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“Somos un eterno tejido de experiencias que compartimos con otros”

(La huida y el exilio marcaron el siglo XX y siguen siendo dos de las experiencias fundamentales de nuestro tiempo. Son millones los seres humanos que se ven obligados a abandonar el país donde nacieron para buscar otra vida en otro lugar.

Pero esa experiencia, dolorosa y traumática en muchos casos, puede generar también el espacio de un renacer. Marta Marín-Dòmine, a partir de la figura de su padre, niño-soldado en los últimos meses de la guerra civil española, y de su exilio obligado por la derrota, reflexiona sobre el desarraigo y el no ser de ninguna parte; sobre de qué manera nos modelan los pasados violentos, no solo a quienes los viven sino también a quienes los heredan; y hasta qué punto la memoria familiar y colectiva nos conforma.

Su libro, profundamente sentido, concreta un homenaje al padre y a tantas vidas nómadas a las que la autora sigue a la vez que a la suya propia hasta alcanzar una verdad desconcertante: que es en los recuerdos de los otros –en aquello que llamamos memoria– donde en verdad residimos.)

Remodela usted palabras de Ruth Klüger para el título de su libro, pero, realmente, ¿huir puede llegar a ser lo más bello?

Las palabras de Klüger que me han orientado en algunas de mis reflexiones sobre la huida tienen una dimensión trágica que, desde luego, no se puede aplicar a mi experiencia. Klüger fue una niña superviviente del Holocausto y hay que entender su posición ante la huida como un traumatismo, un intento de alejarse de la tragedia vivida. Por tanto huir como salida y como aparente felicidad. En mi libro reflexiono sobre la huida como consecuencia de un traumatismo heredado de los padres, de los abuelos, exiliados todos. La huida heredada, es decir, la incapacidad de estar bien en un lugar porque así ha recibido esta sensación el sujeto infantil puede generar efectivamente un gran malestar, pero puede ser una especie de regalo porque te permite imaginar otros horizontes y eventualmente vivirlos. Es en este doble filo que se mueven las reflexiones que han originado mi escritura. Nótese, por cierto, el uso del tiempo pasado en el título. La escritura ha permitido decir que “huir fue” algo bello, pero que eso ya no es así ahora.

¿Cómo surge la idea de ponerse manos a la obra?

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Aunque me he dado a conocer como escritora literaria de manera tardía, siempre he escrito. Lo que ha cambiado es la necesidad de publicar lo escrito. He publicado ensayo, artículos, pero, efectivamente, a partir de este libro se impuso la necesidad de la publicación de un escrito literario.

Esta escritura es la confluencia de desear dar salida a reflexiones sobre la memoria, sobre el efecto que tienen en nosotros las acciones de los que nos han precedido, en mi caso concreto haber sido hija y nieta de exiliados retornados que de alguna manera siempre consideraron que en el “otro” país se vivía mejor. Es también la necesidad de hacer circular otras experiencias de contextos culturales e históricos distintos pero que confluyen a la hora de explicar la relación del pasado con el presente.

La escritura la inicié en Toronto, donde he vivido más de 20 años, y se daba la circunstancia que tenía entre mis manos las memorias de mi padre. La escritura me permitió distanciarme del dolor que me producían y también compartirlas. No son mías, pertenecen a quien quiera leerlas.

¿Cuáles son las diferencias esenciales entre huida y exilio?

El exilio tiene su causa en una acción política: persecución o castigo. La huida tiene muchas más formas, probablemente, y puede ser un síntoma traumático, como en el caso que explico en mi libro. La huida, cuando es consecuencia de la persecución, genera el exilio. Pero la necesidad de huir, cuando no es política, puede también tener un giro político-estético, como en el errar, una posición utópica que muestra el deseo de ser de cualquier lugar. Mi libro es también un homenaje a los errantes, especialmente a los anarquistas utópicos del siglo XIX. Pero la historia de los errantes es muy diversa e incluso mística.

¿El exilio siempre es desarraigo o, como usted apunta, también puede ser un espacio para renacer?

Todo nuevo país representa la oportunidad de volver a empezar. Es a menudo doloroso, se tienen que aprender cosas nuevas, a veces en demasía, y prescindir de lo conocido: desde los olores hasta la lengua, la gente querida, etc. Pero si el exilio permite la inclusión en una sociedad de manera más o menos fluida es también una oportunidad fascinante. De ello da cuenta la literatura que ha intentado explicar esta experiencia. Atención, que no estamos hablando de emigración/inmigración ni de refugiados, que me parece que corresponde a otra situación tal y como vemos hoy en día y representa un estado de exclusión alargado en el tiempo.

¿El exiliado se recupera de su experiencia o es una huella imposible de borrar?

Dado que el nuevo país significa un giro en la vida es imposible separarlo de la experiencia vital. Todo pasa a ser distinto y, por tanto, se inicia una nueva posición en la vida en la que el “aquí” y el “allá” constituirán una división siempre latente. Hay que tener presente también que un día se deja de ser exiliado en el país de acogida para pasar a ser una persona más allí. Con sus más y menos, desde luego, nunca completamente de allí, pero tampoco exiliado.

¿También residimos en la memoria?

Somos memoria. Somos lo que nos han dicho que fuimos de pequeños y no recordamos, y lo que hemos elaborado a partir de los recuerdos de los demás. Somos la fantasía de los mayores –es decir, aquello que quisieron que fuéramos y que ha quedado como la imagen ideal de un yo que jamás seremos. La memoria no es solo lo ocurrido, sino lo dicho, lo imaginado. Por nosotros y, sobre todo, por los demás.

¿Cómo observa el mundo actual, con millones de personas abocadas a exiliarse?

Con desesperación. Con dolor. Las consecuencias de las migraciones y los exilios masivos debido a las persecuciones políticas, las guerras y el hambre serán imprevisibles. Trastocan las sensibilidades de quien huye. La prueba, que continúan llegando o queriendo llegar inmigrantes pidiendo refugio en una Europa contaminada…, esto es ya un indicador de la miseria y el dolor imperantes en el país del que se huye.

Creo que estamos obligados a pensar en el dolor del otro y en el indiscutible derecho de que este dolor se transforme en el nuevo país en una vida plenamente vivible. Esto conlleva unos debates y unas acciones que no se están produciendo a nivel colectivo y político.

¿Por qué acercarse a este libro?

Esta pregunta exige superar mi nivel normal de discreción y humildad… Pero si entre todos los libros interesantes, excelentes e incluso mediocres que hay en el mercado el lector o lectora llega al mío, le diría que va a encontrar una mano a la que agarrarse para dar un paseo por los legados y las influencias que los otros tienen en nosotros –no solamente la familia, sino la gente con la que nos cruzamos en la vida, y también los paisajes que vemos, igualmente los libros, las películas, las exposiciones, un olor, una música.

¿Con qué mensaje le gustaría que se quedase el lector?

Que en las cosas pequeñas, en los pequeños objetos que aparecen en nuestras vidas, en las conversaciones que nos parecen sin importancia, puede haber un tesoro que nos indique de qué estamos hechos. También que no hay historias más importantes que otras, que somos un eterno tejido de experiencias que compartimos con otros. Que es necesario recordar, pero que también es gozoso olvidar. Tener la capacidad de trazar caminos nuevos, sin culpa, sin un sentimiento de deuda. Y, a la vez, reclamar que las historias silenciadas sean conocidas.

¿Cómo ve la actual situación de España?

Me preocupa y mucho. A veces incluso me enerva. Resido aquí desde marzo y lo más llamativo para mí ha sido notar un déficit en la facultad de dialogar que me parece muy negativo. Esto también tiene otras ramificaciones preocupantes. Sin diálogo y sin la capacidad de ceder –que no quiere decir ceder ante la injusticia, sino conseguir el “bien público”– creo que la política no acaba de cumplir su cometido.

La autora

Marta Marín-Dòmine,  nacida en Barcelona, ha vivido durante dos décadas en Toronto, donde ha ejercido de profesora de Literatura Testimonial Peninsular y Europea y de Estudios de la Memoria en la Laurier University y dirigido el Centre for Memory and Testimony Studies.

Sus investigaciones sobre la representación testimonial han fructificado en numerosos artículos y la creación de dos documentales: The Vengeance of the Apple. Argentineans in Toronto (2010) y Mémoire Juive du Quartier Marolles-Midi, 1930-1942 (2012), patrocinado por la Fundación Auschwitz de Bruselas.

En 2017 se inauguró en Barcelona su instalación artística Je vous offre les oiseaux/Us ofereixo els ocells, en homenaje a las víctimas de los campos de concentración nazis. Huir fue lo más bello que tuvimos ha recibido la mención especial del Premio Llibreter, el Premio de Literatura Joaquim Amat-Piniella 2019, el Ciutat de Barcelona 2019 y el Serra d’Or 2020.


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