Señor: no se elige a quién amar

Tras haberse casado el año anterior, Ratna se queda viuda a los 19 años. En el intento de buscar nuevos horizontes y dejar atrás la cerrada realidad de su pueblo decide viajar a Bombay, donde comienza a trabajar como la asistenta de Ashwin, el hijo de una adinerada familia de arquitectos.

Aunque parece tenerlo todo, Ashwin ha tenido un serio revés en su vida al haber cancelado su boda, que estaba a punto de celebrarse, al descubrir la infidelidad de la que iba a ser su esposa. Se siente perdido.

Por su parte, Ratna, que no tiene nada, está llena de esperanza y eso cala en él. Cuando los dos mundos, en principio tan antagónicos, se encuentran y ellos conectan, las barreras parecen insuperables. Pero…

Aunque a bote pronto la historia, y ya se ha dicho, evoca a una Cenicienta de nuevo cuño, la realizadora, responsable también del guion, rechaza esa similitud «porque ella no necesita que nadie la salve, es lo suficientemente fuerte como para salvarse a sí misma e, incluso, salvarlo a él».  

Concienciada y beligerante, Reohena Gera recuerda que son muchas las personas en su país que ven una clara injusticia en la aceptación de la desigualdad, “pero no se atreven a decirlo públicamente porque se sienten solas en esa batalla. Creo que admitir en público una relación como la que plantea mi película sería casi imposible, porque las restricciones sociales siguen siendo dominantes”.

Una película muy bien trabajada que juega con un ritmo cadencioso para que el espectador asuma que lo que se cuenta, las barreras sociales con las que los protagonistas tienen que lidiar, están profundamente enraizadas en las sociedades en las que viven y derribarlas comporta su tiempo.

Diálogos, travellings, planos fijos, miradas y silencios se entrelazan para que el espectador haga suyo lo que se cuenta y salga de la sala convencido de que el amor es una fuerza capaz de todo eso que ya sabemos… ¡y más!