y con los ojos muy abiertos, acabó el sufrimiento de Vincent van Gogh.

“Ha hallado el descanso que buscaba”, escribió Theo a su madre. “La vida era una carga tan pesada para él”. Era poco más de la una de la madrugada del 29 de julio de 1890.

La herida mortal

A la herida mortal de Vincent dedican los autores un amplio apéndice en su biografía. “No podemos afirmar categóricamente lo que sucedió. No estábamos allí”, señalan, “pero las pruebas son evidentes y llevan a la conclusión de que se produjo un disparo accidental”.

René Secretán, que tenía entonces 16 años, era hijo de un rico farmacéutico que pasaba los veranos en Auvers. Estudiaba en el prestigioso Liceo Condorcet de París, donde lo habían hecho Marcel Proust y Paul Verlaine, y donde enseñaron Mallarmé y Jean Paul-Sartre.

René y su hermano Gaston salían cada día a cazar y a pescar en las proximidades de la villa que tenía su padre a orillas del río Oise. Ambos conocieron a Van Gogh aquel verano. Gastón, a sus 18 años, mucho más tranquilo, hablaba de pintura con el artista, mientras René, un adolescente difícil de manejar que presumía de ir siempre armado, le gastaba bromas pesadas de continuo. Incluso alguna vez le introdujo una serpiente en la caja de pinturas.

Testigos posteriores sugirieron que  los hermanos y el artista se encontraron en el camino. René disfrutaba molestando a Van Gogh que era muy dado a los estallidos violentos, sobre todo bajo la influencia del alcohol. Cuando René sacó el arma de su morral, apuntan los autores, pudo ocurrir cualquier cosa, de forma intencionada o accidental.

La en principio hipotética reconstrucción de los hechos resuelve muchas contradicciones y descarta el suicidio. Como concluyen los biógrafos, explica la desaparición de todas las pruebas relacionadas con el accidente; el extraño ángulo con el que la bala penetró en el abdomen de la víctima; que Vincent, tan dado a dejar por escrito todos sus estados de ánimo, no dejara nota alguna sobre su intención de suicidarse y, entre otro buen puñado de evidencias, porque no se reveló el origen de la pistola que causó la herida mortal hasta setenta años después de los hechos.

Así lo argumentan Steven Naifeh y Gregory White Smith. Así lo sugiere Van Gogh, a las puertas de la eternidad, la interesante película de Julian Schnabel.