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«El Holocausto es la encarnación del mal en la Historia»

Juan Pablo Fusi hace un extraordinario esfuerzo didáctico y de concreción en Breve historia del mundo contemporáneo al abordar, en menos de 300 páginas, 225 años de los aconteceres de la existencia del hombre sobre el planeta. Desde 1776 hasta hoy pasa puntual revista a guerras, revoluciones y transformaciones para dibujarnos un interesantísimo panorama que nos ayuda a comprender la historia de nuestro tiempo y el mundo en el que vivimos.

¿La historia del hombre es la historia de sus guerras?

No sólo. Es evidente que también es la historia de su ciencia, de su tecnología, de su literatura, del arte, de la espiritualidad, de la religión y otros etcéteras. Por suerte hay muchísimas cosas más que las visiones apocalípticas de la historia que normalmente son las guerras. Otra cosa es que, en general, la gravedad de la guerras a lo largo de la historia haya jalonado buena parte de la existencia del hombre.

Además de destruir, ¿las guerras también construyen, o decir eso no pasa de ser un simple juego de palabras?

Es un juego de palabras aunque es obvio que la experiencia de la guerra hace que el hombre haya ido sacando determinado tipo de enseñanzas. Las guerras tienen efectos muy tristes, desde destrucciones, rectificaciones fronterizas, necesidad de acuerdos posteriores, nuevos equilibrios internacionales de poder, eso que llamamos nuevos órdenes, que surgen de las experiencias de las guerras y todos los grandes tratados de paz, que han podido ser un desastre, pero que no se puede negar que hay una voluntad de rectificación de las causas que llevaron a la guerra.

«Lo que entendemos hoy por paz es una invención del siglo XVIII»

¿Es imposible un mundo en paz?

Lo que entendemos hoy por paz es una invención del siglo XVIII. Antes de ese siglo no se concebía una situación futura de paz absoluta. Son los ilustrados del siglo XVIII, que culminan en Kant, los primeros que hablan de la posibilidad de una paz perpetua. Yo no tengo ninguna razón para pensar que la guerra, la violencia y la destrucción sean biológica y genéticamente consustanciales al hombre. En las circunstancias en las que cualquiera de nosotros nace hay muchísimos elementos de conflictividad o susceptibles de llevar hacia situaciones de violencia, aparte de que todavía existen intentos de voluntad de dominio, si no globales, territoriales; profundas diferencias religiosas; profundas diferencias de tipo étnico o cultural, situaciones heredadas de gran injusticia, enormes bolsas de pobreza y de desequilibrios internacionales, estados fallidos que crean situaciones de vacío de poder aterradoras de las que se aprovechan ‘señores de la guerra’…

Por tanto, a corto plazo es muy difícil prever que se produzca una situación de paz global. Seguimos viviendo en un mundo muy violento y, evidentemente, esa paz global es una utopía. La violencia sigue acompañando muy estrechamente al hombre contemporáneo. Lo que si ha ido creciendo es la conciencia de que la paz es uno de los valores más sustantivos de la humanidad y, por lo tanto, un cierto tipo de proyecto que lleva a la estabilidad internacional existente entre los responsables del mundo contemporáneo.

En ese sentido, ¿están en lo cierto quienes aseguran que el mundo de hoy es el más justo y el más pacífico de la historia?

El siglo XX alberga gigantescas contradicciones. Es el siglo que ha crecido más tanto en el sentido demográfico como económico, tanto en renta global como por habitante, también en ciencia y tecnología. El siglo en el que más se ha avanzado en las leyes y los derechos individuales y derechos humanos en todos los órdenes que uno pueda pensar y, al tiempo, es cuando se producen dos de las guerras más destructivas que ha habido en la historia de la humanidad y el horror mayor que cabe imaginar, como fue el Holocausto. Estamos pues en una realidad extraordinariamente contradictoria: excepcional desarrollo en muchísimos sentidos coexistiendo con una capacidad de destrucción del hombre sobre la propia humanidad sin precedentes.

«El Holocausto es la encarnación del mal en la Historia»

Usted señala hacia el Holocausto como una de las cimas de la barbarie…

Acaso el mayor horror de la humanidad. Además de los seis millones de asesinados lo es porque la exterminación de los judíos es el único caso en la historia en el que se mata a un pueblo por ser lo que es y por ser lo que no puede dejar de ser. No se les extermina por sus ideas, ni por ambición territorial, por riqueza o pobreza, por ideología o por estar o no integrados, se les mata por el hecho de ser judíos, algo a lo que no puede renunciar. Podrían renunciar incluso a su religión, pero no a su condición. El Holocausto es la encarnación del mal en la Historia.

¿Cuál ha sido la contienda más sangrienta de la historia?

Numéricamente, la Segunda Guerra Mundial, que se cobró la vida de 60 millones de personas. Tuvo, además, un alcance internacional superior al de la Gran Guerra. Otra cosa es que la Primera Guerra Mundial, en la que murieron 10 millones, tiene varias cuestiones que la convierten en un acontecimiento histórico que podría considerarse tal vez más decisivo que la Segunda. En primer lugar, la caprichosidad con la que estalla esa guerra. En principio fue un conflicto muy localizado entre Serbia y Austro-Hungría. Pero un conjunto de decisiones torpes, riesgos mal calculados y errores diplomáticos de los gobiernos lleva a un auténtico embrollo que concluye en algo que nadie había previsto. Es un ejemplo de cómo algo muy local y, aparentemente, controlable, se va de las manos y deriva en una masacre de una dimensión como no se había conocido nunca.

En los años previos hay una enorme confianza en el progreso y una conciencia muy clara en la humanidad, algo que se viene abajo estrepitosamente. Las consecuencias de la Primera Guerra Mundial son tremendas: desaparición de cuatro imperios, fascismo italiano, revolución soviética, penetración europea en Oriente Próximo, fractura tremenda de toda la economía mundial, durísima posguerra… Pero volviendo a términos numéricos, la capacidad destructiva de las armas de la Segunda Guerra Mundial, los bombardeos de la aviación y otros condicionantes la convierten en la más terrible.

Terribles secuelas

En consecuencia, ¿es la que ha dejado más cicatrices?

Eso es algo muy difícil de calibrar y de contestar. Estas dos de las que hemos hablado fueron terribles pero, por ejemplo, en las Guerras Napoleónicas murieron más de cuatro millones de personas en una Europa mucho menos poblada que la del siglo XX. Tendemos a romantizar guerras del siglo XIX, acaso porque la población civil no era tan castigada como en contiendas posteriores, pero también eran muy cruentas.

No obstante, y por referirnos a las cicatrices, la Primera dejó mucho nacionalismo insatisfecho, una situación sin la que no se entendería el fascismo italiano o el nacionalsocialismo alemán. Y en Centroeuropa, la creación de muchos países deriva en dificultades de vertebración que han tenido secuelas muy dolorosas. La Segunda deja una posguerra, en los siguientes ocho o diez años, realmente atroz: ejecuciones, aniquilamientos étnicos y de ciudades, venganzas…

La población judía no se ha recuperado todavía si consideramos que en 1900 había entre 17 y 18 millones de judíos y en la actualidad hay entre 12 y 13 millones. Gunter Grass dijo que Auschwitz iba a dejar una huella indeleble en la conciencia de la humanidad. Por otro lado, la guerra de Vietnam provocó una crisis en la conciencia estadounidense; una convulsión interna muy grande. La herencia de los regímenes comunistas en la antigua Unión Soviética va a tener también una duración muy larga. Ese autoritarismo brutal no se olvida tan fácilmente.

¿Y la Guerra Civil española es una herida ya cerrada?

No la he mencionado hasta ahora porque estamos hablando de grandes conflictos internacionales. No es lo mismo una tragedia a nivel local que una catástrofe europea. Ni 60 millones de muertos que los 300.000 en el frente español, a los que hay que añadir 300.000 exiliados permanentes y los represaliados entre 1939 y 1945. Es verdad que para una población de 21 millones de habitantes es una barbaridad, pero no comparable. Dicho eso, la Guerra de España ha dejado una herida muchísimo más grave que la que provocó el fascismo en Italia. Tomada la sociedad en su conjunto creo que se ha superado relativamente bien, lo que no quiere decir que no queden heridas abiertas, como la cuestión de la recuperación de los restos de los asesinados que continúan en fosas comunes. El que esas familias puedan recuperar a sus familiares, saber qué fue de ellos y lograr una paz moral definitiva es muy necesario, y habría que esforzase en ese cometido.

Si tuviera que señalar una idea, un gran tópico que se maneja como cierto siendo falso en relación con la contienda española, ¿a qué aludiría?

Los historiadores hemos analizado exhaustivamente ese conflicto en todos sus aspectos. Hay en torno a 15.000 títulos sobre la cuestión, de los que más de 5.000 son de los ochenta para aquí. Creo que sabemos lo que tenemos que saber. Puede haber algún detalle muy local que se escape, pero no en los grandes temas.

«Vivimos en una sociedad que tienen muchísima información y poco conocimiento»

¿Que le lleva a escribir libros tan didácticos como la Historia mínima de España o esta Breve historia del mundo contemporáneo?

Hay una necesidad de ir a lo preciso y sustantivo. Vivimos en una sociedad que tienen muchísima información y poco conocimiento. Hay un desbordamiento continuo de información. Ante eso es necesario tener unas ideas claras con un poco de jerarquía y, a poder ser, un poco bien dichas. Todo eso es necesario. Reducir la agenda, en este caso de la historia, a lo que es realmente esencial es un propósito. Un poquito de orden, un poquito de calma, precisión y tener unas cuantas ideas claras. En definitiva, exigencia de claridad y de precisión. Eso es lo que busco. Saber lo que ha sucedido y entenderlo rápidamente y no falazmente, no banalmente, en la construcción del mundo contemporáneo.

¿Guerra y cultura son antitéticos?

En el fondo deberían ser antitéticos. El ideal de cultura en la humanidad es el ideal del intelectual con ambición espiritual, entendiendo por tal, entre otras muchas cosas, el arte, la belleza, la interpretación de la condición humana… La cultura como ideal social, como profundización en la propia condición del hombre, es casi por definición incompatible con la destrucción, con la violencia y con la guerra. Dicho esto es evidente que ha habido muchos intelectuales que han glorificado la guerra, porque parte del nihilismo del hombre lleva a una ideologización de ciertas cosas. Un ejemplo en ese sentido es Robespierre. Su concepción de la revolución le lleva a la exterminación por la violencia de todo lo que sea contrarrevolucionario. En nombre de los ideales revolucionarios se justifica la violencia.

Otro ejemplo sería la exaltación de la idea de nación que puede llevar a la eliminación de quien no participa del ideal nacional. Por tanto, la construcción de sociedades abiertas, plurales, de coexistencia, no es el único ideal de la vida cultural. Yo sigo creyendo que la vida cultural e intelectual tiene una serie de valores poéticos, de belleza, de interés en la humanidad, de preocupación por el paisaje y la naturaleza, por el espectáculo que es la propia condición humana, que casi por definición excluyen la violencia y la guerra.

«La Historia no aspira a ninguna misión ejemplarizante»

Breve historia del mundo [1]¿Por qué debemos leer esta Breve historia del mundo contemporáneo?

Creo que la Historia no aspira a ninguna misión ejemplarizante ni a ningún tipo de magisterio sobre la vida. Como dice Ortega, el hombre no tiene naturaleza, lo que tiene es historia. La explicación de cómo hemos llegado a ser lo que somos, por qué existe esto y no otra cosa, lo da la Historia. Puede decirse que también es una atribución de la ciencia o la física que dan una explicación del mundo. Pero también esas materias son y tienen su historia.

Para explicarnos necesitamos la Historia. Este libro, como cualquier otro de Historia, responde a esa necesidad y en ese sentido creo que puede ser útil.

Como observador e historiador de mucha experiencia, ¿se atreve a señalar cual va a ser la próxima gran guerra?

Está claro que no puedo contestar claramente. Pero si puedo comentar un episodio reciente que me ha recordado mucho al origen de la Primera Guerra Mundial. Me refiero a la amenaza de intervención en Siria y a la inmediata advertencia de Rusia de que no iba a tolerarla. Aquella Gran Guerra es consecuencia de un atentado muy localizado en Sarajevo, una presión de Alemania a Austro-Hungría para que castigue a Serbia por el atentado. Una advertencia inmediata de Rusia en el sentido de que quien intervenga en Serbia la tendrá enfrente. Una preocupación alemana ante esa advertencia pues Rusia tenía una alianza con Francia. Una consulta de Alemania a Francia sobre qué harán en el caso de intervención en Serbia y, en cuestión de días, Alemania, para evitar una guerra en dos frentes, inicia planes de guerra invadiendo Bélgica…

¿Qué podría haber pasado de producirse la intervención estadounidense?

Muchas veces pienso o quiero pensar que hoy es muy difícil que ocurran grandes conflagraciones mundiales, pero conflictos locales de una volatilidad extraordinaria son frecuentes en un marco en el que hay diferencias sustantivas entre las grandes potencias. Hay situaciones de vacío de poder, intervenciones injustas y otra serie de cuestiones. Frente a esto es verdad y eso debe tranquilizarnos, que el mundo tiene capacidad para controlar y encauzar muchos conflictos. Tenemos muchos instrumentos de estabilización pero no debemos ignorar que hay numerosos problemas que pueden llegar a ser muy incendiarios.

 

Incuestionable referente

Juan Pablo Fusi Aizpurúa nació en San Sebastián en 1945. Incuestionable referente entre los historiadores españoles de las últimas décadas, es en la actualidad catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad Complutense de Madrid.

Tras formarse en Oxford con el profesor Raymond Carr, entre 1976 y 1980 fue director del Centro de Estudios Ibéricos del St. Antony College de aquella universidad británica.

A su regreso a España dirigió en Madrid, desde 1986 a 1991, la Biblioteca Nacional y, posteriormente, entre 2001 y 2006, fue director académico del Instituto Universitario de Investigación Ortega y Gasset y de la Fundación Ortega y Gasset.

En su amplia obra publicada se cuentan títulos decisivos en el conocimiento de nuestra historia reciente, como España, la evolución de la identidad nacional; Un siglo de España. La cultura; El espejo del tiempo. La historia del arte y España (escrito en colaboración con Francisco Calvo Serraller) o Historia mínima de España.

Ha recibido, entre otros numerosos reconocimientos, el Premio Espejo de España en 1976 y el Premio Montaigne Europeo de Ensayo en el año 2001.