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«También el odio es amor»

Físico de formación, Fernández Mallo, que confiesa sentirse “ante y sobre todo poeta”, acuñó en el año 2000 el término poesía postpoética, cuya propuesta ha quedado reflejada en los poemarios Yo siempre regreso a los pezones y al punto 7 del Tractatus, Creta Lateral Travelling, Joan Fontaine Odisea, Carne de píxel y Ya nadie se llamará como yo + Poesía reunida (1998- 2012). Su ensayo Postpoesía, hacia un nuevo paradigma fue finalista del Anagrama de Ensayo en 2009 y en 2018, con Trilogía de la guerra, ganó el Premio Biblioteca Breve.

Su narrativa incluye las novelas Nocilla Dream, con la que hace casi veinte años manifestó su intención de subirse al carro de los escritores que llegan para quedarse, Nocilla Experience, Nocilla Lab, El hacedor (de Borges), Remake y Limbo. Por otra parte, su producción artística abarca géneros híbridos que combinan el videoarte, la palabra escrita, la música –cómo integrante del grupo Frida Laponia–, el cine y la performance.

El libro de todos los amores, que ahora presenta, sitúa a sus protagonistas en Venecia en algún momento del siglo XXI. A través de un aluvión de imágenes y metáforas, incisivas reflexiones, subterfugios retadores e interpelaciones, la acción nos instala en el momento en el que la humanidad se encamina, sin saberlo, al colapso mientras una pareja recorre la ciudad, ajena a las señales que anuncian el final de la sociedad tal y como la conocemos.

“Venecia porque es una ciudad muy artificial, y no digo artificial como algo negativo. Venecia me interesaba porque, en realidad, es como una ciudad que de algún modo flota. El amor tiene que ver con eso, con cuestiones que flotan en nuestra cabeza pero que no sabemos en verdad qué son. Por otra parte, Venecia me atrae por algo puramente histórico y económico: el capitalismo nace en Venecia. En Venecia se firma el primer cheque bancario de la historia, y la primera producción en cadena de algo, concretamente barcos, empieza allí. Todo eso era muy interesante. La idea de que el lugar donde empieza el capitalismo, de algún modo, sea también en mi novela el lugar donde empieza el mundo a derrumbarse. Donde el mundo se acaba”.  

(Los protagonistas: él es profesor de latín y disfruta de un año sabático; ella es escritora y trabaja en un ensayo sobre el amor. Ambos están destinados a jugar un papel fundamental en la transición hacia un tiempo diferente pues han sido elegidos, como una suerte de Eva y Adán, para refundar un mundo nuevo. El motivo principal de que el mundo se vaya a acabar es que cada vez hay menos amor, el amor se ha retirado, por lo que va hacia su autodestrucción).

“El libro no tiene un germen concreto, como nada tiene un germen concreto. Ningún origen existe, ni siquiera se sabe si el Big Bang fue en realidad el origen de algo. Pero lo que me interesaba era hacer un tratado personal del amor, que es un tema que siempre me ha atraído mucho, porque siempre lo he visto muy ambiguo, extraño. Nunca sabes qué es amor, qué es odio y, además, en la sociedad contemporánea el amor ha tomado muy diferentes configuraciones… Inventariar el amor era un reto que personalmente me apetecía, porque escribo para satisfacer mis retos personales, nunca pensando en el lector”.

– ¿Cuánto de realidad y de fantasía hay en este libro?

Partiendo de algo sólido, que podemos comprobar, he intentado llevarlo a un punto fantasioso, pero no arbitrario. La buena fantasía es la que parte de la realidad, la circunvala, da las piruetas necesarias para llevarnos a otros lugares y retorna a la realidad. A mi modo de ver, si no vuelve a la realidad es una fantasía estéril porque no informa acerca de la realidad.

– En un momento de su libro dice usted que el amor lo contiene todo, y eso incluye también el lugar donde, mezclados, se confunden lo verdadero y lo falso…

Sí; así es. El amor todo lo invade. Siempre digo que para bien o para mal el amor es el motor del mundo. Por amor se hace el bien y el mal, compramos y vendemos. Por amor a los demás se han hecho cosas admirables y cosas deleznables. Por eso hay que considerar que el mundo puede irse al carajo por exceso de amor. Legislamos el mal, pero nunca legislamos el bien. Pero el amor, que puede estar incluido en el apartado del supuesto bien, puede llegar a ser justo lo contrario. Las mayores barbaridades de la humanidad se han hecho por amor al prójimo. En nombre del amor se han llegado a cometer verdaderas atrocidades. El mundo está lleno de personas que maltratan a sus parejas en nombre del amor. El amor puede también convertirse en odio. El amor no es bueno per se, depende de a qué le llamamos amor. Pero podríamos decir que no hay nada en el planeta Tierra que no sea susceptible de contener amor en tanto que no hay nada en el planeta que no haya sido construido por el ser humano. Todo lo que el ser humano toca, lo humaniza. Por eso toda cultura es artificial, no es natural y ahí hay otra de esas grandes confusiones porque lo natural no existe. Todo es artificial porque previamente todo está tocado por el humano. Todo está visto y al verlo ya se incluye en una cultura, en una tradición personal. En la medida en que todo está tocado por la mano humana, en todo hay amor. Otra cosa es qué clase o tipo de amor. Porque el odio también es una clase de amor. Por ejemplo, un divorcio es la continuación del amor por la vía del conflicto. Es seguir relacionándote con alguien pero a través de un conflicto.

– Sostiene que el amor es una creación cultural y difícilmente representable, ¿en qué sentido?

En el sentido de que hablamos de algo que tiene una parte visceral. El amor integra una emoción que el ser humano necesita aunque sea sólo para preservar la especie. La clave es cómo conceptualizamos esa emoción. Eso es lo fundamental: la parte cultural. Y respecto a lo complejo de su representación hay que considerar que el amor es huidizo; no sabemos exactamente qué es. Además, es un sentimiento de una complejidad tremenda, en el que se mezclan muchas sensaciones, muchas emociones que confluyen en una cosa que damos en llamar amor y que es una mezcla de otros muchos materiales. Es algo a lo que dedicamos gran parte de nuestro tiempo. Nadie emplea tanta energía, dinero, tiempo, esfuerzo, todo, como en buscar amor en su vida. Me parece que es así. Pero no he hecho un libro a favor de un amor romántico, sino todo lo contrario. Por eso plantea muchas clases de amor para dejar ver que el amor romántico, ese que sale en las películas, es un amor que prácticamente ya sólo existe en la fantasía. O también puede existir en personas individuales, pero sociológicamente ya no es tan representativo.

– Todo ello envuelto en un tono poético notable…

Me considero fundamentalmente poeta. Así me siento. Todo lo que hago es poesía. Cuando escribo una novela en realidad se trata de un poema largo disfrazado de novela. Y como vengo de la poesía empecé a hacer unos microensayos con una carga poética muy grande, que son los que el libro contiene acerca de un amor, si no silencioso, al menos no ruidoso. Diferentes cosas cotidianas que se pueden relacionar con el amor. No he hecho un tratado analítico. Es un tratado de ficción, aunque sea una ficción especulativa. El amor es también una metáfora, esa cosa que puede contener múltiples significados. Sí, es un libro que contiene una carga poética muy importante pero sin observar el amor de una forma romantizada, sino desviada hacia otros lugares que no tienen que ver con el amor romántico. Se habla de arte, de antropología, de ciencia, de muchas cosas… y esa es la mirada poética, aquella que desvía la visión normativa. El amor desde muchos puntos de vista que hasta ahora no había visto o pensado.

(Cuando habla del ‘amor huida’, escribe Fernández Mallo: “A veces ocurre que para perder de vista a alguien, huyes con tanta rapidez y falta de atención a lo que te rodea que terminas tú mismo perdido en un paisaje desconocido, extraviado y sin saber qué te espera tras el siguiente paso. Si del amor estamos hablando, a esos viajes los denominamos abandonar a alguien sin tener en cuenta a ese alguien. No hay ruptura sentimental que no consista en construir semejante brújula sin mapa”.)

– Y el olvido como expresión del amor…

Me alucina de cualquier pareja que el universo que han construido juntos sólo lo pueden ver ellos, para ellos, y nadie más en el mundo lo pueda ver. Es un territorio que han levantado esas dos personas al que nadie más tiene acceso. Es un lugar de ellos construido a través de palabras, sensaciones, miradas, recuerdos… Es como una esfera cerrada que sólo dos personas en el mundo conocen. Eso es único. Me estremece pensar que no haya nada comparable en el universo. Y cuando una pareja se deja, qué pasa con ese país, ese territorio, ese mundo que han creado. En algún lugar seguirá estando. La paradoja es que ya ninguno de los dos podrá habitarlo y nadie lo va a poder habitar jamás. El punto poético es imaginarse ese país solitario y sin posibilidad de ser habitado vagando por el planeta. Un mundo definitivamente abandonado. Eso es un tipo de amor que podríamos definir como amor olvido.  

– ¿Busca en este libro y, en general, en el conjunto de su obra literaria un objetivo crítico?

No, yo no hago nunca crítica de forma expresa. Literariamente nunca me muestro a favor ni en contra de nada. Lo que intento exponer son dinámicas. Es verdad que después cada cual, según su ideología o apetencias, interpreta de un modo lo que lee. Pero eso es otra cuestión. La protagonista, por ejemplo, no hace una crítica expresa de la difusión en internet de contenidos musicales gratuitos, sino expone que la economía sólo tiene sentido en un mundo sujeto a la escasez de recursos. Si todo fuera infinito la economía no tendría sentido. Eso tiene que ver con la sociedad contemporánea. La difusión supuestamente infinita y gratuita de contenidos en internet es una idea fantasiosa porque todo cuesta algo. Ya no solo porque en el mundo hay una redistribución de las materias primas. El segundo principio de la termodinámica dice que la entropía siempre crece. Todo se degrada. Nada es infinito. Busco que el lector se plantee cuestiones que yo mismo me planteo. Rechazo la literatura que asegura categóricamente en uno u otro sentido porque prefiero pensar por mí mismo. Fui educado en la curiosidad. Soy curioso y busco despertar curiosidad en el lector. A mi modo de ver para eso están los libros, pero yo no aspiro a pastorear a nadie ni a ser un líder de nada.

– Afirma usted que somos souvenirs, ¿a qué se refiere?

Lo que quiero decir, y así lo he dejado escrito, es que como seres humanos somos souvenirs de una idea, de una persona, incluso de la perversión del concepto de nación. También en el amor somos souvenirs, porque enamorarse es que alguien invada tu cabeza y tú te rindas, pues esa persona se apodera de ti y, si quiere, juega contigo. En ese sentido, el nacionalismo, ese que está creciendo en el mundo, también convierte a las personas en souvenirs; souvenirs de la idea de patria. 

– También habla de que el capitalismo juega con el amor, ¿de qué forma?

Sí. Creo que el capitalismo no ha acabado con el amor, sino al contrario. El capitalismo ha mercantilizado el amor hasta un extremo nunca antes visto. Pero mercantiliza el amor romántico, el amor clásico. Eso que llamo el emocapitalismo, que es cuando el capitalismo vende emociones para obtener dividendos de esa venta. Hay que alimentar las emociones, hacer que el ciudadano se sienta bien y de esa forma tenerlo dominado por el poder o el estado de turno. El amor nunca ha estado más mercantilizado que ahora. Por decir algo obvio podríamos hablar de esa creación que es el Día de San Valentín. Hace décadas para vender un coche, por ejemplo, se hablaba de potencia, velocidad, etc. Hoy eso ya no vende, hoy hay que hablar del amor al coche, nos dicen ‘usted en ese coche va a sentir…’. Se apela continuamente a las emociones para vender. El capitalismo está inyectando la idea del amor. Desde mi punto de vista ocurre igualmente con las ideologías, con los partidos políticos… Intentan seducirnos con emociones, simplemente con emociones no respaldadas con datos. Soy de la idea de que el capitalismo, lejos de acabarse, no ha hecho más que empezar. Va mutando. El postcapitalismo tiene esa gran perversión que hace que nada se escape al capitalismo. Cualquier crítica que se haga al capitalismo éste la va a reconvertir en su propio beneficio. Es algo tremendo.

– ¿Qué ha aprendido sobre el amor al escribir este libro?

Quizá he aprendido que no somos ni tan inteligentes ni tan ingenuos como a veces nos creemos. Nada está totalmente claro, ni siquiera en uno mismo. En realidad no sabemos qué es el amor. Al menos yo no lo tengo claro. A veces mi visión del amor es un tanto ingenua y otras es una visión descreída y distanciada de la realidad más fría. Acaso el amor es una red compleja de un complejo conjunto de sensaciones.

– Cada una de sus obras es muy diferente a la precedente, ¿es algo premeditado?

Aprendo a escribir un libro mientras lo escribo. Antes de escribir este libro no sabía escribirlo. Como aprendo a medida que lo escribo, una vez que lo he terminado no me parece excitante repetir la operación. Me aburro si lo hago porque yo escribo para investigar el mundo, para verlo, para crear mundo. No me resulta estimulante atenerme a una fórmula conocida. Me planteo retos que pueden aparecer espontáneamente. Esa es mi forma de relacionarme con el mundo. Partir de una idea, una metáfora, una idea y construir algo de una manera que no había hecho. Por eso cada libro tiene poco que ver con el anterior. No concibo la creación de otro modo que no sea el reto de construir algo distinto. Me fue muy bien con el proyecto Nocilla, pero no he vuelto a escribir así porque no me interesa en absoluto repetir la fórmula. Escribo para divertirme. Yo no sufro cuando escribo. Hay momentos difíciles y complicados que requieren mucho esfuerzo, pero siempre placenteros. Escribir es para mí muy excitante. Así espero seguir…