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“Escribir es jugársela cada día en cada página”

Como asegura el autor, “al llegar a cierta edad uno se da cuenta de que ha sido testigo de acontecimientos que en su momento parecieron trascendentales y luego resultaron no serlo o ser algo distinto de lo que parecían. Y también comprende que ha vivido grandes transformaciones sociales sin advertir su importancia mientras las veía desarrollarse a su alrededor”. Él se ha propuesto acercarnos lo sucedido asumiendo que hay dos formas de contar la historia: como sucedió y como la hemos vivido. Y lo hace mezclando personajes reales e imaginarios en una novela que provoca el recuerdo, la sonrisa, la reflexión…

“He escrito unas no memorias. Fragmentos de la vida de un personaje que transcurren sobre el telón de fondo de mi propia vida. Pero nada más, pues es el telón de fondo en el que se mueve el protagonista. Vive en los lugares y en los momentos que yo he vivido. Es una forma más entretenida de escribir no unas memorias, que es un género sumamente respetable pero que aquí no venía a cuento, sino un libro de recuerdos. Los recuerdos son lo que hoy retenemos de entonces, pero yo he intentado estar allá, volverme a colocar en aquellos lugares, Nueva York y Barcelona, y en aquellos tiempos que viví. Revivir lo sucedido”.

(Barcelona, 1968. Rufo Batalla recibe su primer encargo como plumilla en un periódico: cubrir la boda de un príncipe en el exilio con una bella señorita de la alta sociedad. Coincidencias y malentendidos le llevan a trabar amistad con el príncipe, que le encomienda, entre otras cosas, escribir la crónica de su peculiar historia. El opresivo ambiente de la gris España franquista pronto se quedará pequeño para Rufo, que viajará a Nueva York con poco dinero, grandes esperanzas y el difuso objetivo de hacer algo emocionante con su vida.

Batalla será testigo de los fenómenos sociales de los años setenta, como la lucha por la igualdad racial, el feminismo, el movimiento gay o el desplazamiento de los grandes centros culturales y la deriva de la cultura hacia nuevas formas de expresión, fenómenos que en buena parte hicieron del presente lo que es hoy. Y dejará constancia, no tanto de los hechos como de la forma en que lo vivieron quienes los presenciaron.)

¿Primera entrega de una trilogía?

Ese es el proyecto y la esperanza. Todavía están por escribirse los otros dos. He descubierto que es muy bueno escribir trilogías porque uno siempre piensa que si tuviera la oportunidad de volver a escribir determinados textos cambiaría algunas cosas. La trilogía permite hacerlo y también es una forma de contar las cosas sin prisas. Siempre me ha gustado eso de “continuará…”. Por eso me gustan las series. Dicho esto, cuando termino un libro no tengo mucho que añadir. Es verdad que todos los textos tienen un origen y una evolución y para mí cuando un libro se publica se acaba. Sin embargo, para los demás empieza con lo que el autor, en este caso yo, y el resto, estamos en dos lados distintos. Pero éste continuará pues me propongo proseguir con la peripecia vital del protagonista mientras a su alrededor el mundo sigue cambiando. Pronto será testigo de la Transición, la caída del muro de Berlín y la desaparición del comunismo. Más tarde, ya en su madurez, habrá de admitir que las cosas han seguido un curso imprevisible. Ese es mi propósito pero debo decir que no hay nada más incierto que un libro y a lo mejor a mitad del segundo volumen me quedo encallado y se hunde el barco. Puede pasar pero espero que no suceda. Como me decía Juan Benet, “nunca empieces un libro sin que el resultado sea incierto”. Estoy de acuerdo, hay que jugársela en cada página.

Su libro está lleno de referencias culturales, artísticas …

He querido incluir el protagonismo de la cultura en la marcha de los países, una cosa que los historiadores no siempre hacen. Ellos están pendientes de la evolución de la política y de la economía y no de las películas que se van estrenando, los libros que se publican, las exposiciones o la música de cada momento. Creo que todo eso tiene una gran importancia. Los cambios culturales van a provocar otros cambios. Son eslabones de una cadena. La pintura y el arte son fundamentales en la evolución del pensamiento. Recuerdo grandes cambios culturales. Cuando era joven había dos cosas que prácticamente habían dejado de existir: los museos, a los que no iba nadie y estaban todos polvorientos, y la ópera, algo que estaba enterrado. Eso ha cambiado tanto que para ver La Gioconda hay que hacer cola de horas y para ir a una ópera hay que adquirir las entradas con muchísima antelación. ¿Por qué? ¿Por qué los gobiernos inmediatamente intentan echar mano de la cultura y que la cultura los apoye? Acaso la cultura les parece poca cosa, pero saben que es muy importante y a eso se atienen. Por eso quería que la cultura estuviera permanentemente presente en el libro porque mueve a los personajes como nos mueve a nosotros.

¿Cuánto hay de nostalgia en El rey recibe?

Es difícil autoanalizarse y yo quiero creer que no hay nostalgia. Tocar el pasado es mancharse de nostalgia, eso es inevitable. Pero quiero creer que no es un libro nostálgico porque yo no lo soy. No lo soy porque soy egoísta pero no soy egocéntrico. Lo que me interesa es lo que pasó y los personajes que conocí, y yo soy un mero testigo. Hablo de un Nueva York que no tiene nada que ver con el de hoy. Cuando voy allí, y lo hago con bastante frecuencia, pienso que era más bonito el de entonces, pero después me doy cuenta de que el que era más bonito era yo pues era joven y me quería comer el mundo y ahora voy renqueando por las esquinas. Las cosas cambian. La nostalgia es un vicio que procuro no tener.

Y, sin nostalgias, ¿cómo ve el momento actual?

El presente siempre es conflictivo. No recuerdo una época en que nos sintiéramos en el mejor de los mundos. Siempre hay problemas y creo que establecer comparaciones no ayuda a resolverlos, salvo en que pueden sacarse lecciones del pasado. Es mentira pensar que los tiempos pasados fueron mejores. Por supuesto que la situación actual es en muchos aspectos preocupante y que ha habido momentos de mejor disposición, con más ganas de abordar los problemas, con más ideas… Ahora estamos un poco todos a punto de tirar la toalla, pensando que esto no tiene arreglo, no hay nadie que tenga capacidad de tomar iniciativas que sean viables. Pero quiero creer que es más una actitud puntual que una realidad. Alguien saldrá que aporte soluciones. No puede ser que nos hayamos vuelto todos unos inútiles. El libro habla de momentos que parecían históricos y no eran más que anécdotas que no dejaron rastro y anécdotas que el tiempo demostró que eran momentos históricos.

Defiende usted el valor de la ficción como testimonio histórico, ¿en qué sentido?

Ese es un tema muy interesante porque creo que es conveniente dejar escrita la memoria y que los que escribimos y tenemos abierta la comunicación con los lectores dejemos constancia imaginaria del tiempo en que vivimos. Luego vendrán los historiadores y los archivos para dejar otro tipo de testimonios. Pero la ficción es complementaria. Aunque leamos muchos libros de historia, no podemos entender el siglo XIX si no leemos las novelas de Galdós o de Balzac. Ellos ponen la historia en vivo y eso tenemos que seguir haciéndolo. En ese sentido quiero pensar que mi libro es una colección de fotos.

Habla usted del papel de la prensa…

La prensa, especialmente en España, era el periódico que uno leía sin más por la mañana y no nos dábamos cuenta de que estaba convirtiéndose en una fuerza muy poderosa que iba a cambiar el desarrollo del país porque iba a crear una opinión pública e iba a constituirse en una fuerza política muy considerable. Por otra parte, también en Nueva York el papel de los movimientos sociales en defensa de los negros o el movimiento gay, que vimos que adquirió una gran fuerza pues era un movimiento transversal de reconocimiento y respeto de la diversidad. Jugó un papel clave la televisión que puso en las casas de todo el mundo determinadas realidades que eran actos fundacionales, como el del respeto a la diversidad. Todo esto se ve a toro pasado, por eso digo que no hay que perder el tiempo con la nostalgia.

¿Considera que la prensa ha perdido voz en relación con épocas pasadas?

La pregunta se las trae porque el tema es muy confuso. Es verdad que la prensa tuvo su momento de gloria. Ahora estamos en otro momento en el que parece que se diluye y que no tiene la autoridad que tenía, algo que también parece que pasa con la novela. Están las redes sociales y todo lo que sabemos. Pero tenemos que esperar algunos años para saber si realmente la prensa vive horas bajas o, en realidad, sigue cumpliendo un papel muy importante pero de manera distinta. Cambian las formas y nos cuesta adaptarnos a los nuevos métodos.

Dedica también páginas a la Transición. Vista desde hoy, ¿cómo la valora?

Aunque aparecerá mucho más en el próximo volumen, en este primero he querido significar aquellos pasos, muy pequeños pero fundamentales, que hicieron posible una Transición en la que nadie creía. Ahora está de moda criticarla. En aquel momento nadie pensaba que fuera a salir tan bien. Todo el mundo estaba esperando cataclismos y sin embargo todo transcurrió de una manera casi ejemplar. Eso se fraguó en buena parte por el trabajo de la prensa, de los sindicatos y de movimientos de todo tipo que ahora nos pueden parecer anecdóticos, pero que no lo fueron en absoluto. A mí no me gustaba nada Fraga, pero cuando revives aquello puedes pensar que acaso hizo lo que hizo por ambición personal o que fue el instrumento de intereses que querían convertir España en un lugar de inversiones extranjeras y él lo que hacía era maquillar una situación de clara falta de libertades. Pero el hecho es que destapó una olla de la que salió un caldo bastante nutritivo.

Porque, pese al eslogan, España no es diferente, ¿o sí?

Me temo que no porque lo que está pasando en España está sucediendo, adaptado a cada circunstancia, en muchos países, sobre todo de Europa. De ahí el interés por lo que pasa en España. No hay país en este momento que no considere que está al borde del precipicio. Unos parecen más estables que otros pero todos viven una especie de crisis. A la crisis de la economía hay que añadir la crisis de la democracia… A veces incluso en España vamos un poquito adelantados. Lo mismo pasó con la Guerra Civil, que fue el ensayo general de la Segunda Guerra Mundial. El tiempo dirá si no estamos viviendo el ensayo general de un conflicto que espero que no llegue a mayores.

Defiende que todo cambia. ¿En qué ha cambiado usted en relación con la persona que era cuando empezó su carrera literaria?

He cambiado en muchas cosas. Pero en algunas sigo reconociendo al Eduardo Mendoza de siempre porque sigo fiel a los cuatro o cinco principios con los que me he movido toda la vida. Quiero creer que la vida me ha vuelto más tolerante y estoy más satisfecho. Antes pensaba que me faltaban muchas cosas, que el de al lado vivía mejor que yo y ahora ya no. Ahora pienso que he vivido mucho mejor yo que el de al lado. Ese es un gran cambio.

¿También ha cambiado su visión de la literatura?

Bueno, eso es un tema muy subjetivo. La literatura ha cambiado y yo, como he dicho, también he cambiado mucho. Había una época en que devoraba los libros, después dejé de hacerlo, lo que no quiere decir que me interesen menos las novelas. He cambiado de necesidades. La literatura no sólo es un entretenimiento. Es un entretenimiento porque satisface una necesidad, lo mismo que la comida. Hay momentos en que el cuerpo necesita entender el mundo a través de la literatura. Cuando ya dejas de buscar lo que significa el mundo porque ya tienes tus propias vivencias, hay una parte de la literatura que te interesa menos. Eso me hace muy difícil detallar lo que ahora supone la literatura. Ha habido un cambio muy grande que no lo ha producido la literatura, sino el lector. Cuando yo empecé a escribir, más del cincuenta por ciento de los españoles eran analfabetos o semianalfabetos y el público que leía era una élite. Vender mil libros ya era un éxito. Eso cambió y el cien por cien de la gente sabe y puede leer y tiene la posibilidad, si quiere, de leer y eso cambia radicalmente las cosas y el mercado. Es verdad que en la gente joven hay una cierta resistencia al esfuerzo porque hay formas más rápidas de divertirse. Sentarse con un libro que al final de una larga lectura te dejará un poso es en estos momentos algo que no funciona como antes. Ahora hay tantos reclamos que eso también supone un cambio. Seguramente hay más lectores serios que antes, pero también hay un ruido tremendo de las editoriales que publican continuamente. Hay mucho dinero ligado a la literatura. Hay luces y sombras y la literatura evoluciona. En la medida en que sigue satisfaciendo esa necesidad de entender el mundo, la literatura pervive y así seguirá.

Vive usted en Londres…

Sí. La verdad es que siempre me ha gustado vivir fuera de España. Vivo en Londres porque allí estoy más tranquilo. Me gusta estar libre de lazos sociales, familiares, profesionales, personales…

En la despedida, reflexiona Eduardo Mendoza sobre el reconocimiento de su figura literaria y de su obra. Frunce los ojos que parecen siempre al borde del humor y expone su satisfacción: “Sería absurdo que dijera que no he tenido un reconocimiento mucho mayor que el que pensaba que iba a tener cuando empecé en todo esto. Por el tipo de literatura que siempre he hecho me ha sorprendido tanto acogimiento y no reniego de ese hecho porque cada palabra que escribo está pensada, meditada y corregida muchas veces. La frase más estúpida de mis libros es fruto de un trabajo serio en el que nunca he ahorrado tiempo. He visto compensado ese esfuerzo desde el convencimiento de que escribir es jugársela cada día en cada página, en cada frase, en cada palabra”.

El autor

Eduardo Mendoza nació en Barcelona en 1943. Ha publicado las novelas La verdad sobre el caso Savolta (1975), que obtuvo el Premio de la Crítica; El misterio de la cripta embrujada (1979); El laberinto de las aceitunas (1982); La ciudad de los prodigios (1986), Premio Ciudad de Barcelona; La isla inaudita (1989); Sin noticias de Gurb (1991, 2011);El año del diluvio (1992); Una comedia ligera (1996), por la que obtuvo en París, en 1998, el Premio al Mejor Libro Extranjero; La aventura del tocador de señoras (2001), Premio al Libro del Año del Gremio de Libreros de Madrid; El último trayecto de Horacio Dos (2002); Mauricio o las elecciones primarias (2006), Premio de Novela Fundación José Manuel Lara; El asombroso viaje de Pomponio Flato (2008), Premio Terenci Moix y Pluma de Plata de la Feria del Libro de Bilbao; El enredo de la bolsa o la vida (2012); El secreto de la modelo extraviada (2015), el libro de relatos Tres vidas de santos (2009), y Riña de gatos. Madrid 1936, novela galardonada con el Premio Planeta 2010. También ha logrado el Premio Liber, el Premio de la Cultura de Cataluña, el Premio Franz Kafka y el Premio Cervantes, el galardón literario más importante en lengua castellana.