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«Lo inocente puede desembocar en una catástrofe»

Una niña de 12 años, enferma terminal, sueña con el vestido de la serie japonesa Magical Girl Yukiko. Su padre, un profesor en paro, hará lo que haga falta para conseguirlo. En su camino se cruzan una joven con desórdenes mentales y un profesor retirado que arrastra un tormentoso pasado. Tres personajes que tejen una red de chantajes que cambiará sus vidas trágicamente. Tres partes como tres enemigos del alma: Mundo, Demonio y Carne. Y el deseo como principal motor, ese deseo que nace de la chispa de la inocencia para detonar la realidad y arrasar con todo lo que encuentra a su paso. «Esa paradoja de cómo lo inocente puede desembocar en una catástrofe», afirma Vermut, que recurre al símil del aleteo de la mariposa que desencadena un huracán en la otra punta del mundo.

El segundo largometraje de Vermut tras la aclamada Diamond Flash, estrenada directamente en Internet en 2011, se presenta como un thriller que rebosa noir. Sin embargo, algo más redondea su conjunto: el contenido social. Quizá sea el hecho, como comenta Vermut, de que está ubicada en Madrid en 2014, en el contexto de la crisis, lo que ofrece esbozos de cine social, aunque Magical Girl «no nace con la intención de hacer una película social, ni sobre la crisis. Es una cosa que he metido después por una elección narrativa de que sea en España en ese contexto». En ese caso, si pudiéramos hablar de cine social, estaríamos hablando de uno insinuado, embellecido y, por qué no, reinventado.

«Me interesan las personas normales que tienen que replantearse su moral»

Vermut coloca a los personajes de Magical Girl al filo de la navaja. Quizá sello inconsciente del realizador, que ya quedó patente en sus cortometrajes Maquetas [1] (Gran Premio del Jurado a la mejor película en la séptima edición de Notodofilmfest) y el negrísimamente cómico Don Pepe Popi [2]. «Ya que voy a contar una historia, me gusta que tenga cierta parte tragicómica o extrema», confiesa. «Es el tipo de historias que me gusta ir a ver al cine: que me remuevan, que me hagan plantearme cosas, que pongan a los personajes al límite, porque es algo que no estoy acostumbrado a ver en la vida real. Entonces me gusta plantear esos dilemas morales y ponerlos en una situación así, quiero pensar, para generar en el espectador la pregunta de ‘¿Tú qué harías si fueses ese personaje?'».

Precisamente a la hora de elegir personajes para sus trabajos, Vermut siente predilección por «personas normales que por alguna situación con la que no contaban tienen que replantearse todos sus principios y su moral. Todos lo tenemos muy claro dentro de una burbuja en la que no tenemos que plantearnos muchas veces ningún tipo de sacrificio o dilema, y cuando sucede esto, me interesa cómo se da la vuelta a nuestro mundo y cómo reaccionamos ante eso, cómo personas normales se vuelven monstruosas y cómo personas que al principio pueden parecer abominables de repente toman decisiones que pueden ayudar a los otros».

«Aunque todo nace como un capricho, lo que me interesa es que no lo parezca»

Magical Girl funciona como un puzle en el que el espectador termina de encajar las piezas que nos da Vermut. Para conseguir que el resultado final tenga coherencia, el director lo tiene claro cuando acomete el guion: «empiezo siempre por el final de la película». Así parte de «una especie de cuento sencillo en el que acabo por una cadena de chantajes en la que hay un personaje salvador que es una víctima o una persona utilizada que da la vuelta a la situación y se convierte en el chantajista, en la persona que tiene el poder sobre otra persona. Entonces, a esta estructura simple que empieza siendo una estructura narrativa luego le doy una profundidad dramática para que los personajes no sean simples marionetas, sino que la trama y los personajes vayan unidos, que esa trama tenga un porqué con esos personajes, que todo se integre, que los personajes afecten a la trama y la trama afecte a los personajes».

Mucho se ha dicho de los referentes que salpican lo nuevo de Vermut: Manolo Caracol, Rampo Edogawa, El mago de Oz, Callejeros, los animes de las magical girls e incluso la tauromaquia. Lo pop se mezcla con lo castizo con la naturalidad de quien sencillamente intenta hablar de las cosas que le gustan. Sin embargo, «aunque todo nace como un capricho, porque al final no deja de ser un capricho –una película para mí es una cosa que nace de la pasión y de la necesidad de hacer algo–, lo que me interesa es que no parezca que es un capricho, aunque nazca de ahí, de una pulsión simplemente placentera, que luego esté de alguna manera jerarquizado y ordenado para que no se note que lo he metido por meterlo, sino que tenga una función dentro de la trama».

«Los premios sirven para hacer mejor tu trabajo»

Emocionado tras su paso por San Sebastián, Vermut habla de todo aquello como un proceso gradual. «Primero te dicen que compites en San Sebastián, en la Sección Oficial, luego vas allí, sabes que hay una posibilidad entre diecisiete de ganar el gran premio, pero luego cuando te dicen que hay dos premios grandes al principio es un poco shock, tienes que asimilarlo y no dejar que eso te paralice o te condicione». Pero a fin de cuentas, más allá de la luz de los focos, el madrileño considera que «lo que importa es que esos premios sirven o deberían servir para motivarme, hacer mejor mi trabajo, tener una red mayor a la hora de trabajar, poder disponer de más medios».

Quizá el empujón que supone alzarse con dos grandes premios en San Sebastián ayude al director de cara a sus próximos trabajos, entre los que destaca una película centrada en las revistas del corazón. «Me interesa mucho el mundo de la fama, de la prensa del corazón, cómo se relacionan esas personas que viven de las revistas, de las exclusivas. Me interesa mucho su día a día y me interesa de verdad, no desde un punto de vista frívolo o intentando ponerme a juzgar a esos personajes».

Mientras Vermut perfila sus próximos movimientos, el espectador puede disfrutar en cines de su Magical Girl, una de esas cintas que dejan poso, que necesitan de una digestión y que se quedan en la cabeza. Hipnótica, sugerente y algo marciana, bien merece la pena atravesar la puerta del lagarto negro y descubrir el País de los Horrores de una Alicia que no puede atravesar el espejo.