El Museo Reina Sofía presenta en el Palacio de Velázquez del Parque del Retiro (Madrid) la primera exposición retrospectiva realizada en España del artista austriaco Heimo Zobernig (Mauthen, 1958). La muestra reúne aproximadamente cuarenta obras (pinturas, esculturas, vídeos, e instalaciones) y recoge desde sus primeros trabajos, realizados a mediados de los años ochenta, hasta los más recientes.

A lo largo de una trayectoria que lo ha llevado a exponer en todo el mundo, Zobernig ha creado un corpus considerable de obras pictóricas, escultóricas, vídeos, instalaciones, intervenciones arquitectónicas y performances. Su obra aborda de forma crítica diversos movimientos del arte moderno, así como la arquitectura, el diseño y el teatro.

Relatos subyacentes

Jürgen Bock, comisario de la muestra, comenta al respecto: «Zobernig se apropia de las historias del arte para cuestionar sus relatos y posiciones ideológicas subyacentes, subvirtiéndolas y reinterpretándolas con una economía de materiales, medios y metodologías que resulta lúdica, mordaz, inquietante y cautivadora».

Para Zobernig, el proceso expositivo y sus contextos constituyen el núcleo de la exposición. El suelo situado bajo la escultura es tan interesante para el artista como la escultura en sí, y una pintura colgada en la pared interesa tanto como una pequeña intervención arquitectónica en el espacio expositivo.

En su obra, los componentes de la muestra se presentan a menudo como objetos de arte autónomos, piezas de ‘arte por el arte’, que poseen una aparente independencia con respecto a su propio montaje. En efecto, elementos de la infraestructura museística, como pedestales, marcos, falsos muros, cartelas, pantallas de proyección, sillas y bancos, textos de pared, etc. se convierten en esculturas, instalaciones, vídeos y pinturas que se presentan a su vez como temas autónomos y autorreferenciales.

Andrew Renton, en uno de los textos del catálogo, añade: «son objetos que ya existían antes. Ya los hemos visto en algún lugar. Sabemos para qué sirven. El logro de la ética escénica de Zobernig radica en que sus objetos logran renovarse a pesar de su familiaridad». Y continúa: «porque hace tiempo que dejamos de observar el objeto en su pedestal, o la pintura. La labor de Zobernig consiste en acercarnos de nuevo a estas cosas, sin incidir excesivamente en ellas. En el espacio ético de este artista el acto de la observación no es tan sencillo como parece». 

Transformación del espacio

Para esta ocasión, Zobernig ha propuesto una contundente intervención que modifica de manera sorprendente la experiencia del espacio del Palacio. El artista rompe con lo establecido, interviene en las salas jugando con la arquitectura y la desafía. Muestra lo que normalmente se esconde en un montaje: andamios, salidas de emergencia, cajas de embalaje, pedestales, muros falsos…. Para él, el espacio en sí es parte esencial de la exposición. “El Palacio es un todo, en el que en ocasiones y debido a mi intervención, algunas partes se condensan y otras parecen hacerse más amplias. Con mi propuesta no deseo ocultar las cualidades arquitectónicas del edificio, sino proporcionar al visitante una nueva experiencia del espacio”, añade Zobernig.

La escenificación del arte constituye el núcleo de Heimo Zobernig en el Palacio. Nada más entrar, el visitante se encuentra con una gran instalación de telones negros, de los cuales aparece colgado una serie de cuadros monocromos. El visitante entra y sale de esta especie de teatro o escenario ficticio, colándose entre las ranuras de las telas negras.

En la “obra” escenificada por Zobernig se prescinde del telón como “cuarta pared”, de modo que se pone en acción una forma de teatro alternativo. “Es posible”, añade Gerturde Sadqvist, en uno de los textos del catálogo, “que su formación como escenógrafo desempeñe algún papel, al igual que todas sus obras de juventud en el campo del teatro experimental”.

El paso del tiempo

El artista ha eliminado todos los tabiques del Palacio, manteniendo tan sólo algunos muros temporales de la exposición anterior. Los tabiques efímeros constituyen un elemento indispensable de la arquitectura expositiva contemporánea, pues su escala y su materialidad suscitan una sensación de permanencia en las exposiciones. Zobernig en esta ocasión, hace visibles las juntas del falso muro y mantiene el evidente deterioro del paso del tiempo, recalcando así la temporalidad de las cosas a la vez que erige el muro como objeto escultórico. Además de impulsar un diálogo entre la estructura arquitectónica del palacio, dicho tabique interviene en el espacio creando un área íntima en la que se exponen las esculturas más pequeñas y antiguas del artista.

El autor invita al visitante a participar en esta obra, a contemplar su propio papel como algo más que un mero espectador, formando parte esencial de una exposición orquestada y coreografiada. Zobernig declara: «no existe el arte sin espectadores. La audiencia es un fenómeno social. Esta exposición invita al visitante a adentrarse y sumergirse como un flaneur, para así experimentar tanto la noción de espacio y arte, como la de expansión en el tiempo. Muchos de los elementos que detonan estas experiencias son invisibles; es la nada en medio de todo esto».

Zobernig estudió en la Academia de Bellas Artes de la capital austriaca y en la Universidad de Artes Aplicadas de la misma ciudad. Desde 1999 combina su faceta de artista con la de profesor en la Academia de Bellas Artes de Viena. Ha presentado desde 1980 sus obras en numerosas exposiciones entre las que se incluyen la Bienal de Venecia 1992/1997; la documenta de Kassel, (1997); la Bienal de Sidney, (2005); la Fundación Gulbenkian de Lisboa o el Centro Georges Pompidou en París, (2010).