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“Los corruptos son cada vez más descarados”

[Es abril de 1970, y la imponente casa de los Caicedo, ubicada en uno de los barrios más distinguidos de Bogotá, se prepara para celebrar el aniversario de boda de los patriarcas de la familia: Alma Santacruz y el magistrado Nacho Caicedo. El día y los festejos avanzan, al tiempo que sus numerosos protagonistas entrelazan sus historias y sellan sus destinos en la vida, el placer y la muerte.]

Plagada de personajes que entran y salen de escena con un ritmo trepidante, Casa de furia discurre ante los ojos del lector sin tregua. No da respiro este retrato lapidario de una sociedad, así lo fija el escritor, acostumbrada a seguir de fiesta al ritmo de sus pasiones mientras se desata la catástrofe.  

– ¿Cuál es el objetivo último e íntimo de Casa de furia?

No me propongo objetivos determinados en mis obras. Sencillamente van apareciendo, en cierto modo a elección del lector. Un objetivo podría ser que la violencia de un país puede ser la principal invitada a una fiesta de familia, y arrasar con la fiesta y los festejantes. Mi obra lucha contra la indiferencia frente a la violencia.

– ¿En qué género se enmarca su libro?

Por el número de personajes que resolví plasmar, yendo hasta las últimas consecuencias, sin que se quedaran en el simple “telón de fondo”, por como suceden las cosas hasta su resolución, de la comedia a la tragedia, yo definiría el género de mi novela como una especie de épica íntima.

– Comienza usted con una cita que apela a la verdad, ¿cuánto de verdad hay en sus páginas?

Tiresias es el adivino de la mitología griega, y el que tuvo dos sexos, además, y como todo adivino puede equivocarse. El magistrado Caicedo, en mi novela, se precia de adivino y vaticinador. El principal de sus vaticinios se encuentra al final de la novela, y es posible que sea una equivocación, o es posible que no. Muchas de las cosas de la obra tienen que ver con la realidad directa, y otras son ficción. Las masacres en el interior de una familia que celebra unos esponsales, un cumpleaños o la Navidad no son nada nuevo en mi país. Los mejores logros del ejército contra los cabecillas del narcotráfico y la guerrilla se lograron en fechas navideñas o de celebración de fin de año.

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Respondiendo a su pregunta, algunos de los personajes son familiares míos, como el tío Jesús, pero la familia que retrato representa a la oligarquía colombiana, acostumbrada a tratar con la violencia y el narcotráfico. La novela está llena de situaciones normales en un país en el que la lista de secuestros, muertos y desaparecidos ya no nos asombra. Resulta indiferente. Es algo del día a día.

– La acción se centra en la década de 1970, ¿por qué?

No es casual. En esa época comenzó a gran escala el tráfico de marihuana que se llevaba por toneladas desde Colombia a Estados Unidos. Los nuevos ricos, los narcotraficantes, etc. amasaban dinero y pagaban cualquier suma por una casa, lo que creó un enorme contraste con el ciudadano común. Se generaron grandes cambios.  

– Queda en el lector la sensación de que ha utilizado el humor como vehículo de denuncia, ¿es así?

No sé. El humor, mi humor, aparece cuando tiene que aparecer, de manera espontánea, cuando lo imponen los personajes o la misma situación. No lo establezco como vehículo de denuncia, pero comprendo perfectamente que pueda ser interpretado así. Y además sería excelente, porque el humor cala más hondo si se trata de denunciar. El humor es la última arma del pueblo colombiano para defenderse de las atrocidades de sus gobiernos y sus guerrillas y sus narcotraficantes.

– Y violencia y corrupción como ejes transversales de lo que se cuenta…

Es verdad. No se sabe qué aparece más en la novela, si la violencia o la denuncia permanente de la corrupción. Corrupción que cada día es más descarada. Ahora no solo se les da la “casa por cárcel” a los corruptos, sino que se les felicita y se les da tratamiento de próceres. He querido denunciar la corrupción de la justicia. Alguno de los protagonistas representa las pasiones de un país de políticos intolerantes que mandan matar a sus rivales, como por cierto ya hizo Simón Bolívar, un ejemplo desgraciado que a veces persiste en Latinoamérica, un continente en el que se da una intolerancia política inaceptable.

– ¿Así observa la situación de su país en la actualidad?

Una realidad cada día peor. Como para olvidarla y escribir otra novela.

– ¿Cómo calificaría el estado de salud de la literatura hispanoamericana?

Muy bueno, con algunos altibajos naturales. No hay desahucios. La colombiana adolece de una gran preocupación por el mercado. Dos o tres de sus escritores más reconocidos debieron ser, mejor, grandes agentes literarios.

– Recomiéndenos dos o tres autores hispanoamericanos que un buen lector no puede perderse…

José Eustasio Rivera, autor de La Vorágine. Además, Juan Carlos Onetti y Julio Ramón Ribeyro son los primeros que me vienen a la cabeza, junto con Ramón J. Sender.

– Volviendo a su última obra, ¿por qué acercarse a este libro?

Hombre, para pasar un buen rato, divertido y espeluznante.

– ¿Con qué mensaje le gustaría que se quedase el lector de Casa de furia?

Con el de Tiresias: «Esto que te digo es verdad».