Profesor en la Universidad de Pennsylvania, Laddaga también ha ejercido la docencia en la de Princeton, en la Pontificia Universidad Católica de Río de Janeiro y en la de Rosario. Es autor de una decena de títulos de crítica y ficción, entre los que destacan La euforia de Baltasar Brum; Literaturas indigentes y placeres bajos. Felisberto Hernández, Virgilio Piñera, Juan Rodolfo Wilcock; Estética de la emergencia; Estética de laboratorio; las biografías de John D. Rockefeller, Walt Disney y Osama Bin Laden, reunidas en el volumen Tres vidas secretas; el libro autobiográfico Un prólogo a los libros de mi padre y la novela Los hombres de Rusia.

Atlas del eclipse transcurre a lo largo de cien días. Los que van de mediados de febrero de 2020, cuando el escritor contrajo el coronavirus, hasta las manifestaciones que provocó el asesinato de George Floyd.

Durante esos meses extraños, el autor día a día recorrió la dimensión menos conocida de la ciudad. Sus viejos parques, cárceles, asilos, cementerios y sanatorios. Y se topó con los camiones frigoríficos que transportaba los cadáveres. Con la lucidez que brinda la luz del cataclismo, el escritor argentino relee en estas páginas la obra de Edgar Allan Poe, la topografía de Central Park o Coney Island, la figura de Donald Trump o la tradición literaria del limbo, esa zona flotante entre los cielos y los infiernos.

El resultado de todas esas excursiones físicas y mentales por el presente y por el pasado recuerda por momentos a las obras de Ryszard Kapuscinski, W.D. Sebald o Joan Didion y se inscribe por méritos propios en la estela de Delirio de Nueva York, de Rem Koolhas, o Bajos fondos, de Luc Sante. Literatura ambiciosa y vagabunda para indagar en el subconsciente de una ciudad y de una época.

– ¿Cómo definiría Atlas del eclipse?

Creo que hago una ficción difícil de clasificar. Los hombres de Rusia, mi anterior libro, publicado en España hace tres años, es una fábula sobre la extrema derecha estadounidense. Ahora, Atlas del eclipse lo entiendo como un segundo vistazo a esa realidad contemporánea y a sus raíces. Una vista que no excluye la imaginación, la fabulación y la ficción, pero que aspira a comunicar la locura de los Estados Unidos de hoy en día. 

– ¿En qué sentido?

A comienzos de la pandemia, en marzo de 2020, enfermé seriamente de COVID-19. No ingresé en ningún hospital porque estaban colapsados, pero durante tres semanas sufrí la descomposición física más profunda que recuerde en mi vida. Fatiga extrema, dolores musculares, dificultad respiratoria, etc. En medio de esta situación y para no acabar de enloquecer, pues mi experiencia me hacía sentir como un enterrado vivo, comencé a leer de nuevo a Edgar Allan Poe, que en su tiempo vivía en el sitio exacto en el que yo vivía. Una vez recuperado comencé a caminar la ciudad mientras leía a Poe y a recorrer el mapa de la Nueva York que revelaba la pandemia. Empecé por Manhattan que de alguna manera mostraba la imagen que tenemos del coronavirus. Es decir, las calles vacías y la ciudad petrificada. Pero pronto comencé a desplazarme hacia los márgenes siguiendo un mapa que el municipio de la ciudad comunicaba todos los días en el que situaba los barrios y los distritos con mayor tasa de enfermos y de víctimas. Por supuesto, esos barrios estaban en la periferia que jamás visitamos y que incluso desconocemos los que vivimos en esa ciudad. Me pasé tres meses caminando cada día entre diez y quince kilómetros, tomando fotos y esbozando una crónica que pronto se volvió una visión panorámica de la situación. De modo que aquello que comenzó como un registro de la Nueva York de la pandemia acabó convirtiéndose en una historia alternativa de la ciudad. Todos sabemos de Coney Island por los parques, por el mar, pero no sabemos, por ejemplo, que allí se ubica la mayor colonia de asilos de ancianos cuyos empleados son en su mayoría latinos, negros y africanos habitantes de las viviendas públicas baratas. Empecé a explorar estos sitios para nosotros secretos y ausentes de la literatura y durante la pandemia realmente dramáticos. La atmósfera de Nueva York era alucinatoria y yo me dejé llevar por esa alucinación. Por ese llamado a caminar, fotografiar e imaginar. Atlas del eclipse es el resultado de ese proceso donde la reflexión, el miedo y la repentina euforia se fueron volviendo una masa indiscernible. El libro se ajusta a la verdad pero no se priva en momentos de la ficción.

– ¿No tuvo problemas a la hora de desplazarse por la ciudad?

No. En Nueva York no había una prohibición drástica como la de España y otros países. Se podía salir a la calle observando determinadas reglas, como la distancia interpersonal y el uso de mascarilla.

– De todo lo que vio, ¿hubo alguna cosa que realmente no esperaba encontrarse?

No me esperaba nada de lo que vi. Manhattan respondió a mis expectativas. Son aquellas imágenes que han circulado de una ciudad vacía. Había gente que estaba en cuarentena, pero había otra que no lo estaba porque no podía estarlo, como los chóferes de transportes públicos, los repartidores de comida, empleados de la sanidad… de modo que debajo del silencio pululaba una verdadera actividad que no veíamos en Manhattan porque sus ‘calderas’ están en otros sitios como Queens, Bronx, etc. Si ibas hasta barrios donde las tasas de enfermos eran dramáticas encontrabas una ciudad activa. Allí donde gran parte de la población es ilegal y no tiene tarjetas de crédito y no puede comprar sus alimentos on line había colas de personas en los supermercados. Mi interés era reflejar la contracara de la potente ciudad. La pululación de actividad que subyacía bajo el aparente silencio y vacío… e imaginar tanto como fuera posible la hiperactividad que se producía en los hospitales y en las morgues. Todo eso me sorprendió y, sobre todo, comprender lo que jamás había entendido, como es la organización espacial profunda de Nueva York. No la estructura de Manhattan, si no la ciudad como conjunto y, aún más, Nueva York como región y cual es la estructura que sostiene ese negocio, algo que no puedes ver y descubrir si te ciñes a Manhattan. Descubres cosas espectaculares, como el cementerio para indigentes en el que enterraba a la gente hasta que se produjo una rebelión popular que lo paralizó; la morgue frigorífica en Brooklyn o, por todas partes, los camiones frigoríficos transportando cadáveres. Todo eso constituía en muchos aspectos un mundo impensable, de ficción. Un mundo que inmediatamente pinchó un globo que es posible que se reconstruya, pero que también es posible que nunca vuelva a ser el mismo. En cierto modo tuvimos que aceptar que el apocalipsis es la vida cotidiana.

– Al regresar de ese recorrido, ¿qué es lo que más le preocupó?

Sin duda la crueldad de un sistema social. De todo lo que vi y entreví quizás nada me haya impactado tanto como enterarme de que hay una población subterránea ilegal, sobre todo en Queens, donde las casas tienen sótanos que han sido ilegalmente subdivididos. Gran parte de los servicios de repartidores lo cubren ciudadanos ilegales que viven, malviven, en los sótanos, habitando cubículos en los que están las calderas y las instalaciones eléctricas y en los que, cuando se inundan, algo que sucedió en 2021, no pocos mueren. Esa percepción de un  Nueva York literalmente subterráneo ha hecho que ya no pueda vivir en la ciudad como antes vivía. Ahora soy consciente de la realidad, de lo que sostiene la ficción que es Nueva York.

– ¿Con qué vería compensado el esfuerzo de las caminatas, de los dramas y el polvo irrespirable descubierto y de la escritura del libro?

Vivo en Nueva York desde hace treinta años, pero sigo siendo extranjero. Con Atlas del eclipse quiero presentar una imagen alternativa a las dominantes de esa ciudad que se centran preferentemente en Manhattan o, últimamente, en la parte hípster de Brooklyn. Sobre la dualidad riqueza y pobreza, sobre el Nueva York idealizado, el de Warhol, o sobre la violencia que aborda Luc Sante en su libro Bajos Fondos hay algo mucho más complejo que se palpa en lugares como el Queens o el Bronx profundos. Hay un NY de casitas obreras muy humildes, un NY en muchos aspectos anodino. Un NY marcado por la multiplicidad que no se ve reflejado en absoluto en los estereotipos al uso. He presentado una imagen que permite complicar el estereotipo de la ciudad: la ficción Nueva York.

– Aunque sea duro, al derrumbar la postal se humaniza la imagen de la ciudad…

Efectivamente. Esa es la palabra exacta. Quiero presentar una imagen, por dura que sea, humanizada de la ciudad. Presentar la Nueva York humana, no la demoníaca ni la de los sueños y riquezas. Durante mis caminatas necesitaba encontrar la manera de expresar todo eso. Empecé a hacer el libro y luego, ante lo que me iba encontrando, ya no pude parar. La curiosidad me llevaba a querer ver más, a intentar entender. Fue como una droga. Durante la pandemia para mí fue un momento dramático, pero también un lujo, pues jamás volveré a ver la ciudad que vi. La certeza de vivir al tiempo un momento de espanto y una oportunidad preciosa me sostuvo.

– Es inevitable pedirle su opinión sobre la situación de Estados Unidos en el momento actual…

Me preocupan enormemente los populismos, que están aumentando peligrosamente. Tanto el de derechas como el de izquierdas. Algo que también está sucediendo en Europa. Pero, sobre todo, me preocupa la simbiosis entre ambos porque acaba por ahogar el diálogo, la razón y el sentido común en cualquier sociedad. 

– Tras relatar una experiencia tan peculiar, ¿cómo se plantea en el próximo futuro la literatura?

En mi nuevo proyecto, en el que estoy, recorro de manera semejante, aunque también con otras perspectivas, ciertos lugares poco explorados de los extremos norte y sur de California. Recupero en ese recorrido una experiencia que viví cuando tenía diecisiete años e hice mi primera visita a Estados Unidos. Entonces recalé en la casa de unos parientes argentinos que, aunque eran personas humildes, eran amigos del actor Lorne Green, muy popular entonces por la serie Bonanza. Aquel hombre venía todas las tardes a la casa de mis familiares. Muchos años después me pregunté por qué ese hombre venía cada día a tomar tragos con personas que no tenían nada que ver con su ambiente. Después descubrí que, pese a su fama, estaba pasando por un momento difícil. Quiero profundizar en todo eso.

Respecto a su pregunta, yo no sé cómo concibo la literatura. Sé que cada proyecto es diferente, como sé que Atlas del eclipse no fue un proyecto planeado. Sé por donde empiezo, pero no sé cómo va a terminar. Es verdad que tengo una preocupación continuada por la situación política y social. Sé que mis libros son disparados y puestos en marcha por una sorpresa y una angustia. Así sucedió cuando Donald Trump constituyó la gran angustia de 2016/2017 y surgió Los hombres de Rusia, el coronavirus en 2020 dio lugar a Atlas del eclipse . Ahora quiero que el libro sobre California sea un libro feliz.

– Por último, ¿por qué los lectores deben acercarse a Atlas del eclipse?

Me atrevería a decir que van a descubrir un mundo diferente. Una imagen de Nueva York que probablemente no conozcan. Y también porque, pese a todo, es un libro divertido. No hay que olvidar que casi todos los relatos de terror de Poe tienen un correlato cómico. En ese sentido, también ha sido mi objetivo conjugar espanto y comedia.