La Colección Palacio de arte oriental fue reunida entre 1925 y 1932 por José Palacio (Montevideo, 1875–Bilbao, 1952) e ingresó en el Museo en una primera parte en 1953 a través de la donación de su heredera, María de Arechavaleta, quien a su muerte en 1954 legó el resto. El interés de la colección radica en la calidad formal y artística de las piezas y en su excepcionalidad, ya que es una de las pocas de este tipo existentes en España.

Entre ellas hay pinturas, estampas, una de las mejores colecciones europeas de tsuba (guarda de la hoja del sable japonés), inro (estuche con varios compartimentos que cuelga del cinturón del kimono), suzuribako (caja para escritura), sikisibako (caja para guardar papeles), objetos Namban, fabricados para la exportación y que reflejan el gusto occidental, y cerámica para la ceremonia del té o chanoyu. Están datadas mayoritariamente en el periodo Edo, comprendido entre los siglos XVII y XIX, en el que Japón no recibe apenas influencia exterior y produce, de este modo, su arte más característico.

Comisariada por el experto Fernando García Gutiérrez, Arte japonés y japonismo reúne por vez primera, gracias al patrocinio de BBK Fundazioa, todas las piezas de arte japonés catalogadas de esta Colección y, además, pone de relieve su influencia en el arte europeo del siglo XIX y en la abstracción y el informalismo de la segunda mitad del siglo XX.

Las piezas de arte japonés se presentan en la muestra agrupadas en tres grandes conjuntos –’Lo sagrado y lo caballeresco’, ‘El grabado del periodo Edo (1615-1868)’ y ‘Lo cotidiano. El arte de la laca urushi’–. Se complementan con un espacio dedicado a la figura de José Palacio, que reúne diversa documentación sobre el coleccionista, y con la presencia a lo largo del recorrido de una treintena de obras de la colección del Museo que reflejan el fenómeno del japonismo: Alfred Stevens, José Echenagusía, Paul Gauguin, Darío de Regoyos, Francisco Durrio, Ignacio Zuloaga, Francisco Iturrino, Anselmo Guinea, Adolfo Guiard, Juan de Echevarría, Antonio de Guezala, José María Ucelay, Henri Michaux, Antoni Tàpies, Joan Josep Tharrats, Fernando Zóbel, Eduardo Chillida, Rafael Balerdi y José Antonio Sistiaga.

 

Cultura japonesa en Europa

Las principales características de la estética japonesa podrían resumirse en la frase del filósofo Suzuki Daisetsu: “La belleza no está en la forma exterior, sino en el significado que ésta encierra”. Cuatro son los conceptos clave que se aplican en la arquitectura y el mobiliario, en la jardinería, en la caligrafía y la pintura, en la cerámica y la laca, y en todos los aspectos estéticos de la vida nipona.

En primer lugar, la estrecha conexión entre el arte y la naturaleza, y, frente al antropocentrismo occidental, la relación del hombre con ella. Después, la sencillez esencial, la espiritualización del arte que, en ocasiones, es el origen de una abstracción formal. También, la tendencia a las formas decorativas y, por último, la facilidad para asimilar estilos y tendencias, desde la influencia de elementos culturales procedentes de China –sobre todo de la escuela budista Zen que penetra en Japón en el siglo XII– hasta el influjo occidental, que comienza en el siglo XVI y se intensifica a partir de 1888 con la apertura de Japón al exterior.

Con la apertura de los puertos japoneses surgió un gran interés en el mundo occidental por su arte y cultura. Cuando los americanos y europeos pudieron viajar al país e importar objetos artísticos sobrevino una enorme fascinación, reflejada en el fenómeno del japonismo, que alcanzó su apogeo en París entre los años 1860 y 1900.

Los objetos fácilmente transportables, como grabados, adornos de espadas, cerámicas y lacas, así como los populares netsuke (especie de tope que se usa, atado a un cordón, para suspender pequeños objetos del cinturón del kimono), fueron los preferidos de los coleccionistas.